Odd Hours [6]

Portada original de Odd Hours de Dean KoontzNOVELA

Odd Hours
(EE.UU., 2008, 352 páginas)
Dean Koontz  Dean Koontz siguió con la serie de Raro Thomas en 2008 con la publicación de la cuarta parte, «Odd Hours», y aunque es uno de los libros más flojos (para mí, de los cinco que me he leído, es el peor junto con el segundo, «Forever Odd«), no deja de ser una lectura entretenidísima, y de tener grandes momentos.

   Raro Thomas ha encontrado trabajo en Magic Beach como cocinero para una antigua estrella de cine, pero como su vida no puede ser normal, lleva un tiempo soñando que un monstruo enorme surgirá del mar. Un día que camina por el paseo marítimo conoce a una misteriosa chica, Annamaria, a la que ya había visto en sueños, y poco después tiene que huir de tres matones que lo acosan sin motivo aparente. Raro, con la ayuda de sus poderes psíquicos, investiga qué está pasando, y deduce que en pocas horas ocurrirá una desgracia, que solo él puede evitar.
   «Odd Hours» tiene los maravillosos y muy peculiares personajes secundarios de Dean Koontz, a los que el autor trata con mucha ternura (el anciano actor, la mujer desfigurada, la mujer que ronda con su coche, y Annamaria), un humor tontorrón muy divertido, y muchísima acción con algún momento paranormal espléndido; pero también tiene una trama que le exige al lector que pase demasiado por alto para que se la crea.
   La novela empieza con una escena larguísima de una huida. De buenas a primeras unos matones persiguen a Raro por el paseo marítimo, y aunque Koontz es muy bueno estirando el momento, yo no hacía más que preguntarme por qué le perseguían, lo que me sacaba de la historia. La respuesta viene a mitad, cuando el «malo» le interroga, y de forma muy forzada le cuenta qué va a pasar, y por qué le persiguen (algo también muy forzado).
   Otro punto débil es que en esta ocasión Koontz utiliza demasiado el magnetismo psíquico de Thomas y otros personajes. El chico cuando quiere encontrar algo, se deja llevar, sabiendo que su instinto le va a conducir a alguna pista, aunque también le puede llevar a un peligro. En esta novela una densísima niebla cubre el pueblo, y Thomas para averiguar qué pasa utiliza su instinto, el instinto de un perro (un cobrador dorado, la raza favorita del autor), y el instinto de una mujer que se pasea con su coche cuando presiente que alguien necesita ayuda (Birdie, quien además le regala una pistola que le vendrá muy a mano a Thomas), y todas las veces le llevan a pistas.
   En dos ocasiones Koontz utiliza recursos muy parecidos a otros de novelas anteriores: como en «Mi nombre es Raro Thomas«, el protagonista encuentra asesinado en el baño a un sospechoso que iba a investigar; y como en «Forever Odd», el chico utiliza el poltergeist que crea un fantasma cabreado para escapar de sus perseguidores. Aunque hay que reconocer que lo que pasa en el baño aquí es muy espectacular e inquietante, y que el poltergeist tiene mucha gracia porque el fantasma enfadado es… Frank Sinatra.
   Si no le das muchas vueltas a la trama, y te dejas llevar por la historia, que es muy entretenida, el principio y la mitad casi te los puedes creer. Entonces te queda un misterio que lees de un tirón, con un final muy dialogado, que es tan demencial como divertido.
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