LOS DOS CEREBROS

Voy a hablar de algo que parece que no tiene nada que ver con la escritura. Pero confía en mí, es fundamental que lo sepas. Voy a hablar del fabuloso hombre con dos cerebros.
El hombre con dos cerebros, aparte de ser una comedia muy ingeniosa de los 80 con Steve Martin y Kathleen Turner, lo somos todos. Sí amigos, todos los hombres tenemos dos cerebros…
¡Chicas, chicas, tranquilas! Ya sé lo qué estáis pensando: “Claro que los hombres tenéis dos cerebros: uno en la cabeza, del tamaño de una nuez, y otro en la entrepierna, que es con el que pensáis”.
No me refería a eso. Lo que quería decir es que todas las personas tenemos dos cerebros; o mejor dicho, dos hemisferios de trabajan de forma distinta.
Nunca agradeceré lo suficiente a Holly Lisle que recomendara en
How to Think Sideways el libro
Nuevo aprender a dibujar con el lado derecho del cerebro (
The New Drawing on the Right Side of the Brain), de Betty Edwards. En él, Edwards, que durante varios años fue profesora de dibujo, explica que
los dos hemisferios cerebrales funcionan y asimilan la información de distinta manera.
Edwards reconoce que el funcionamiento y la diferenciación de los hemisferios no están tan claros como ella lo muestra, pero que es importante reconocer las diferentes maneras en las que procesa la información nuestro cerebro. Veámoslas.
El hemisferio izquierdo controla el lado derecho del cuerpo, y el hemisferio derecho la parte izquierda. Por eso, cuando alguien sufre una lesión en el hemisferio izquierdo, afecta a la movilidad en el lado derecho de su cuerpo, y a la inversa. Y cuando alguien sufre una lesión en el hemisferio izquierdo, que procesa el lenguaje, tiene dificultades para hablar. Ambos hemisferios se unen por el cuerpo calloso, que es un haz de fibras nerviosas, cuya función es que los hemisferios trabajen conjuntamente.
El hemisferio izquierdo es verbal, analítico y secuencial. Le gusta el lenguaje, las matemáticas, los puzzles y llegar a conclusiones de forma racional, siguiendo paso a paso un razonamiento.
El derecho es visual, perceptivo y simultáneo. Con él percibimos las distancias y las proporciones de las cosas, entendemos las metáforas, soñamos, imaginamos, perdemos la noción del tiempo, tenemos corazonadas y creamos cosas de la nada.
En un mundo ideal, utilizaríamos los dos hemisferios. A veces lo hacemos, como cuando nos ayudamos con gestos cuando nos vemos limitados con el lenguaje. Edwards da el ejemplo de tener que explicar cómo es una escalera de caracol sin hacer el gesto de la espiral. Debe de ser por eso que cuando hablo inglés, ya que no soy bilingüe, muevo mucho las manos. (Prueba a ponerme cascabeles en los dedos y haré más ruido que la Filarmónica de Viena).
Pero
el sistema educativo y el mundo en el que vivimos llevan siglos incentivando el uso del hemisferio izquierdo y dejando de lado el del derecho. Piensa en la educación reglada que recibiste. Mira tu entorno. ¿Quieren hacerte pragmático o soñador? (si tienes alguna duda, échale un vistazo a mi querida
Apisonadora). Esto provoca que
el hemisferio izquierdo domine al derecho en nuestra vida, limitando enormemente nuestro potencial.
Somos seres humanos, no máquinas.
En el libro, Edwards enseña a dibujar enseñando a mirar las cosas tal y como son en la realidad y luego plasmándolas en el papel. Los primeros ejercicios son, sin ninguna indicación técnica, hacerte un autorretrato, dibujar a una persona que conozcas de memoria, y dibujar tu mano.
Los resultados son espantosos, pero descubres una serie de símbolos que utilizas para representar conceptos, no los objetos de la realidad. Posiblemente el retrato hecho de memoria sea muy esquemático, pero tendrá rasgos parecidos a tu autorretrato: las narices son similares, o tal vez los labios, o quizá las cejas.

