Sonrisas y lágrimas [4]
(EE.UU., 1965, 174 min)
Dirección:
Robert Wise
Guión:
Ernest Lehman
Intérpretes:
Julie Andrews
Christopher Plummer
Eleanor Parker
Richard Haydn
Peggy Wood
Charmian Carr
Los Oscars de 1966 fueron un duelo muy reñido entre dos películas enormemente populares: “Doctor Zhivago”, de David Lean; y “Sonrisas y lágrimas”, de Robert Wise. Cada una partía con diez nominaciones, y cada una acabó con cinco estatuillas, aunque la de Wise se llevó los más importantes: Mejor Película y Mejor Director. Personalmente, el film de David Lean me parece fallido, sobre todo por un protagonista demasiado pasivo; pero es muchísimo mejor que el pastelón rebosante de almíbar que es “Sonrisas y lágrimas”.
En su época, “Sonrisas y lágrimas” desbancó a “Lo que el viento se llevó” como la película más taquillera de la historia en Estados Unidos; y hoy en día, según Box Office Mojo, adaptando el precio de las entradas a la inflación, es la tercera; sólo por detrás de “Lo que el viento se llevó” y “La guerra de las galaxias”, con una recaudación equivalente a más de 1.100 millones de dólares. Tanto dinero la convierte en la película más popular de los 60 y en el musical de más éxito de la historia del cine en Estados Unidos.
Los orígenes de “Sonrisas y lágrimas” son las memorias de Maria Augusta von Trapp, “The Story of the Trapp Family Singers”. El libro sirvió de base para dos películas alemanas de los 50 (“La familia Trapp” y “La familia Trapp en América”) y un musical de Broadway de los prestigiosos Rodgers y Hammerstein, estrenado en 1959. La película de Wise es una adaptación del musical.
Curiosamente, los productores Darryl y Richard D. Zanuck le ofrecieron el proyecto a Robert Wise, quien lo rechazó por demasiado empalagoso. Después de que varios directores declinaran la oferta (entre los que se encontraban Gene Kelly y Stanley Donen), William Wyler aceptó. Él decidió contratar a Julie Andrews como protagonista y comenzó la preproducción y a localizar en Salzburgo. Wyler no estaba muy apasionado con “Sonrisas y lágrimas”, y cuando vio que podía dirigir “El coleccionista”, abandonó el proyecto. Entonces, los productores volvieron a Robert Wise, que aceptó porque la producción de “El Yang-Tsé en llamas”, que estaba preparando, se había retrasado.
“Sonrisas y lágrimas” se desarrolla en Austria, justo antes de que fuera invadida por los nazis, y cuenta la historia de Maria (Julie Andrews), una novicia con muy poca vocación religiosa, pero con unas ganas tremendas de cantar y vivir la vida. La madre superiora de su convento, para que aclare sus ideas, la manda una temporada a casa del capitán Trapp (Christopher Plummer), donde tiene que cuidar de sus siete hijos.
“Sonrisas y lágrimas” está hecha con mucho cuidado. Wise se esmeró en buscar composiciones bonitas, con planos que a veces parecen hechos con tiralíneas. El reparto, exceptuando a Eleanor Parker, que es demasiado exagerada, está bien, y el film contrapone muy bien la oscuridad del convento con los días soleados de Salzburgo y la casa bien iluminada del capitán.
El número musical de “Do Re Mi”, es dinámico, transmite alegría y muestra perfectamente cómo se han abierto los niños a Maria; y el momento en el que el capitán ve a los chavales subidos a los árboles es muy divertido.
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Julie Andrews |
Lo mejor de “Sonrisas y lágrimas” es su comienzo, que es apabullante. Son una sucesión de planos aéreos de los Alpes y Salzburgo, mientras que en la banda sonora se oye sucesivamente viento, pájaros, y el comienzo de la música. Un plano de helicóptero muestra una figura que pasea por la cima de una montaña, y al acercarse, vemos que es Julie Andrews. Por corte, pasa a plano medio, y Andrews se pone a cantar “The Sound of Music”. Me cuesta encontrar una presentación del protagonista que tenga tanta fuerza como la de Maria.
