Ash [6]
Si alguien me preguntara, le diría que el escritor de terror más entretenido (y el que más escalofríos da) es James Herbert. El bueno de Herbert murió el pasado marzo, habiendo sido el rey indiscutible del terror británico durante cuatro decenios (según su editorial, Herbert vendió 54 millones de ejemplares). «Ash», publicada en 2012, es su última novela, y cierra la trilogía del parapsicólogo David Ash (las otras dos son «Los fantasmas de Sleath» y «Hechizo»). La novela es sumamente irregular, pero tiene escenas, que curiosamente son de terror, geniales.
David Ash tiene una nueva misión: investigar los fenómenos paranormales ocurridos en el misterioso castillo escocés de Comraich. Pero esta vez Ash no sólo tiene que lidiar con el más allá, ya que el castillo pertenece a una organización secreta, y en él se refugian personas ricas y poderosas que han tenido que desaparecer sin dejar rastro o simulando su muerte, y David ha firmado un contrato de confidencialidad tan estricto que teme que jamás pueda abandonar el castillo.
La novela comienza muy bien, con Simon Maseby contándoles a Ash y su jefa lo que está ocurriendo en el castillo. En esa parte está muy bien estructurada la subida de los acontecimientos y todo el misterio que rodea a Comraich.
Y cuando Herbert ya te ha enganchado, te pierde en unas ciento y pico páginas terribles. Ash abandona Londres, y Herbert retrasa demasiado la llegada a Comraich y el comienzo de los fenómenos paranormales. La parte del avión, el viaje en coche, y la presentación de Comraich son demasiado largos. Lo único realmente bueno, y que te pone los dientes largos, es el ataque de los gatos salvajes.
En la parte central, y hasta el final, Herbert se va por las ramas y presenta tramas que luego no pintan mucho (varias de ellas son simplemente para mostrar qué tipo de pacientes están internos en Comraich, y al final, cuando cierra las tramas, queda muy precipitado; la peor es la del cura irlandés y el arzobispo).
De vez en cuando Herbert mata el suspense porque adelanta información antes de tiempo, y lo peor es que luego la vuelve a repetir (como lo de la historia de Hitler y Unity Mitford, que tiene mucha gracia; la maldición del castillo, que te la cuenta dos veces; o qué clase de pacientes tiene Comraich, que lo cuenta a media novela, cuando se entera la jefa de Ash, y al final, cuando se entera Ash).
Y al final, a pesar de tanto fuego artificial, queda un poco decepcionante porque Ash no tiene que lidiar personalmente con fenómenos paranormales.
Pero entre medias hay escenas maravillosas (maravillosas si te gusta el terror, claro): el largüísimo ataque de las moscas en el comedor (Herbert muestra que algo muy raro ha pasado porque se oye un grito, luego retrasa la acción presentando personajes, y por fin estira un momento de terror genial); el largüísimo y muy imaginativo ataque de los gatos salvajes; el largüísimo primer descenso de Ash a las mazmorras (éste es de los divertidos que además te dan escalofríos; aquí destaca cómo Herbert va desvelando poco a poco información); y la largüísima huida por el túnel que conecta Comraich con el acantilado.
Literariamente James Herbert no vale mucho, ¡pero qué bien te lo pasas con sus novelas!
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