The Bourbon Street Ripper [1]
The Bourbon Street Ripper
(EE.UU., 2012, 438 páginas)
Leo King
Gracias a internet, el libro digital y la impresión bajo demanda, hoy en día se publican más libros que nunca, lo cual es una noticia excelente para los escritores y los lectores. Pero este modelo ha traído dos problemas: es tan sencillo publicar que muchos amateurs van a autopublicarse libros sin haberse molestado en aprender técnica y se van a considerar autores; y muchas editoriales van a publicar obras de amateurs simplemente para tener fondo editorial y cobrar parte de los royalties sin dar palo al agua. “The Bourbon Street Ripper” pertenece claramente a la segunda categoría.
En 1992 en Nueva Orleáns, un asesino parece que está imitando al Destripador de la Calle Bourbon, su psicópata que mató a varias personas veinte años atrás. Una pareja de policías, el joven Michael y el veterano Rodger, quien resolvió el caso del Destripador, tendrán que investigarlo. Las pistas apuntan a una orden secreta, a ciertas prácticas vudú, y a la nieta del Destripador, Sam, una escritora de novela negra que parece ocultar algo muy oscuro en su interior.
Se diría que Leo King, su autor, ha aprendido lo básico para escribir escenas, aunque lo hace muy mal, y se ha lanzado a escribir una novela sin haberse parado a analizar cómo funcionan éstas. Se nota que el autor ha puesto todo su empeño y pasión, pero muchas veces es obvio que no sabía qué estaba haciendo. No me parece justo echarle la culpa completa de este desastre a él, porque gran parte la tiene el editor de Grey Gecko Press, que por lo que se ve aquí, o es el editor más vago del mundo o el más inútil.
Lo primero que llama la atención es que King no ha pillado el concepto de narrar y mostrar en literatura, ya que en esta novela todo está mostrado. Se detiene a darte detalles que no importan; escribe flashbacks en escena completas, cuando muchas veces sobran o podía haberte dado un par de datos (y suele utilizar el recurso de un personaje se queda transpuesto y viaja al pasado con la mente); te muestra una cosa y luego te la repite de otra manera (esto lo suele hacer constantemente con los pensamientos). Se detiene a contarte tonos de voz y expresiones faciales. Parece que King piensa que cada vez que cambias de localización, tienes que pararte a describirla, y lo mismo cuando aparece un nuevo personaje. El avance de la trama es tortuoso porque no hace más que repetirte información que ya conoces. Además, apenas hay tensión porque todo es caótico, pueril y sin sentido, y no hay sospechosos definidos ni posibles víctimas (el único sospechoso es Sam, y la única victima aparece al final). Todo esto denota una clarísima falta de práctica en el autor y que el editor que no ha movido un dedo.
King no tiene ningún cuidado con los detalles, y la novela, que por cierto, no acaba (hay una continuación, y sé de uno que no se la va a leer), está llena de cosas ridículas. Por una parte te dice que la prensa llamó al asesino de los 70 el Destripador de la Calle Bourbon por las similitudes que tenía con Jack el Destriador, y luego te dice que el de la Calle Bourbon tenía una cámara de torturas, donde mataba a sus víctimas, y que éstas solían ser de clase media. Yo me preguntaba qué parecido tenía ese asesino con Jack el Destripador. Es como si de repente confundes a Shakira con Angela Merkel, porque total, las dos son mujeres. También te dice que ya con el primer asesinato de 1992, la policía sospecha que se trata de un imitador, cuando ni la víctima ni el modus operandi se parecen en nada a lo que hacía el asesino de los 70.
El nuevo asesino está contactando con antiguos compinches del viejo; haciendo un esfuerzo me lo puedo tragar, pero ¿para qué demonios va a contactar con un tipo que está en la cárcel? (¿Y por qué el policía Rodger lleva Sam a esa entrevista?).
Michael visita un manicomio porque Sam, que está escribiendo una novela sobre el nuevo psicópata y cuyo segundo crimen coincide con la realidad, le dice que el malo de su novela está encerrado ahí. Y en vez de hacer una llamada de teléfono y ver que el interno no puede hacer nada porque es un vegetal, Leo King te pone una escena larguísima para plantarte la sospecha de que Sam es el asesino (luego se carga esa sospecha porque cuando hay un crimen, Sam está con el escritor Richie y el lector lo sabe).
Michael contacta con la antigua amante de un sospechoso, y de buenas a primeras, la señora le dice que el tipo es un peligrosísimo asesino a sueldo. Con una amante tan discreta, me pregunto cómo no lo ha detenido la policía. Y esa misma señora le da una pista a medias; y cuando más adelante Michael quiere seguir esa pista, en vez de volver a contactar con la señora, decide buscar en otro lugar. No tiene ninguna lógica. Pasa lo mismo con la confusión que tiene Michael con el nombre de dos antiguas cantantes de cabaret, que en vez de preguntárselo a su compañero, al que tiene al lado, no hace más que darle vueltas y vueltas.
Parece que Leo King, para mantener la atención del lector, necesita meter una escena de acción de vez en cuando, venga a cuento o no. Y crea conflictos donde nos los hay: el escritor Richie está nerviosísimo cuando le va a buscar la policía porque, ¡oh Dios mío!, ha desayunado con Sam y ha ido a la biblioteca; y Michael se cabrea muchísimo con Rodger cuando descubre quién era el padre de Sam (que es un detalle que da igual en la trama).
Lo de Richie con el gángster no tiene ningún sentido: el matón de Nueva Orleáns lo detiene para preguntarle cómo Sam está matando a la gente (vete tú a saber por qué a un matón le importa que haya un psicópata suelto), y como no sabe nada, pues a matarlo. Entonces, en el último momento llega el Séptimo de Caballería, que en este caso es una especie de secta, y mata al gángster y sus hombres. King lo justifica diciendo que esa secta odiaba al matón y que necesitaban un simple motivo. Mira que no habían tenido tiempo en veinte años para cepillárselo antes.
Después, la nieta del asesino, Sam, que escribe bajo el originalísimo seudónimo de Sam of Spades (también podía haberse llamado Philip of Marlow) y que vive recluida en su casa, se mueve como pez en el agua durante su cena con el otro escritor. Y al final, cuando están buscando a una mujer ciega que trabajaba de emisario para el antiguo asesino, se acuerda de dos niñas gemelas negras que conocía en la infancia. Como ha tenido ese recuerdo, decide ir a buscarlas, a ver si saben algo de la ciega. Cuando llega a su tienda de vudú, Richie, el escritor que la acompaña, ve que una de ellas es ciega, y le pregunta a Sam: “¿Sabías que Violet era ciega?”; y esto es lo que aparece (de verdad, no me lo estoy inventando): “Mientras Sam se levantaba, con dificultad, miró a Violet. Al oír la pregunta de Richie, Sam asintió. No era algo a lo que hubiera prestado mucha atención con anterioridad. Que Violet fuera ciega era tan normal como que Violet fuera perversa”.
A ver, si están buscando a una ciega mala, lo normal es que Sam piense en Violet en cuando aparece la sospecha, no cuando la ve. Es como si tienes un amigo al que le falta una pierna, y tras veinte años de amistad le dices “¡Anda, coño, si eres cojo! Así que siempre ibas con esa muleta!”.
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