Enfrentarse a la quimera de la publicación y vencer, por Ana Escudero Portal
Ana Escudero Portal es una correctora profesional que acaba de publicar su primera novela en Amazon, la fantasía juvenil Encontrarás quimeras.
Aquí su sinopsis:
Taniel vive con su abuela en la ciudad de Gorna, hogar de la última quimera. Su padre lo anima a estudiar cada día para convertirse en un gran orador, pero su verdadera ambición es ser maestro. El día de la prueba final de retórica cambiará su vida, y una promesa lo lanzará en un viaje que le llevará a descubrir los secretos enterrados entre las calles de Gorna… y las quimeras que albergan sus murallas. No todos los mitos viven en el pasado. No todas las quimeras son de carne y hueso.
Ana ofrece servicios de corrección, informes de lectura, redacción de sinopsis, asesoría literaria y traducción. Para más información, podéis visitar su página web. Podéis seguirla en Facebook, Twitter e Instagram.
Os dejo con ella para que nos cuente cómo la escribió y publicó.
El origen de la novela
Encontrarás quimeras surgió de una imagen.
Por aquel 24 de enero de 2019, yo todavía era una novata en Twitter, y descubrí que había gente que compartía imágenes y animaba a sus seguidores a escribir las historias que estas les inspiraran. Pero la mayoría eran imágenes muy realistas, y yo estaba buscando ilustraciones de fantasía (para variar). Y entonces la vi: un león blanco enorme en un circo bañado en una lluvia de pétalos de rosa blanca.
Yo tenía que escribir esa historia.
Así que compartí la imagen en mi perfil y animé a los que me leyeran a escribir su historia en un tweet (una costumbre que mantengo y reavivo cada lunes). Yo también lo intenté.
A las diez de la noche de ese mismo día, con diez veces más caracteres de los que admite Twitter, di por definitiva mi derrota. Aquella historia no cabía en un tweet. Ni siquiera había un fragmento que pudiera recortar y compartir en la red, pues aquel texto todavía no tenía final. La historia de Taniel acababa de empezar.
Por aquel entonces Taniel no era Taniel ni la quimera tenía tres cabezas. Yudiz sí que era una lamia, y quizá es el personaje que más constante se ha mantenido a lo largo de los borradores. Ella siempre ha sido una chica con las ideas claras, y sabía mejor que yo cuál era el camino de esta historia.
Al día siguiente me senté en el sillón, ordenador en mano, dispuesta a terminar la historia. Una migraña se presentó a media mañana e intentó hacerme desistir, pero me negué a perder la batalla. Aquella historia me tenía enganchada. No sabía cómo terminaba, pero sabía que, si peleaba lo suficiente por ella, el final estaría esperándome al final del dolor de cabeza. Así que bajé el brillo de la pantalla el mínimo, puse un fondo azul marino en el archivo y seguí escribiendo entre letras blancas y ojos entrecerrados.
A las once y media de la noche cerré el documento con un nuevo principio y un final. Un final que no era un final. Un final de los míos. El final de una escena, pero no el de una historia. Así que escribí tres líneas que me ayudaran a seguir al día siguiente y lo dejé.
Pero después del esfuerzo titánico del día anterior, el 26 no se me ocurría nada, ni el 27, ni el 28, ni el 31. Hasta que llegó la mejor inspiración del escritor: una fecha de entrega.
Una editorial convocó un concurso de relatos para una antología mitológica, y yo sabía que mi novela era perfecta para el tema que proponían. Ni siquiera tenía que adaptar la ambientación, porque la historia ya estaba escrita. Solo tenía que terminarla. Y el plazo terminaba el 15 de marzo, lo que me daba suficiente tiempo para acabar la historia, reposarla, revisarla y enviarla corregida.
Pero no se me ocurría nada para el final. Así que arreglé lo que tenía y lo cerré como pude. Como yo suelo hacer. Cerrando la escena y no la historia. 5 de marzo de 2019, un texto diez veces más largo que el primero (que ya era diez veces más largo que el tweet original) y un final con humor, pero mediocre y con cabos sueltos.