Pero “Sonrisas y lágrimas” es una película tremendamente básica, y por eso es tan fácil llenar los huecos de una narración pésima. Desde el principio, el espectador sabe que la monja cantarina va a revolucionar la casa de los Trapp, ganándose a los hijos. También sabe que el capitán, que es un viudo joven, se enamorará de ella. Lo sabe porque le están contando una historia, e inconscientemente, ha asimilado una serie de convenciones: ¿una monja cantarina, que es la protagonista, va a ir a una casa simplemente a cuidar de los niños? Pues no, se van a producir cambios, que si no, no hay historia.
Esto hace posible que la relación de Maria con la familia Trapp vaya a saltos enormes y la gente no se quede desconcertada: los niños le meten una rana en el bolsillo para que se vaya, y en la siguiente escena, Maria utiliza la ironía, y los chiquillos se deshacen en lágrimas por lo mal que se han portado; esa misma noche, que hay tormenta, María se gana a la mayor guardándole un secreto (que está bien), y al resto porque tienen miedo de los truenos y les canta una canción.
Con el capitán pasa lo mismo. La historia de amor está muy mal contada, y sabes que se gustan porque es lo que se supone que tiene que pasar. De lo contrario, el único que se daría cuenta sería el personaje de Eleanor Parker.
Tengo un problema con los números musicales: funcionan a dos niveles, y chirrían. Por una parte, siguen las convenciones del musical: los personajes se ponen a cantar para expresar sus sentimientos; pero por otra, funcionan de forma realista: a Maria le gusta cantar y enseña canto a los niños. Por eso, cuando veo cantar a Maria, no me extraña; pero cuando canta alguien porque es una convención del género, me choca. Los mejores ejemplos son las monjas. Yo me preguntaba por qué, sin previo aviso, se ponían a hacer gorgoritos si estaban hablando un segundo antes. También me sacó de la película que la hija mayor se pusiera a cantar con Rolf o que Maria y el capitán hicieran lo mismo para expresar lo que sentían.
Además, los números son bastante ñoños y poco imaginativos. Quitando el que abre la película y el de “Do Re Mi”, el resto son anodinos. Los del pabellón de cristal por la noche, aparte, son empalagosos, con planos muy cursis. Sorprende pensar que cuatro años antes Robert Wise había dirigido “West Side Story”, cuyos números musicales son infinitamente más modernos y mejores. Claro que esos números los dirigió el coreógrafo Jerome Robbins. Grosso modo, los números de “Sonrisas y lágrimas” retroceden a los musicales de los 40, mientras que los de “West Side Story” antecedían el cine que vendría en los 70. Puede que el clasicismo lo impusiera el tema de la película, pero algo más dinámico no hubiera estado mal.
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Julie Andrews y Christopher Plummer |
Hay dos que me sacan de quicio: el de la presentación de Rolf (es uno de los cursilones del pabellón de cristal), porque dedica demasiados minutos a un personaje que luego no tiene mucha importancia; y el de las marionetas, que es interminable.
Algo que no soporto de “Sonrisas y lágrimas” es que, exceptuando al nazi de opereta del final y Rolf, todos los personajes son buenos. Algunos, incluso, son almas cándidas, empezando por Maria. Esta candidez hace que los niños parezcan que tienen todos 6 años, aunque una tenga 16 y otro 14; los mejores ejemplos son la primera cena y la de las bayas.
Ojo, que ahora llega Carlos el Destripador.
La bondad reina por todas partes en “Sonrisas y lágrimas”, e incluso los personajes que ponían impedimentos a la felicidad de Maria, cambian de opinión. El peor caso es cómo está resuelta la crisis de mitad de la película, cuando Maria vuelve al convento. Primero la madre superiora la aísla, pero, de repente, se da cuenta de que está enamorada, y la deja marchar, cantándole que busque su camino. Y cuando Maria vuelve a la mansión de los Trapp, los cánticos han llegado al Señor y ha obrado milagros: el capitán se da cuenta de que la ama, y la baronesa, que era una arpía, se vuelve comprensiva.
El final es ridículo. Aparte de estar muy estirado, porque el conflicto central se resuelve media hora antes; el pérfido nazi es idiota, y la familia se escapa delante de sus narices de la forma más obvia posible. “Sonrisas y lágrimas” tiene un fallo que me hace mucha gracia: si cruzas las montañas que hay cerca de Salzburgo, no acabas en Suiza, sino en Alemania.
Será un clásico, pero a mí “Sonrisas y lágrimas” me parece cursi, eterna y aburrida.
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