VIDA DE ESCRITOR: ¡ARRIÉSGATE!

Logotipo de Rotten TomatoesAunque ya no escribo mucho de cine, vamos a hablar un poco del séptimo arte. Para ver qué piensa la gente de las películas compruebo dos páginas. Una es IMDb, que me da una idea de lo que piensan los espectadores (teniendo en cuenta que un 7 sobre 10 equivale, grosso modo, a un aprobado), y la otra es Rotten Tomatoes, que me da la visión de los críticos.
            Rotten Tomatoes (o su filial para hispanohablantes: Tomatazos) recopila las críticas de un puñado de críticos profesionales, y te saca una media y un consenso general, lo cual resulta muy práctico para saber de un vistazo qué piensa la crítica (siempre teniendo en cuenta el alto grado de esnobismo que hay en la profesión).
            En 2011, cuando escribía muchísimas críticas de cine y buscaba dar visibilidad a mi blog, me informé cómo podría aparecer en Rotten Tomatoes. La única oportunidad que tenía era hacerme socio de la Online Film Critics Society, y entonces echar la solicitud. Comprobé qué pedía esa asociación para poder ser miembro (escribir al menos 50 críticas al año, de al menos 400 palabras de extensión, y haber mantenido tu página al menos durante los dos últimos años; daba igual el idioma), y aunque cumplía los requisitos, no hice nada porque un comité valoraría mis críticas, y me aterraba que me pudieran rechazar.
            Dos años después, aún le daba vueltas a pertenecer a Rotten Tomatoes, y la única posibilidad seguía siendo a través de esa asociación. Entonces sí me presenté, y me aceptaron, y en cuanto lo hicieron, en septiembre de 2013, mandé la solicitud a Rotten Tomatoes, que incluía dos críticas de muestra.
            Esta misma semana, dos años y medio después, me han escrito diciendo que la están valorando. Les he dado las gracias, pero ya es tarde, porque ya no escribo críticas de forma regular (ni quiero ser crítico), aunque me ha hecho ilusión que no me rechazaran a las primeras de cambio, y que se estuvieran planteando meterme en Rotten Tomatoes, el agregador de críticos más importante del mundo.
            ¿Qué quiero decir con esto? Pues que igual, si hubiera dado los pasos en 2011, los de Rotten Tomatoes me hubieran aceptado en 2014, y habría estado en esa página durante dos años. Cuando tengas un objetivo y veas una oportunidad, lánzate a por ella, aunque no salga. Al menos lo habrás intentado. 
LOS MITOS DE LA FELICIDAD
Portada de Los mitos de la felicidad, de Sonja Lyubomirsky

Sonja Lyubomirsky es una investigadora y profesora de psicología, especializada en felicidad. Pertenece a la corriente conocida como psicología positiva, que es aquella que en vez de centrarse en los problemas psicológicos de la gente, estudia cómo son las personas felices y equilibradas para que el resto podamos seguir sus pasos y ser como ellas. El representante más famoso es Martin E. P. Seligman; en España, Bernabé Tierno.

Al contrario que muchos autores de autoayuda, quienes presentan técnicas que, a pesar de funcionar de maravilla, no han sido sometidas a análisis científicos, Lyubomirsky siempre busca el respaldo de la comunidad científica. En 2008 escribió «La ciencia de la felicidad» («The How of Happiness»), donde exponía doce actividades que fomentaban la felicidad, y gracias a él fui consciente, entre otras cosas, de la necesidad de vivir y disfrutar del momento presente, y de que debía buscar qué era lo que realmente me gustaba a mí, en vez de hacer cosas que les gustaran a mis padres o a mis amigos.

            En 2013 Lyubomirsky escribió su segundo libro, «Los mitos de la felicidad» («The Myths of Happiness»), y en él expone cuál es el comportamiento humano normal, y cómo la sociedad lo ha distorsionado, provocando que nos sintamos frustrados e infelices. «La ciencia de la felicidad» me gustó mucho, «Los mitos de la felicidad» me parece aún mejor: te ayuda a ver la vida de una manera mucho más calmada.
            En el libro Lyubomirsky explica que entre lamentar no habernos arriesgado en el pasado para lograr algo y lamentar haber cometido un error, la gente va a lamentar más el primer caso. La autora da cuatro motivos:
            1— Es más fácil racionalizar acciones que inacciones.  Los errores los podemos racionalizar y sacar de ellos alguna experiencia positiva: aprendemos y crecemos metiendo la pata; además, se pueden enmendar. Sin embargo, jamás podremos enmendar o aprender de algo que no hicimos, y es posible que sigamos lamentando durante mucho tiempo el no haberlo intentado: no me atreví a escribir mi novela; no me presenté a tal concurso; no me atreví a buscar agente o editorial.
            2— Arrepentirse de la inacciones se magnifica con el tiempo. Aunque la primera reacción a un error puede ser negativa (sentirse mal, culpable, enfadado), esa sensación se evapora rápido, mientras que el arrepentimiento por no haber intentado algo tarda mucho en desaparecer, o puede incrementarse con el tiempo. Sucede esto porque las razones por las que no actuamos se van volviendo nebulosas con el tiempo, y no las podemos utilizar para justificar la inacción: no me apunté al curso de escritura por miedo a tener que compartir mis cuentos; ese miedo nos parece mucho menos convincente pasados los años, y solo nos queda el arrepentimiento.
            3— Las consecuencias de las inacciones son ilimitadas. Cuando consideramos lo que podría haber pasado si nos hubiéramos arriesgado, imaginamos infinidad de posibilidades: ahora viviría de la escritura, tendría un best-seller, tendría el Planeta. Las opciones pueden ser muy fantasiosas. En cambio, cuando consideramos los errores que hemos cometido, podemos encontrar razones convincentes por los que los cometimos (parecía una buena propuesta, todavía no sabía cómo funcionaba el mundo editorial), y las consecuencias no suelen ser graves y tienen un límite. Un truco que da Lyubomirsky para quitarle peso a los errores es preguntarse «¿Esto me importará en un año (o cinco)?». La respuesta es normalmente «No».
            4— Le puedes echar la culpa a Ziegarnik. Bluma Ziegarnik (1901 – 1988) fue una psicóloga soviética que descubrió que tendemos a recordar y a obsesionarnos más con las tareas inacabadas que las acabadas. La razón es que cuando lamentamos no haber hecho algo en el pasado, normalmente lamentamos no haber aprovechado una oportunidad que se nos presentó, y la sensación de no haber terminado una tarea permanece viva en el recuerdo mucho más tiempo. Con los fallos, en cambio, somos capaces de pasar página mucho más rápido.
            Por todo esto, Lyubomirsky recomienda arriesgarse, asumir un riesgo al menos una vez al mes: «Sal de tu zona de confort, sorpréndete a ti mismo, mete la pata, prueba algo nuevo, o aprovecha una oportunidad aunque te dé un poco de miedo. Puede que descubras oportunidades que ni siquiera sabías que existían. Puede que encuentres un talento, fortaleza, o preferencia que desconocías que tenías».
            Más adelante añade: «Hay un dicho que asegura que todas las personas de éxito son fracasados. Si ya te has establecido, ya seas un emprendedor de internet, dueño de un pequeño comercio, escritor, o político, es probable que hayas experimentado múltiples fracasos, rechazos y decepciones antes de alcanzar el éxito actual».
            Así que ya lo sabéis: es mucho más saludable arriesgarse para alcanzar vuestros sueños, sean los que sean, a no hacer nada por ellos.

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