Better Nate Than Ever [8]
NOVELA
Better Nate Than Ever
(EE.UU., 2013, 288 páginas)
Tim Federle
Tim Federle fue un bailarín de Broadway hasta que cumplió los 30, momento en el que decidió que tenía que cambiar de carrera, porque la de bailarín se estaba agotando, y retomó su otra pasión de infancia: la escritura («The New York Times«). Con la idea de escribir una novela que le hubiera ayudado a él en sus comienzos, escribió «Better Nate Than Ever» (2013), una novela —en teoría infantil— sobre Nate, un chico de 13 años que quiere participar en un musical de Broadway. Como tuvo críticas excelentes y buenas ventas, al año siguiente publicó la continuación, «Five, Six, Seven, Nate!». Desde entonces Federle ha publicados tres libros de cócteles, el libreto de un musical, y una novela para adolescentes: «The Great American Whatever». No sé cómo sería como bailarín, pero como escritor Tim Federle es divertidísimo.
La vida en Jankburg, Pensilvania, no es sencilla para Nate, un chico de 13 años enamorado de los musicales de Broadway, y al que acosan en el colegio por no ser como los demás. Pero su amiga Libby, con quien ensaya los números musicales, le ofrece la llave para dejar atrás su pueblo: en Nueva York van a hacer un casting para «E.T.: El Musical». Aprovechando que sus padres no están ese fin de semana en casa, Nate se escapa a la Gran Manzana para presentarse a la audición.
Utilizando muchísima experiencia personal (fue acosado en el colegio porque le gustaban los musicales, de adolescente huyó a Nueva York para labrarse una carrera como bailarín, y es gay) Federle logra un protagonista del que te enamoras y una novela tierna, desternillante, y muy honrada. No solo para niños, y no solo para gays. Yo no soy ni lo uno ni lo otro, y me ha encantado.
Lo único que no me gusta de «Better Nate Than Ever» es que la trama, sobre todo en la segunda mitad, hace que Nate se salve en el último minuto varias veces (cuando lo rescata su tía en el casting, o la llamada en el autobús que le iba a llevar de regreso a casa), y que depende demasiadas veces de las llamadas telefónicas de los representantes del musical, lo que hace sea un poquito repetitivo: No me quieren… pero ahora sí… pero no me vuelven a querer… (Claro que igual esa es la vida real de un bailarín de Broadway).
El resto es genial.
La novela está narrada, con muchísima gracia, en primera persona desde Nate, y el chico se queda maravillado con Nueva York, porque es justo lo opuesto a su pueblo: si en Jankburg le humillaban por gustarle los musicales, en Nueva York se puede ganar la vida con su pasión; si en Jankburg le llamaban maricón, en Nueva York descubre que los chicos salen con chicos y no pasa nada. Algo que me encanta es que le machacan en clase, pero Nate, con sus acciones, demuestra ser muchísimo más valiente que cualquiera de sus compañeros.
Federle es muy ingenioso sacándole humor a situaciones cotidianas, y no haces más que partirte de risa. Especialmente divertidas son las sesiones de casting, y yo diría que también son muy realistas: con candidatos odiosos por lo bien preparados que están y lo mucho que se quieren, y la prepotencia de los seleccionadores —es muy gracioso cuando sale Shakespeare a colación—. La relación con su amiga Libby, quien es su tapadera en Jankburg, es desternillante, y cómo se las ingenia Nate para moverse por Nueva York también. Dos momentos muy graciosos son cuando va a comprar ropa y sale de la tienda hecho un mamarracho, y cuando se cuela en un restaurante para gorronear patatas porque se muere de hambre.
Para mí lo mejor es cómo Nate descubre que es gay y que quiere ser actor. Al principio no lo tiene nada claro: «Hey idiotas, tengo trece años, dejadme en paz. Macarrones con queso es aún mi comida favorita; ¿cómo voy a saber con quién me quiero enrollar?». Sin tremendismos y con humor, vas descubriendo lo mal que Nate lo pasa en su pueblo y la familia disfuncional que tiene, y lo a gusto que se siente en Nueva York. Primero se sorprende de que chicos que se hubieran metido con él en su pueblo, en Nueva York pasan de largo; luego descubre un bar gay donde chicos un poco más mayores que él se besan con otros chicos; y al final que el mejor amigo de su tía sale con hombres. Y al estar con su tía y su amigo, ambos actores (que sirven mesas), siente que ha encontrado su hueco en la vida.
Hacia el final hay una escena que me gusta mucho. Nate no sabe si le han dado el papel, pero sabe que quiere vivir en Nueva York y ser actor. Es Halloween y un chico disfrazado de Elliott (el de «E.T.») va al apartamento de la tía y le dice lo que «Truco o trato» y le pregunta de que va él vestido. El amigo de la tía le dice que de Superboy. Cuando se va, Elliott suelta «Más bien de Supermaricón». Nate dice que ese niño es un gilipollas, y que no es cierto eso de que todos somos un poco buenos y malos, y que intentamos hacer lo mejor: «Ese niño es un gilipollas, y yo no. A veces la gente es gilipollas, y tú tienes que decidir, cada día, qué tipo de niño eres».
Resume muy bien qué es la vida si te arriesgas a ser tú mismo: conócete bien y encuentra el hueco donde encajas, pero ten en cuenta que a pesar de que no hagas daño a nadie, te vas a encontrar gilipollas en el camino. Pasa de ellos, y no seas como ellos, y sigue con tu vida. Es la única manera que conozco para ser feliz de verdad.
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