Edwards explica que estos símbolos se desarrollan en la infancia. Los niños comienzan dibujando garabatos y a medida que van creciendo, van añadiendo más detalles a los dibujos.A través de la repetición, los niños memorizan símbolos que representan objetos: una sonrisa es una “U”, unos ojos un par de círculos con un punto en medio, todas las manos tienen una determinada forma, etcétera. Con el tiempo, los símbolos evolucionan, pero se quedan grabados en nuestra memoria, lo que impide que dibujemos bien.
Vemos una nariz y pensamos “nariz”, y en vez de dibujar la nariz que tenemos en frente, dibujamos el símbolo almacenado en el cerebro. O nos ponemos a dibujar una silla, y las patas nos quedan mal porque estamos pensando en “patas” y recurrimos al símbolo de “patas”. Por eso muchos adultos cuando dibujamos, dibujamos dibujos que parecen hechos por niños pequeños.
El hemisferio izquierdo, al que le gustan los símbolos que representan cosas, domina al hemisferio derecho, que asimila las formas tal y como son.
Según Edwards, “Una definición de una persona creativa es alguien que puede procesar de nuevas formas la información que tiene en frente –los datos sensoriales comunes que asimilamos todos–. Un escritor utiliza palabras, un músico notas, un artista visual percepciones, y todos necesitan tener conocimientos de las técnicas de sus artes. Pero un individuo creativo intuitivamente ve posibilidades para transformar la información ordinaria en una creación nueva, que transciende los materiales de partida”. Me parece una definición genial.
Para lograr lo que dice Edwards, es necesario utilizar los dos hemisferios. Piensa en lo que te limita para dibujar el que un hemisferio domine al otro, que influye en algo tan básico como es observar. Esa dominación también te limita en la vida, sobre todo si quieres ser creativo.
PASANDO DEL HEMISFERIO IZQUIERDO AL HEMISFERIO DERECHO
Los siguientes ejercicios del libro son copiar dibujos bocabajo (el dibujo, no tú). Así ves formas a las que no puedes poner nombres. El lenguaje, que se procesa en el hemisferio izquierdo, no interfiere con los dibujos porque no puede nombrar lo que ve.
Y durante todo el libro, Edwards propone ejercicios para que nos fijemos en las formas que tienen las cosas, sin que el lenguaje intervenga, al tiempo que prestemos atención a qué sentimos cuando estamos dibujando; cuando estamos trabajando con el hemisferio derecho. Edwards lo llama pasar del modo-I al modo-D.
Sonja Lyubomirsky, en La ciencia de la felicidad (The How of Happiness), llama a lo que sentimos “estado de flujo”: “Este término, acuñado por Mihaly Csikszentmihalyi, define un estado de ensimismamiento y de concentración intensos en el momento presente. Estás totalmente inmerso en lo que estás haciendo, absolutamente concentrado y sin conciencia de ti mismo. La actividad que realizas es un desafío y es apasionante, y pone a prueba tus habilidades y tu experiencia. Cuando ‘fluyen’, las personas dicen que se sienten fuertes y eficaces (en el apogeo de sus habilidades), alertas con control, y para nada conscientes de sí mismas. Realizan la actividad porque sí.”
Entramos en un “estado de flujo” cuando realizamos algo que nos apasiona tanto que perdemos la noción del tiempo, nos evadimos un poco de la realidad; ya sea porque leemos una novela, vemos una película, o simplemente charlamos con un amigo. En estos ejemplos interviene el lenguaje, pero el hemisferio derecho es el dominante; estamos en el modo-D.
El “estado de flujo” es maravilloso.
¿Y cómo podemos pasar del modo-I al modo-D?

Prueba a escuchar música. Túmbate en la cama, ponte unos auriculares que te aíslen del mundo, y escucha música instrumental, o si tiene letra, que sea en un idioma que desconoces, para que el lenguaje no intervenga. Cierra los ojos y concéntrate en la música. Al rato estarás pasando al modo-D.
