Mr. Turner [6]
(Reino Unido, Francia, Alemania, 2014, 150 min)
Dirección y guión:
Mike Leigh
Intérpretes:
Timothy Spall
Marion Bailey
Dorothy Atkinson
Paul Jesson
Ruth Sheen
Lesley Manville
Martin Savage
Con «Mr. Turner» Mike Leigh abandona el cine social, que es su especialidad, para adentrarse en el histórico y contar los últimos años del pintor J. M. W. Turner. A pesar de lo prestigiosísima que es entre la crítica y de los premios que ha acumulado, me parece que esta película es un Leigh menor, y que el director se desenvuelve mucho mejor contando historias contemporáneas con personajes cotidianos.
A mediados del siglo XIX, J. M. W. Turner (Timothy Spall) es un pintor consagrado al que la aristocracia y sus compañeros pintores aman y odian a partes iguales. Turner se ha dedicado tanto a su arte, que se ha desentendido de una antigua amante (Ruth Sheen) y de sus dos hijas ilegítimas, aunque mantiene una estrecha relación con su padre (Paul Jesson) y su criada (Dorothy Atkinson).
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Timothy Spall |
«Mr. Turner» tiene dos de los puntos fuertes de Leigh: unas interpretaciones de todo el reparto sobresalientes, y saber explotar durante varios minutos situaciones ordinarias. Y al ser un film histórico, se añade un empaque visual muy bueno y elegante: tiene una fotografía muy bonita que imita el estilo de Turner, y unos decorados y vestuarios muy llamativos y cuidados (esos tres elementos, y la banda sonora, están nominados al Oscar).
Pero aquí se resiente la narración. Me da la sensación de que a menos que te sepas la vida de Turner, tardas una barbaridad en meterte en la película por cómo está contada, e incluso cuando te metes, se te hace excesivamente lenta y larga.
Leigh te va mostrando escenas muy poco hiladas, y tú tienes que ir entresacando cómo encajan en la vida de Turner y en el conjunto. Yo durante la primera hora, no tenía ni idea de por qué Leigh se detenía en ciertas escenas ya que desconocía al personaje. Por ejemplo, me desconcertaba la canción que cantaba con la pianista, porque no conocía el pasado de Turner, o la canción escandalosa que venía un poco después, que me tomé como un retrato de la época.
Al principio, las únicas escenas que mantenían mi atención eran donde sucedían cosas peculiares, como la visita de la científica que les mostraba a Turner y su padre que la luz violeta imantaba los metales; o veía acciones concretas, como el pintor que le pedía dinero prestado, o la visita de su antigua amante, ya que al menos me daban pistas de cómo era el personaje.
Empecé a disfrutar de la película cuando ya supe cómo era él, y por fin entendía el significado de cada escena. Entonces ya veía lo obsesionado que estaba Turner con su arte, quien hacía lo que fuera para pintar mejor (me encanta cuando lo atan al mástil de un barco, para así poder dibujar una tempestad; o cuando está moribundo y sale de la cama para hacer un boceto de la muchacha ahogada), y la relación que tenía con su criada y la posadera (de la última se enamoró, y la relación que mantienen es de lo mejor de la película); o cuando se dio cuenta de dónde venía su dinero (en la escena del teatro), y cómo después rechazó vender sus cuadros a un rico. Y tenía mucha gracia cuando descubría la fotografía, que él temía que supusiera el fin de su carrera.
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