Asesinato en el Orient Express

Portada de Asesinato en el Orient Express, de Agatha Christie

NOVELA
Murder on the Orient Express
(Reino Unido, 1934, 256 páginas)
Agatha Christie


He aquí una de las novelas de misterio más famosas de la literatura. Publicada en 1934, era la octava novela que Agatha Christie escribía del detective belga Hércules Poirot, y con el paso del tiempo se ha vuelto un clásico.  A finales de 2015, los fans votaron su novela favorita de Christie, y “Asesinato en el Orient Express”, quedó la segunda, solo por detrás de “Diez negritos”.

            Gracias a la intervención de su amigo monsieur Bouc, el detective privado Hércules Poirot consigue un pasaje en segunda en el Orient Express para viajar a Londres. Una vez a bordo, un estadounidense, el Sr. Ratchett, que lo ha reconocido, intenta contratarlo para que vigile que nadie le haga daño, ya que teme por su vida, pero Poirot declina la oferta. Durante la segunda noche, Poirot se traslada a un vagón de primera, justo al lado del compartimento del Sr. Ratchett, y a la mañana siguiente, este aparece muerto con un montón de apuñaladas. Poirot tiene un nuevo caso.
            “Asesinato en el Orient Express” es entretenidísima, aunque es imposible resolver el misterio al tiempo que Poirot, ya que Christie oculta demasiadas pistas, y el caso no es ni mínimamente realista. Christie tuvo una idea tremendamente original para el final (la resolución de esta novela, en cuanto la conoces, te deja con la boca abierta y no la olvidas el resto de tu vida), y lo que hizo fue construir una trama plagada de pistas falsas, con algún que otro golpe de efecto, que no buscaba crear una investigación realista, sino jugar constantemente con el lector. Y la jugada le salió muy bien.
            Para mala fortuna del asesino, hay una gran nevada que trastoca sus planes, y lo que es peor, de chiripa un detective infalible acaba en el vagón de primera del Orient Express donde se comete el crimen. Poirot comienza a investigar. Primero descubre, con lo que para mí es el recurso más flojo de toda la novela, la identidad auténtica del muerto. En su compartimento quedan restos de un papel quemado, y Poirot es capaz de entresacar un nombre que le desvela la identidad. ¿Cómo es posible que el asesino fuera tan torpe de deshacerse de ese papel allí, y encima dejarse una cerilla en el cenicero? Pues porque Agatha Christie necesitaba plantar esa pista para que arrancara el caso.
            Poirot habla con el revisor y todos los viajeros de ese vagón. Nada parece encajar, pero hay pistas que llaman mucho la atención. La Sra. Hubbard asegura que el asesino huyó colándose en su compartimento, a lo que hay que añadir una misteriosa dama, que el propio Poirot vio, vestida con un kimono escarlata, un uniforme de revisor al que le falta un botón, y un hombre menudo con voz femenina, que algún testigo atisbó.
            Cómo aparece al kimono, no tiene ningún sentido (¿cómo va a querer jugar con Poirot el asesino, si lo que busca precisamente es pasar desapercibido?), como tampoco lo tiene que en la escena del crimen haya un pañuelo con una H bordada y un limpiapipas. Más adelante, carece de lógica que la dueña del pañuelo vaya a buscarlo (por cierto, Christie resuelve ese misterio con la misma estrategia que utilizó años antes en el cuento “The Double Clue”).
            Entonces Poirot revisa el equipaje de todos los viajeros, y el caso parece imposible de resolver. El detective se pone a meditar, y en su mente empiezan a encajar las piezas, hasta que da con la solución. En la parte final, lo que más me desconcierta es que hay quien reconoce a las primeras de cambio que mintió, y que muchas pistas estaban demasiado escondidas: dónde estaba exactamente la mancha de grasa en un pasaporte; que una de las etiquetas de una maleta estaba húmeda; cómo eran exactamente los pestillos de los compartimentos; o el nombre de cierta tienda londinense.

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