Killing Them Softly
(EE.UU., 2012, 97 min)
Dirección y guión:
Andrew Dominik
Intérpretes:
Brad Pitt
Ray Liotta
Richard Jenkins
James Gandolfini
Scoot McNairy
Ben Mendelsohn
Sam Shepard
Vincent Curatola
Cada vez me sorprende más cómo las expectativas de la gente hacen que se cieguen y vean cosas donde no las hay. Tras la interesante “El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford”, Andrew Dominik ha vuelto con “Mátalos suavemente”, un film que estuvo a concurso en Cannes, y que está recibiendo unas críticas excelentes. Vamos a ver, que su anterior película no estuviera mal (era muy irregular, pero acababa siendo buena por los grandes momentos y actuaciones que tenía), no significa que su siguiente película sea buena; porque sinceramente, este “Mátalos suavemente” es un grandísimo truño. (Algunos críticos la comparan con Tarantino, por lo que doy por supuesto que existe otro Tarantino que yo desconozco.)
En Nueva Orleáns se mueve muchísimo dinero en las timbas ilegales de póker, y Johnny Amato (Vincent Curatola) sabe que años atrás, Markie Trattman (Ray Liotta), un hombre que organiza timbas, asaltó una propia para quedarse con el dinero sin que nadie sospechara de él. Ahora Amato contacta con dos ladrones de medio pelo (Scott McNairy y Ben Mendelsohn) para que hagan lo mismo, y así los gángsters que manejan el dinero de las timbas vuelvan a sospechar de Markie Trattman. El golpe es un éxito, pero los atracadores son menos listos de lo que Amato esperaba, y en seguida los jefes mandan a un asesino profesional (Brad Pitt) para que ponga las cosas en orden.
Voy a empezar con las cosas buenas que puedo decir. Que apenas dura hora y media. Que los actores están bien. Que tiene momentos muy buenos (el asalto a la timba, la paliza a Ray Liotta, y una muerte excelente a mitad de película). Que un amigo mío tenía un par de entradas para el cine y me invitó. Y ya está.
Me imagino que las comparaciones con Tarantino que ven algunos es porque los personajes rajan por los codos y no hacen más que divagar, pero claro, los diálogos de Tarantino normalmente suelen tener gracia, y aquí la gracia brilla por su ausencia.
En el cine era muy significativa la respuesta del público: al principio soltaban risitas, como si eso tuviera algo de gracia, y a medida que avanzaba el metraje, cuando se dieron cuenta de que eso no era Tarantino, ya nadie se reía. A mí las divagaciones de Gandolfini, en cuanto dejaban de caracterizar al personaje, me sacaban de quicio y hacían que ese personaje me diera asco. Y me pasaba lo mismo con los ladrones coleguillas, que ni me hacían gracia ni me ayudaban a crear empatía, sino que provocaban que me dieran asco y que deseara que mataran a esos personajes lo antes posible para no tener que volver a soportarlos.
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Brad Pitt y Richard Jenkins |
En cuanto a estructura, no acabo de entender qué pinta Gandolfini en esta película, porque quitas su (larguísima) intervención, y la historia se queda igual. Y la última muerte es digna de un guionista mediocre: sabes desde hace muchísimo que va a ocurrir eso, y Dominik no juega la carta de la empatía (que el futuro muerto te caiga bien y sufras por él), sino que la muestra como una sorpresa. No sé qué sentido tiene, o haces una cosa o la otra, no una aberración intermedia. Tampoco comprendo por qué Dillon (Sam Shepard) sólo aparece de refilón al principio, si es un pez gordo al que nombran constantemente.
En cuanto al supuesto mensaje de la película, que tiene que ver con las declaraciones de Bush en otoño de 2008 cuando se rescató a la banca y la victoria de Obama en las elecciones, yo pensaba que la ironía estaba en que los políticos no tienen ni idea de cómo es el pueblo que gobiernan. Para mí eso, como mucho, era una gracia, no algo que diera calidad al film.
Ahora leo en la
Wikipedia unas declaraciones que hizo Dominik en Cannes: “Cuando comencé a adaptarla, era la historia de una crisis económica, y era una crisis económica en una economía financiada por el juego; y la crisis ocurría por un fallo en la regulación. Simplemente parecía que tenía algo que no podía ignorar”. Y entonces entiendo por qué los que la alaban hablan de una metáfora del sistema financiero americano, porque no hay nada en la película que equipare Wall Street a las timbas de Nueva Orleáns (y si no, me que expliquen si una regulación en el juego hubiera impedido que Ray Liotta se robara a sí mismo; o que los ladronzuelos le robaran más tarde). Me recuerda muchísimo a lo que pasó con “
La cinta blanca”: Michael Haneke dijo en Cannes que su película trababa de los orígenes del nazismo, y los críticos se lo tragaron y leían la película con esa clave.
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