¿Te he dicho ya que lo que más me cuesta de una historia es el final?
Estaba más o menos conforme con el relato, pero sabía que no hacía justicia a las emociones que había inspirado la imagen. Así que ahora que ya tenía un final posible para enviar a concurso, me dejé llevar y me lancé a escribir el final alternativo sin presión alguna. Y salió. Cuando creía que no lo necesitaba porque el texto ya estaba listo para el concurso, el verdadero final vino a mí. Porque no renuncié a jugar con los personajes. Porque disfrutaba demasiado con ellos para dejarlos marchar con un final mediocre.
Pero el límite de palabras jugaba en mi contra. Sí, ya lo había hecho cuando trataba de encajarlo en un tweet y ahora lo hacía cuando intentaba ajustarlo a la convocatoria. Tuve que sacrificar la escena del principio, que no es la primera que escribí, y lo envié al concurso el 12 de marzo de 2019 con ciento veintiocho palabras menos de las que pedían. Si esperaba al 15, me iba a pasar tres días revisando el mismo texto y no quería obsesionarme.
Ni qué decir tiene que no ganó ni una mísera mención.

Destrozando la historia
No lo entendí entonces. Creía que mi historia era perfecta. Me faltaba perspectiva, como a todos los autores que acaban de ver nacer su obra. Así que se lo mandé a tres amigos para que me comentaran. Una no se lo pudo leer, a otra le gustó y el último me lo destrozó. Y gracias al destrozo, pude reconstruir mi historia desde los cimientos.
Destroza las historias que leas, querido lector. Arranca la cizaña con argumentos y ensalza las virtudes con más argumentos. Un escritor es incapaz de ser objetivo con su propia obra, pero una crítica constructiva es suficiente para ayudarlo a ver a su bebé desde otra perspectiva.
El problema estaba en la raíz de la historia. La ambientación no estaba justificada y generaba preguntas incómodas que distraían del tema central. La historia tenía dos finales (y yo en algún momento había llegado a creer que no tenía ninguno), y uno de ellos parecía sacado de la manga (el famoso Deus ex machina con el que los escritores nos llenamos la boca) y dejaba al lector con la sensación de que la autora había hecho trampas.
Aquello no se arreglaba en un solo día. Aquello necesitaba historia, trabajo de personajes y un mundo firme en el que ambientarse, y no el collage de mitología y realidad que yo había creado en un momento de migraña. Aquello era un final sin un principio.
Y se fue al cajón. Se fue al cajón porque yo no tenía ni idea de cómo arreglar aquel desaguisado. Tenía un relato con unos personajes que me chiflaban, pero estaba demasiado cerca de ellos. Les tenía demasiado cariño y era incapaz de corregirlos. Y me olvidé de ella.
Hasta que llegó el día. El día en que me decidí a dar el paso. Después de escribir para mí durante nueve años sin necesidad de enseñar mis escritos a nadie y dos años luchando por escribir para un público y recibiendo silencio y cuatro amables rechazos por parte de las editoriales, dos de ellos personalizados (Edebé y Freya Ediciones, siempre tendréis un hueco en mi corazón) decidí que había llegado el momento de lanzarme a la autopublicación.
Releí muchas de mis historias y relatos. Nunca he tirado nada de lo que he escrito. Nunca lo hagáis, aspirantes a escritores. Borrar historias no sirve de nada. Podar lo que les sobra para que luzcan brillantes y hermosas es fundamental, pero no hay historia que merezca ser podada hasta la muerte. De los más cortos fragmentos salen ideas que podéis incorporar a otros textos más merecedores de ellas. También podéis regarlos y hacer crecer una historia nueva de sus brotes.
Ese fue el caso de Quimera. Era un relato cuyo título nadie comprendía, quizá porque la metáfora ni siquiera era buena, y el 13 de enero de 2020, después de repasar los relatos escondidos en el cajón, se convirtió en Proyecto Quimera, la elegida para iniciar mi aventura como autora autopublicada. Sabía que de ahí podía sacar una novelette. Y esperaba que esta vez la extensión no se me fuera de las manos, como me había pasado una y otra vez con esta historia y tantas otras.
