La Cicatriz [7]

Portada original de La Cicatriz, de China Miéville
NOVELA
The Scar
(Reino Unido, 2002, 795 páginas)
China Miéville
China Miéville es uno de los escritores de fantasía británicos más importantes de la actualidad. En “La estación de la calle Perdido” (2000), creó el universo de Bas-Lag, donde conviven varias razas de seres inteligentes (con los humanos aparecen vampiros, hombres-cactus, hombres-mosquito, o mutantes con aplicaciones mecánicas), la magia se da la mano con las máquinas de vapor, y las espadas con las pistolas. En él, Miéville mezcla elementos de ciencia ficción con fantasía y terror (de hecho, Miéville describe sus libros como “ficción rara”). Desde entonces Bas-Lag ha sido el trasfondo de otras dos novelas: “La Cicatriz” (2002) y “El consejo de hierro” (2004); las tres se pueden leer de forma independiente.
   En “La Cicatriz” Bellis Coldwine, una lingüista, se embarca en el Terpsichoria rumbo a Nova Esperium, una colonia al otro lado del océano, huyendo de New Crobuzon, la capital, para comenzar una nueva vida. Con ella viaja Johannes Tearfly, un científico, y en la bodega, que es una cárcel, los mutantes que utilizarán como mano de obra en Nova Esperium. Entre ellos esta Tanner Sack, quien se hace amigo del chico que reparte la comida, Shekel. A medio camino, unos piratas atacan el Terpsichoria y Bellis acaba en Armada, una ciudad flotante formada por cientos de barcos, en la que todos los ciudadanos son iguales. Armada está gobernada por los Amantes, una pareja fanática que hará todo lo posible por llevar a cabo un plan secreto que puede cambiar el mundo.
   Aunque el personaje más importante es Bellis, Miéville utiliza el narrador omnisciente para poder contar la historia desde varios puntos de vista y seguir múltiples subtramas. En muchas escenas, se distancia de la acción y narra los acontecimientos como si fuera una cámara de cine, para progresivamente acercarse a un personajes y ver los acontecimientos con sus ojos, y en esa misma escena se mete en la mente de otro personaje cuando sus pensamientos amplían la trama. Además de jugar con los puntos de vista, Miéville añade interludios al final de cada parte, hay siete en total, que pasan a primera persona y muestra los pensamientos de los personajes en tiempo presente; otros interludios, también en presente, cuenta la preparación de un ataque a Armada. A lo largo de la novela, el autor también pasa al presente, con mucha habilidad, cuando hay escenas de acción, y Bellis escribe una carta que está en presente y en primera persona. Todos estos cambios de tiempos verbales, del punto de vista, los interludios, y las subtramas, hacen que “La Cicatriz” sea una novela muy dinámica, y que nunca resulte aburrida.
   Miéville tiene varios puntos fuertes: los descripciones, la introducción de información, la preparación de momentos, y el sentido de lo maravilloso. Sin detener la trama, consigue mostrar de forma muy visual, eligiendo detalles reveladores, todos los escenarios de “La Cicatriz”; también logra introducir historia pasada de Bas-Lag y de los personajes sin que haya una pausa. Esto es un reto en un género como la fantasía o la ciencia ficción, en el que todo es nuevo y hay que explicar mucho. Tolkien lo hacía muy mal en “El Señor de los Anillos”, torturando al lector con más y más descripción sin que pasara nada; tampoco lo hacía bien Stanislaw Lem en “Solaris”, donde el protagonista iba a ese mundo lejano y se ponía a leer libros que explicaban la historia del planeta, y así podía soltar páginas y páginas de información. Y son dos clásicos del género.
   China Miéville es un narrador nato, y sabe cómo ir desvelando información que estaba oculta, para que el lector no pueda dejar el libro. Y con cada nueva revelación, el interés crece y crece. El autor le dice al lector “Agárrate, que lo que viene a continuación es impresionante”, y no cuando llega a esa parte, no decepciona. Esto también está enlazado con el sentido de lo maravilloso (y las excelentes descripciones de Miéville); en fantasía los escritores se las tienen que ingeniar para que los mundos que crean sean completamente originales y no parezcan una copia de algo anterior. Y Miévielle es muy imaginativo, y cada vez que hay un punto de giro o una nueva localización, te quedas con la boca abierta.
   Lo malo de “La Cicatriz” es que durante 700 páginas es brillante, pero las 100 últimas son muy decepcionantes. Da la sensación de que Miéville no sabía muy bien cómo acabar y se sacó de la manga ese final muy pillado por los pelos y que no tiene mucho sentido. En esa parte, cuando prepara momentos, no sabe rematarlos (es muy, muy, muy decepcionante que del duelo entre Doul, el guardaespaldas de los Amantes, y el Brucolac, un vampiro, sólo aparezca el principio y el resultado; o la carta de Bellis; o el poco partido que saca a los barcos embrujados).
   Una pena, “La Cicatriz” podía haber sido una gran novela. Miéville acaba de publicar en el Reino Unido su última obra: «Kraken». Tengo ganas de pescarle los tentáculos.
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