Crónicas diplomáticas [6]

Poster francés de Crónicas diplomáticasQuay d’Orsay

(Francia, 2013, 113 min)
Dirección:
Bertrand Tavernier
Guión:
Abel Lanzac
Christophe Blain
Bertrand Tavernier
Intérpretes:
Raphaël Personnaz
Thierry Lhermitte
Niels Arestrup
Juliet Gayet
Anaïs Demoustier
Jane Birkin
La última película de Bertrand Tavernier está basada en «Quai d’Orsay», un cómic inspirado en las experiencias de uno de sus autores, Abel Lanzac, quien durante años escribió los discursos de Dominique de Villepin. El film se presentó en el Festival de San Sebastián, donde ganó el premio al Mejor Guión; y en los últimos Césares logró el de Mejor Actor Secundario (Niels Arestrup) y estuvo nominado a dos más: Mejor Guión Adaptado y Mejor Actriz Secundaria (Juliet Gayet).
   El joven Arthur Vlaminck (Raphaël Personnaz) acaba de entrar a trabajar en el Ministerio de Asuntos Exteriores francés, donde escribirá los discursos del ministro Alexandre Taillard de Vorms (Thierry Lhermitte). Pero una vez dentro, tendrá que lidiar con una burocracia demencial y gigantesca, con unos colegas que no sabe si son de fiar, y con un ministro pueril, más interesado en quedar bien que en hacer política.
Raphaël Personnaz y Thierry Lhermitte en Crónicas diplomáticas
Raphaël Personnaz y Thierry Lhermitte

«Crónicas diplomáticas» es divertida, y a veces lo es mucho, porque ves cómo funciona un ministerio desde dentro, y Tavernier te lo cuenta con un gran reparto y un ritmo rapidísimo. Tavernier utiliza al protagonista para mostrarte los entresijos del poder, y ves lo que siempre sospechaste que eran los ministerios: lugares con demasiados empleados, donde nadie sabe muy bien lo que tiene que hacer y las órdenes son contradictorias y hay un montón de situaciones sin sentido (lo del criptógrafo me hace mucha gracia), y que los políticos son meras fachadas, obsesionadas con salir bien en la foto, que se rodean de una camarilla que es la que les saca las castañas del fuego.

   El problema de la película es que una vez que pasa la novedad, resulta repetitiva. Para mí su mejor momento llega en seguida, con la crisis del barco, que tiene situaciones con las que te partes de risa. Después ya nunca llega a ese nivel, y todo te recuerda a situaciones ya vistas: sí, el chico tiene que escribir otro discurso, y el ministro es un cretino que se lo rechaza sin dar explicaciones concretas, y la camarilla no hace más que marear la perdiz, y luego, de alguna manera, las crisis se solucionan. Y el ministro sigue obsesionado con los rotuladores que no despeluchen y con Heráclito.
   A medida que avanza la película, Tavernier prepara situaciones que parecen que van a ser muy divertidas, y después no lo son tanto, como la comida con la Premio Nobel. Y pasan tantas cosas que te pierdes la evolución del protagonista (aparece en la cena con los amigos, donde defiende al ministro, porque él ya se está creyendo esa forma de hacer las cosas), o lo que le pide su novia, que enterarte te enteras, pero que es algo confusísimo.
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