No lo hizo. El mapa que creé y que me resisto a trazar con cada una de mis novelas no me falló en este proyecto con fecha de entrega autoimpuesta. Lo que se escapó a mis cálculos fue el tiempo de escritura: si había escrito el texto que tenía en dos días, suponía que no tardaría más de 15 días en escribir diez veces más, que es lo que ocuparía una novelette. Y todavía me sobraban días para revisarla tranquilamente y enviar el segundo borrador a mis lectores beta el 31 de enero de 2020.
No terminé el primer borrador hasta el 1 de marzo de 2020.
El camino a la publicación
Hubo varias trabas por el camino. La primera fue la ambientación. Es mi punto débil, y documentarme me llevó mucho más tiempo del esperado. Una novelette necesita la misma atención que una novela para que su mundo se sienta real, pero tiene mucho menos espacio para lograrlo. Otra de las trabas importantes eran los temas de la novela, nuevos para mí, y me daban miedo porque no los había tratado nunca. También era consciente, por primera vez en un libro, de que estaba escribiendo con un público en mente, y saber que aquello lo iba a leer alguien sí o sí contribuyó a mi parálisis. Y, por supuesto, mi eterno perfeccionismo. El mismo que se ha encargado de detener una pentalogía entera a escasos capítulos del final.
Una vez superadas las trabas, me lancé a la corrección y les envié el segundo borrador a mis lectores beta el 6 de marzo de 2020. El 25 tenía de vuelta casi todos sus comentarios. Añadí sugerencias, correcciones, tres capítulos y un epílogo, y el 2 de abril le envié el tercer borrador a la correctora profesional a la que torturé a dudas sobre comas estilísticas y títulos durante todo el mes mientras añadía los cambios de última hora de algún beta rezagado (uno de los cuáles resolvió una duda que sospechaba que tenía pero me había dedicado a ignorar sistemáticamente por no tener que pensar en cómo resolverla. Sí, a veces a los escritores nos cuesta resolver las situaciones en las que metemos a nuestros personajes). El 28 de abril, después de unas cuantas vueltas, Silvia Barbeito me entregó el séptimo borrador, el archivo definitivo, un poco más pequeño del que le había entregado. Porque la correctora siempre recorta. Los lectores piden más, pero la correctora poda, para que el libro quede derecho y con las comas en su sitio. Sí, las estilísticas también.
Después vino la maquetación, que, sin ser especialmente complicada, sí se tragó un pozo de tiempo (nunca imaginé que tardaría tres días en elegir una imagen para los inicios de capítulo); los emails con el ilustrador de la portada (no me digas que el trabajo de Simone Torcasio no es una maravilla); los textos extra (dedicatorias, sinopsis, créditos, agradecimientos, etc.); el marketing y aprender cómo vender sin atosigar; Amazon y toooda su plataforma, los nervios, las noches de insomnio. Todo lo que desconocía y tenía que aprender del mundo de la autopublicación. La montaña rusa del escritor. Y la del editor.
Después de recorrer este proceso de principio fin, entiendo algo mejor a Hemingway y su sed, aunque que yo prefiero calmarla con chocolate y helados de menta.
Y la historia sigue. Muchos incluso dirían que no ha hecho más que empezar, pues desde que se publicó, el libro dejó de ser mío. Ahora depende de los lectores que el libro siga su recorrido y que otros disfruten de su historia. Y tú, ¿te animas a leer la historia de Taniel y Yudiz y a buscar y encontrar quimeras?
Espero que hayas disfrutado de la historia sobre cómo se concibió la historia, esa que nació de la emoción de una imagen y que esconde alguna que otra quimera entre sus líneas.
Y esto es todo por hoy, alma curiosa. Te deseo buenas lecturas y mucho tiempo para disfrutarlas.
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Muchas gracias, Carlos, por hacerme un hueco en tu blog para contar en profundidad la historia sobre cómo se creo y publicó Encontrarás Quimeras. Espero que los curiosos encuentren en ella información de interés.
¡Un abrazo!
Gracias a ti, Ana. Un abrazo.