CINEFILIA
Nosferatu, eine Symphonie des Grauens
(Alemania, 1922, 94 min)
Dirección:
F.W. Murnau
Guión:
Henrik Galeen
Intérpretes:
Max Schreck
Gustav von Wangenhiem
Greta Schröder
Alexander Granach
John Gottowt
Resulta muy curioso que la primera película realmente de vampiros de la historia, que además es la primera aparición de Drácula en el cine, sea una película pirata. «Nosferatu, el vampiro» (1922) copió descaradamente la novela de Bram Stoker sin pagar los derechos de autor, y cuando su viuda se enteró, a través de los tribunales logró que la productora se declarara en bancarrota y destruyeran las copias de película. «Nosferatu» se salvó porque habían vendido una copia al extranjero; si no llega a ser así, el cine de terror posterior seria distinto a cómo lo conocemos ahora, porque «Nosferatu» fue un film muy influyente en el género.
Jonathan Harker… esto… Thomas Hutter (Gustav von Wangenhiem) tiene que abandonar la ciudad de Wisborg y a su amada esposa Ellen (Greta Schröder) para viajar a los Cárpatos por motivos de trabajo: allí debe reunirse con el conde Orlock (Max Schreck) para ultimar la compra de unas viviendas en Wisborg. Cuando llega a Transilvania, los lugareños se asustan al conocer su destino, y le recomiendan que no vaya allí de noche. Hutter piensa que son supercherías, pero tras un viaje en carruaje y unas primeras noches muy inquietantes en el castillo, sospecha que el conde es un vampiro que quiere ir a vivir a Alemania.
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Max Schreck |
Es innegable la huella que ha dejado «Nosferatu» en todos los Dráculas posteriores, porque creó el patrón desde el que se construyen las otras películas, y que visualmente tiene momentos magníficos, pero narrativamente se ha quedado un poco anticuada, ya que esa historia ha sido mejor contada: «Nosferatu» tiene partes aburridas y el final tiene poca tensión.
Lo genial de «Nosferatu», porque están llenas de ideas visuales brillantes, son todas las apariciones del inquietante Max Schreck: encorvado, con unas uñas que acaban siendo garras, confundiéndose constantemente con la oscuridad y proyectando unas sombras marcadísimas. Toda la parte del castillo y del barco son maravillosas porque Murnau tenía un especial talento para componer imágenes llenas de misterio. Aparte de jugar con las sombras, utilizó la cámara rápida, sobreimpresiones, película en negativo, y
stop-motion para mostrar el poder que tenía ese personaje. Y una manera de salir del ataúd, rígido como un pedazo de madera, que más tarde copiaría Coppola en su «
Drácula«. El poderío visual de Murnau también se ve en la escena de la playa, que es preciosa, o en el desfile de ataúdes. Son imágenes con una belleza hipnótica.
Pero narrativamente la historia tarda en arrancar (para mí comienza a funcionar cuando Hutter llega a Transilvania); la parte central, con el montaje en paralelo entre el barco y Hutter intentando adelantarse funciona a medias (funciona el barco, porque lo de Hutter es muy repetitivo); y cuando Orlock llega a la ciudad, la tensión viene porque está propagando la peste, no porque amenace personalmente a Ellen o a Hutter, que tendría muchísima más fuerza.
No es comparable, pero vista inmediatamente después de Caligari pierde bastante.
Sí, ésta ha envejecido peor.