La meditación es otra forma de pasar de un hemisferio a otro. La idea es tener la mente en blanco durante unos minutos, lograr que la parte racional de tu cerebro esté callada durante un rato. Tienes que sentarse a solas en un lugar cómodo, con la espalda recta. Cierras los ojos y te concentras en la respiración. O puedes visualizar algo en tu mente, y sólo fijarte en eso. Si empiezas a tener pensamientos, deja que pasen y vuelve a empezar con la respiración. Empieza estando cinco minutos meditando, con la práctica puede estirarlo varios minutos más.
Un escritor necesita trabajar con los dos hemisferios: tiene que utilizar las emociones y las ideas, que vienen del hemisferio derecho, y darles forma para que sean coherentes, con el hemisferio izquierdo.
Seguimos en el siguiente artículo. Por ahora, intenta pasar del modo-I al modo-D, y fíjate en lo que sientes.
LA EVOLUCIÓN DE MI NOVELA
He decidido ampliar mi cuota diaria a 400 palabras por dos motivos. Primero, me doy cuenta de que ni de coña puedo encajar todo lo que quiero contar en las 40.000 palabras que me quedan para llegar al tope. Me da que la primera versión de la novela va a ser mucho más larga de lo que pensaba.
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¿Mi marqués? |
Y segundo, he notado últimamente que me cuesta mucho menos imaginarme lo que va a pasar y escribirlo. No tengo muy claro si es porque he cogido práctica o es que ya conozco bien a los personajes y la historia, y las palabras vienen solas.Ahora me parece muy sencillo transportarme a ese mundo imaginario que he creado, y ver las cosas y sentir a través de mis personajes; sólo tengo que describir esas sensaciones y lo que está pasando.
El problema es que a veces suceden cosas, o aparecen personajes, con los que no contaba. Esta semana se ha colado un marqués del siglo XVIII. ¡Pero si mi novela se desarrolla en la actualidad! Y el marqués es una persona normal, vamos, que no es inmortal.Pues parece que el marqués no quiere hacer mutis por el foro. Ya veré si le doy la patada en la revisión. Por lo menos ahora no da mucho la tabarra, no roba escenas, y parece que sabe que es un personaje muy secundario. Todavía no sé ni su nombre.
Esta quincena he tenido que lidiar con la polifonía. Todas las novelas son polifónicas, incluso las que están narradas en primera persona: en cuanto pones un diálogo, cada personaje suena de forma distinta. O debería.
Para no complicarme la vida, estoy escribiendo la novela en tercera persona, así tengo la voz del narrador y las voces de los personajes cuando hablan o piensan. Escribiéndola en tercera persona evito un error en el que es muy fácil caer si escribes en primera persona: que el narrador suene demasiado parecido a ti mismo, y que el protagonista acabe siendo una versión encubierta de ti. (Todo el mundo que te conozca se va a dar cuenta y a decírtelo).
En el momento clave de mitad de la novela (que con lo que me enrollo tiene pinta de acabar siendo un cuento largo dentro de la novela), el protagonista se pone a contar una historia en primera persona. Temblé: esa parte tenía que sonar distinta del narrador que cuenta el resto de la novela; tenía que sonar como el protagonista. Y para complicar las cosas, dentro de esa narración en primera persona, hay otras personas que cuentas historias, también en primera persona.
Solución: no agobiarme mucho y seguir adelante. Ya corregiré los fallos en la revisión. Archivo: este artículo fue publicado originariamente el 5 de diciembre de 2010.
Recomendaciones:
—Nuevo aprender a dibujar con el lado derecho del cerebro (The New Drawing on the Right Side of the Brain), de Betty Edwards. Está traducido y sigue en circulación. Sin él no hubiera llegado tan lejos con mi escritura. Hazte con un ejemplar y ponte a dibujar. Verás el mundo con otros ojos. Garantizado.
Me ha parecido muy interesante lo de los dos hemisferios cerebreles.
A mis años, no pierdo la esperanza de ser algo creativa si trabajo con los "dos cerebros"….
Pues adelante. Nunca es tarde para empezar.