NOVELA
Diástole
(España, 2011, 233 páginas)
Emilio Bueso
Emilio Bueso compagina su trabajo de ingeniero con el de escritor de terror y ciencia ficción. Diástole (2011) fue su segunda novela, y con ella ganó el Premio Celsius de la Semana Negra a la mejor novela fantástica y quedó finalista del Premio Ignotus y el Nocte.Viendo que la venden como terror, iluso de mí, espera terror. Sin embargo, de terror hay muy poquito, pero Diástole es entretenidísima, oscura y sucia y evocativa, tiene apasionantes escenas desarrolladas en Rusia, y si no te lo estropean, un gran final sorpresa.
SINOPSIS
Jérôme es un pintor de cuarenta y un años yonki al que la vida parece darle un respiro: un extraño personaje lo ha contratado para que le pinte un retrato durante cuatro noches. Su cliente, el misterioso Iván, vive en una mansión en ruinas perdida en las montañas, y durante el tiempo que dure la realización del cuadro, le irá desgranando su vida. A medida que avancen las sesiones, más peligrará el futuro de Jérôme por haber aceptado el trato.
ANÁLISIS
Lo mejor para leer
Diástole es no saber nada de ella; yo cometí el error de ver los comentarios en
Goodreads, que me desvelaron demasiado y me estropearon la sorpresa final. Pero incluso así, me gustó mucho. Escribiré esta reseña dando las menos pistas posibles.
Diástole sigue dos tramas que acaban confluyendo. Por un lado está la del pintor Jérôme, quien no tiene dónde caerse muerto. A medida que vas descubriendo más facetas de su vida, más te das cuenta de que no puede caer más bajo, de lo angustiosa y perdida que está su existencia, pero que irremediablemente, su situación empeora por momentos, y que de alguna manera que no comprendes, su asociación con Iván va a ser muy perjudicial.
Siempre se puede caer más bajo.
Por otro, la de Iván, el misterioso ruso que contrata a Jérôme para que le pinte su retrato en cuatro noches. A través de escenas cautivadoras, llenas de tensión e imaginación, amor y persecuciones, que ocultan un misterio subyacente (¿quién es realmente ese personaje, y los que le acompañan?), Iván va relatando su pasado. Estas escenas son lo que más me gusta de la novela: leía y leía y leía, embaucado por lo que pasaba en esas páginas. Odiaba tener que volver al mundo real. Para mí, esa es la mejor alabanza que puede recibir una novela.
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En glorioso papel |
Especialmente apasionantes me resultaron las escenas de Chernóbil, por desconcertantes y evocadoras, y las muy oscuras y angustiosas del invierno en Leningrado.
Las dos tramas están contadas en primera persona, y Bueso, muy hábilmente, les da dos voces muy diferenciadas a los personajes. Jérôme, el pintor acabado, suelta frases como:
“Soy pintor. De los católicos. De los buenos. De los yonkis”.
“Tampoco puedo joderla ahora. No puedo perder este trabajo. Es el primero que consigo desde que me echaron de París”.
“El mono me está matando.
Me lanza cacahuetes desde su jaula. Me tira cocos desde lo alto de su palmera. Me arroja rocas enormes desde la cima de su montaña”.
Mientras que Iván, que narra todo su pasado en diálogos, es más culto, y mucho más templado:
“Yo era el hombre tranquilo de Madame Chzov, su amigable y sereno puño de hierro. No hablaba con nadie, y nadie hablaba conmigo. En rigor, yo no hacía otra cosa que garantizar la seguridad de las señoritas, algo que casi nunca era necesario”.
Lo que menos que gusta de la novela, y entiendo que Bueso lo puso para subir la tensión en la trama de Jérôme, para mostrar más habitaciones de la inquietante mansión, y para conducir al clímax, es cuando unos rusos contactan con el pintor para que encuentre algo en la casa de Iván.
Nunca me acabé de creer que a sabiendas (y ellos lo sabían) de lo desastroso que es ese personaje, nadie le encargase nada. Se podría justificar con que necesitaban localizar algo peligroso antes de entrar en acción, pero en el clímax esa justificación se va al garete: entran en acción sin esperar. Entonces, ¿qué sentido tiene que contactaran con él? Ninguno.
La parte de terror, magnífica, viene al final. Por fin descubres qué está pasando, y Bueso no se corta al mostrarte la verdadera y horrorosa fachada que no acababas de entrever en las historias de Iván.
Siempre se puede caer más bajo.
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