El barón de Munchausen [8]
The Surprising Adventures of Baron Munchausen
(Inglaterra, Alemania, 1785 – 1793, 130 páginas)
Rudolf Erich Raspe
No está nada claro la autoría y el origen de las historias de «El barón de Munchausen», pero según una edición británica de 1895, la obra apareció por primera vez en Londres en 1785 como «Baron Munchausen’s Narrative of his Marvellous Travels and Campaigns in Russia», y eran 49 octavillas escritas en inglés por el alemán Rudolf Erich Raspe. Al parecer, Raspe conoció al barón, quien era muy dado a contar historias personales muy descabelladas como si fueran verdad; y cuando necesitó dinero, escribió el libro recordando varias de las anécdotas, ampliándolas con otras sacadas de libros de humor, escritos en latín, de los siglos XVI y XVII. Lo que escribió Raspe son los capítulos de 2 a 6, y son una serie de anécdotas y viñetas divertidísimas, sin apenas un hilo conductor.
Al año siguiente, se tradujo al alemán, y el traductor, Gottfried August Bürger, añadió elementos de su propia cosecha. Y durante los siguiente años, algún escritor inglés (o varios) creó más aventuras en las que Munchausen realizaba viajes fantasiosos, y que estaban muy influidas por la época, con acontecimientos y personajes contemporáneos (viajes en globo, viajes a África, viajes al Polo Norte), y contenían algún comentario político.
«El barón de Munchausen» que nos ha llegado es un batiburrillo muy ingenioso y divertidísimo. Si bien es cierto que lo mejor son los capítulos de Raspe, cuyo único objetivo es que te rías por lo absurdo y exagerado que es, las historias fantasiosas cogen el espíritu de esa parte y hacen que el barón se recorra todo el mundo. Las historias pierden en frescura, pero ganan en complejidad (suelen tener un hilo argumental, aunque sea descabellado), y algunos comentarios políticos no están nada mal.
La parte de Raspe es genial por cómo con un tono serio, Munchausen cuenta en primera persona las anécdotas a unos amigos, y entonces hay un giro absurdo que lo cambia todo, y te desternillas. Munchansen sigue serio, como si lo que acabara de contar fuera posible, y enlaza otra anécdota. Por ahí aparecen escopetas encendidas con las chispas que salen de la cabeza después de un coscorrón; o una galga y una liebre que paren en plena carrera; o una trompeta helada que no suena, pero que al descongelarse suelta seguidas todas las melodías que tenía congeladas; o una capa de piel que es mordida por un perro rabioso, y luego se lía a dentelladas con toda la ropa en el armario; o un caballo que se parte por la mitad y sigue vivo (le cosen las dos partes con ramitas de laurel, y le crece un emparrado).
Del resto de aventuras, lo peor que tiene son varios parones, en especial al principio del segundo libro (Munchausen tiene que partir a África, y la preparación es demasiado larga), y cuando se detiene a hablar con gente de la aristocracia. Pero siguen teniendo momentos en los que te partes de risa.
A mí me encantan el viaje submarino por el canal de la Mancha; el viaje a la Luna, con sus peculiares habitantes; el viaje al Polo Norte, donde Munchausen se hace amigo de una manada de osos polares escondiéndose en la piel de uno de ellos; el viaje por medio mundo montado en un águila gigante; y el viaje a África. Y me hace muchísima gracia cada vez que Munchausen asegura que sus aventuras son verdaderas, o critica a gente que exagera las cosas.
En el viaje a África es donde Munchausen se pone más político. De regreso a Inglaterra por mar (navega en una isla de hielo), se topa con un barco de negros que llevan esclavos blancos para trabajar sus tierras en el Polo Sur. Y cuando Munchausen se hace gobernador de un país de África central, no puede extirpar las costumbres bárbaras de comer carne cruda y beber kava, lo cual provoca el rechazo de la población. Pero su consejero urde un plan demencial que surte ejemplo: manda traer de Inglaterra grandes cantidades de dulce de azúcar y lo almacena en graneros de todo el reino; al mismo tiempo publica un edicto que prohíbe que la gente acceda al dulce de leche, lo que provoca que el pueblo, que no tiene ni idea de qué es eso, se muera de ganas por conseguir uno, así que cuando abren los graneros, Munchausen se gana a la opinión pública. Está visto que en ese sentido, no han cambiado mucho los tiempos.
Y todavía le queda construir un puente que vaya desde África central a Inglaterra, y luchar contra Don Quijote, y viajar a Estados Unidos, y construir el canal de Panamá, y construir el canal de Suez, y salvar a María Antonieta…
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