
CINEFILIA
Metropolis
(Alemania, 1927, 153 min)
Dirección:
Fritz Lang
Guión:
Thea von Harbou
Fritz Lang (sin acreditar)
Intérpretes:
Gustav Fröhlich
Brigitte Helm
Alfred Abel
Rudolf Klein-Rogge
«Metrópolis» es un film importantísimo en la historia del cine… que no tiene ni pies ni cabeza. Varios factores hacen que sea un film mítico: es el primer largometraje de ciencia ficción de la historia; en su época fue la película más cara del mundo (ajustando la inflación, ahora superaría los 200 millones de dólares) que además tuvo un larguísimo rodaje de casi año y medio; y visualmente se adelantó cinematográficamente varias décadas, siendo un film tremendamente influyente en el cine de ciencia ficción (tres casos muy claros son la creación del monstruo en «El doctor Frankenstein», de James Whale; el robot C-3PO de «La guerra de las galaxias», de George Lucas; y la ciudad de «Blade Runner«, de Ridley Scott).
Su glamour se acrecienta al saber que en su día «Metrópolis» fue un estrepitoso fracaso que casi arruina al estudio UFA, y que se fue ganando la fama al pasar el tiempo; y que las dos horas y media originales fueron recordadas casi desde el principio, para hacerla más comercial, por lo que durante más de ochenta años la copia original se dio por perdida. Desde los años 80 «Metrópolis» ha sufrido varias restauraciones, que intentaban recuperar el metraje original, aunque un cuarto de la cinta se daba por perdido. En 2008 apareció una copia de 16 mm en Argentina con 25 minutos «nuevos», con los que «Metrópolis» ha recuperado casi por completo su metraje.
No le quiero quitar mérito, pero me parece que decir que «Metrópolis» es una obra maestra es pasar por alto el guión absolutamente demencial que tiene.
Metrópolis es una gigantesca urbe dividida en dos niveles. En la parte sobre la superficie, abarrotada de rascacielos y autovías, vive la gente rica, que es holgazana y dada al vicio; en la parte del subsuelo viven los obreros, quienes en eternas jornadas de diez horas hacen que se mantenga la superficie. Freder (Gustav Fröhlich) es un joven rico que ve cómo un día en su jardín de juegos se cuela una chica, Maria (Brigitte Helm), con unos niños. Freder los sigue y descubre las terribles condiciones de trabajo que sufren los obreros. Entonces va a ver a su padre, Joh Fredersen (Alfred Abel), que es el Amo de Metrópolis. Freder se infiltra en el subsuelo, para hacer lo que pueda para mejorar las condiciones de vida de los obreros, mientras su padre contrata a un detective para que averigüe qué hace.
Lo mejor de «Metrópolis» son los primeros minutos. Aparte de lo impresionantes que siguen siendo los decorados y las maquetas, la película muestra muy claramente los dos niveles en los que está dividida la ciudad; y aunque la toma de conciencia de Freder es un poco ingenua, funciona muy bien para dar comienzo a la acción. Y del resto destaca el inmenso poderío visual que tiene: las espectaculares escenas bíblicas; la genial creación del robot; el magnífico secuestro de Maria (me encanta cómo juegan con el foco de luz); las imaginativas escenas en el cabaret; o el trepidante clímax, que no tiene mucho sentido pero es espectacular.
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Brigitte Helm |
Pero la historia tiene muy poco sentido. La mayoría de los minutos recuperados pertenecen a la subtrama del detective siguiendo al obrero que se ha cambiado por Freder, y la verdad es que entorpecen la película, porque al final no llevan a nada.
La historia de Maria, que quiere dar esperanzas a los obreros con la llegada de un Mesías está bien… hasta que meten al robot de por medio. Del doctor se puede decir que está completamente loco, y que así puede hace lo que les dé la gana a cada momento; primero se ha creado un robot para que se parezca a Hel, la esposa muerta de Joh (a saber cómo Joh le deja hacer eso), porque estaba enamorado de ella. Pero entonces el Amo le pide que se parezca a Maria, para confundir a los obreros. Y en un momento de máxima locura, el doctor pide al robot que destroce todo. Y al final, como está como las maracas de Machín, se pone a perseguir a Maria.
Lo más demencial de «Metrópolis» es el plan que tiene Joh: pide un robot que sea como Maria para que ésta no pueda seguir incitando a los obreros (aunque Maria es pacifista y sólo pide la llegada de un medidor, y la gente la sigue como corderitos); pero lo que quiere Joh es que el robot les incite a una revolución. ¿Una revolución que le va a perjudicar a él? ¿Pero qué sentido tiene esto? Lo justifican diciendo que así los puede acusar de provocar una revuelta; pero esa revuelta casi acaba con Metrópolis porque él lo ha permitido.
En el clímax, a los obreros, así como el que no quiere la cosa, se les olvida que tienen niños, quienes más tarde están a punto de morir ahogados; y Joh, que debe de tener la misma cordura que el inventor chiflado, da la orden de que abran las compuertas que protegen la máquina-corazón, la que mantiene todo el subsuelo con vida. ¿Pero cómo va a querer matar a todos sus obreros, si eso significaría el fin de Metrópolis?
El robot, no contento con incitar a la revolución, en sus ratos libres baila en un cabaret para demostrar lo corrupta que está Metrópolis. Y el final feliz, que quiere expresar el mensaje de la película (entre el cerebro y las manos ha de mediar el corazón), no está justificado y no puede ser más ingenuo.
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