American Gods [4]
American Gods
(EE.UU., Reino Unido, 2001, 480 páginas)
Neil Gaiman
«American Gods» es la novela más famosa de Neil Gaiman. Se publicó en 2001, y ganó el Hugo, el Nebula, el Locus y el Bram Stoker a Mejor Novela (en Estados Unidos no hay premios más prestigiosos de ciencia ficción, fantasía y terror); en la actualidad aún se vende bien, y están a punto de adaptarla a una serie de televisión.
Yo de Gaiman había leído dos novelas juveniles («El libro del cementerio» y «El océano al final del camino«), que me habían gustado, pero no encantado (el escritor tiene serios problemas para desarrollar las tramas), y quería leer algo para adultos. Y la decepción no ha podido ser mayor: aquí Gaiman es una máquina de grandes ideas, pero es mediocre desarrollándolas, y se olvida de lo que es la tensión.
Sombra acaba de salir de la cárcel y de perder a su mujer. Cuando está volviendo a casa, en el avión se encuentra con un misterioso hombre llamado Miércoles, quien sabe mucho de su vida. Resulta que Miércoles es el dios Odín, y que una gran tormenta se acerca, donde tendrá lugar una batalla en la que los dioses antiguos se enfrentarán a los nuevos para decidir quienes gobernarán el mundo. Miércoles quiere que Sombra esté de su lado para reclutar a dioses para la batalla. Como ya no tiene nada, Sombra acepta ser su ayudante.
«American Gods» comienza muy bien, con Gaiman preparando lo mucho que se arriesga el protagonista y el gran peligro que se cierne sobre él, pero en seguida se pierde creando escenas muy imaginativas, donde pasan cosas muy raras, pero que dejan de lado la gran batalla que se avecina. Durante páginas y páginas y páginas y páginas no hay nada de tensión, y Gaiman, de forma muy caprichosa, va moviendo al protagonista de un sitio peculiar a otro, pero sin tener una dirección clara, ni indicar qué se juega exactamente el hombre al estar en esos lugares, o por qué está ahí.
Después de la emoción de las primeras páginas, donde te metes de lleno en ese mundo extraño donde dioses antiguos agonizan porque la gente ya no cree en ellos, y el pueblo adora, sin saberlo, a los nuevos dioses (la televisión, las tarjetas de crédito, el plástico…); y donde el protagonista se ha metido en un gran embrollo por apoyar a los dioses antiguos, la novela pierde el norte, y el viaje de Sombra es agotador.
A mí me recordaba a cuando Stephen King no está inspirado, y te aburre porque se detiene a contarte cómo es la vida en un pueblecito, a pesar de que sabes que allá afuera se va a armar la de Dios es Cristo de un momento a otro. Así es una gran porción de las 500 páginas de «American Gods».
Sinceramente, después de las 100 primeras páginas, lo que más me gustaba eran los relatos que intercalaba Gaiman sobre cómo llegaron los dioses antiguos al Nuevo Mundo, y cómo era su vida actual. Se pueden leer como cuentos independientes, y son muy buenos. Y de la parte central, tenían mucha gracia las historias de Hinzelmann (que todo sea dicho, están calcadas de «El barón de Munchausen«); o los lugares reales, que son más raros que un perro verde, que tienen una importancia espiritual en la historia.
Aparte de lo muy caprichoso que es el viaje de Sombra, Gaiman es muy torpe desarrollando tramas. Una es la de la mujer, que de repente, resucita (y de paso, se carga a unos matones cuando su marido más lo necesita). Resulta que un leprechaun (un duende irlandés) le da una moneda a Sombra, y éste, por mero capricho, la tira a la tumba de su mujer. Resulta que esa moneda es mágica, y es la que resucita a la mujer (resulta que el leprechaun se confundió de moneda). La mujer, por mero capricho, se hace un colgante con ella y la lleva al cuello. Gaiman desordena la información, y te la da con centenares de páginas entre medias para enmascarar lo poco trabajada que está esa trama.
Luego Sombra acepta retos sin que esté justificado. Hacia el principio, para intentar convencer a Czernobog de que se una a la lucha, se juega a la damas que si él gana, Czernobog luchará con ellos, pero que si pierde, Czernobog le partirá el cráneo con una maza. Es incomprensible que Sombra acepte esas condiciones; y encima Czernobog luego no pinta nada.
También sucede hacia el final, cuando Sombra voluntariamente decide que le dejen desnudo atado a un árbol para velar a un dios muerto. Gaiman lo utiliza para que el protagonista tenga visiones (esa parte es eterna), y obtenga respuestas, pero no hay quien se crea que Sombra haya accedido por voluntad propia.
No quiero desvelar mucho, pero cómo resuelve el clímax Gaiman es una tomadura de pelo. Aparte de sacarse de la manga a un personaje, y de decir descaradamente que algo que pasaba era una trampa para el lector, ésa no es manera de acabar una novela tan larga (en un cuento podría funcionar). Si llevas desde el principio preparando una batalla, no puedes alcanzar el gran momento y cerrarlo todo con un juego de manos.
Y lo peor es que llegas a ese punto, y te das cuenta de que Sombra no hacía falta para nada.
Y tras el clímax, queda una trama por cerrar. Aparte de que no tiene sentido que salven a Sombra, Gaiman lo resuelve con una estratagema trillada como pocas: «Estaba allí escondido y he escuchado lo suficiente». Vamos Neil, que eso solo lo utilizan los escritores vagos.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?