Entrevista a Vic Echegoyen
Si hay una novela que me ha fascinado últimamente es Resurrecta, de Vic Echegoyen (Edhasa, 2021). El libro es una reconstrucción magnífica, contada a través de varios personajes históricos, sobre el Gran Terremoto de Lisboa de 1755. Si no la has leído, te la recomiendo, es apasionante.
Vic Echegoyen lleva escribiendo desde niña, y logró publicar su primera novela, El lirio de fuego (B de Books) en 2016. Desde entonces ha seguido escribiendo y publicando, y acaba de ganar el Premio Wilkie Collins de Novela Negra por Sacamantecas (M.A.R. Editor).
En esta entrevista nos cuenta cómo escribió Resurrecta, su amor por las historias y las letras, su carrera literaria y qué consejos daría a aspirantes a escritor.
Visita su página web, y síguela en Facebook, Twitter e Instagram.
Entrevista a Vic Echegoyen
Recuerdo en un viaje a Lisboa con mis padres cuando era adolescente, a mediados de los 90, que descubrí la historia del terremoto de 1755, y me preguntaba por qué no hacían una película o escribían una novela sobre ello. Resurrecta es la gran novela que buscaba entonces. ¿En qué momento decidiste escribir una novela coral sobre el terremoto de Lisboa de 1755?
Cuando cumplí 50 años visité Portugal con mi familia durante tres semanas, empezando por Lisboa. Por casualidad, mi cumpleaños es el 13 de mayo, día de la Virgen de Fátima (patrona de Portugal), y día en que nació Sebastiao de Carvalho e Melo, futuro marqués de Pombal y uno de los protagonistas del Terremoto de Lisboa de 1755. Ese día salía de Lisboa hacia Fátima, nos perdimos conduciendo, y me llamó la atención una preciosa iglesia barroca en lo alto de una ladera. Paramos un momento para verla: justo entonces se celebraba el 320º aniversario del nacimiento del marqués (y yo mis 50 años) en un acto solemne de académicos, historiadores, etc. que presentaban en esa iglesia, donde está enterrado (lo descubrí en ese momento) un gran proyecto bibliográfico para recopilar las obras escritas sobre él. ¿Casualidad? Quién sabe… Seguimos viaje y no volví a recordarlo hasta medio año después, víspera de Todos los Santos (que fue el día del Gran Terremoto), cuando pasé una noche insomne y me puse a garabatear ideas que me brotaban sin cesar, hasta que me calmé y me quedé dormida. Al día siguiente repasé las notas y ahí estaba Resurrecta: personajes, lugares, trama… Cayó tal cual en mi regazo: en cuanto pude, me senté a escribirla e investigar a la par, del tirón, sin releer ni revisar. Se la envié a mi agente en cuanto escribí «Fin», él la reenvió sin ninguna sugerencia a la editorial, y la novela salió prácticamente así unos meses después. Nunca antes había escrito una novela con tal facilidad, casi en piloto automático, y eso que es mi novela más ambiciosa y compleja hasta la fecha.
Algo que me llamó mucho la atención, al leer las notas finales de Resurrecta, es que todos los personajes nombrados son reales y que tardaste solo 100 días es escribirla. Claro que en ese tiempo no entra lo que empleaste para preparar la novela y documentarte. ¿Cómo reconstruiste lo que hicieron todos esos personajes en las siete horas que abarca la novela, y qué margen de invención tuviste?
Ese tiempo incluye la documentación, que hacía conforme avanzaba con la novela para verificar tal o cual dato. Pude reconstruir lo que hizo la mayoría de los personajes gracias a cartas y descripciones que escribieron ellos mismos, conscientes de que habían sobrevivido a un evento extraordinario que, por tanto, merecía toda su atención a la hora de transmitir sus vivencias a sus parientes, superiores, o a futuras generaciones.
El margen de invención fue mínimo para algunos, puesto que dejaron una cronología tan minuciosa como completa, casi «al minuto», como los capítulos de mi novela, como, por ejemplo, el monje Manuel Portal, Nora Carvalho, Sir Harry y su amante Agnes, el general Manuel Da Maia, el rey José I y la familia real. En el caso de otros, sé quiénes eran, su edad y antecedentes, y dónde se encontraban exactamente al comienzo y al final, ya que sobrevivieron, pero sus peripecias como testigos de los terremotos, los tsunamis y el gran incendio son suposiciones mías: el monito tití, los castrati de la Ópera que salvan una partitura valiosísima e improvisan un concierto en pleno incendio para las víctimas, desobedeciendo un decreto que los excomulga si cantan esa obra en público, el reo que escapa, las prostitutas, el Patriarca, los chiquillos que custodiaban el Tesoro contra bandidos, etcétera. Me tomé la libertad de inventar un encuentro emotivo entre dos grandes personajes a los que adoro: el coronel-ingeniero Carlos Mardel y el anciano ingeniero mayor del reino Manuel Da Maia, artífices de la reconstrucción de Lisboa tras la tragedia.

Echegoyen con el Premio ODILO de la Semana de la Novela Histórica de Cartagena, por «Resurrecta»
Vienes de una familia de artistas, ¿eso influyó en que te hicieras novelista? ¿Fue una decisión consciente?
No más consciente que el caso de un chaval criado en una familia de abogados que se convierte en notario, o una chica criada entre médicos que descubre temprano su vocación de curar. Cuando creces en una familia de escritores, cineastas y pintores, la pregunta no es si seguirás sus pasos, sino cuándo: para bien o para mal, la cabra tira para el monte.
¿Por qué te decantaste por la novela histórica? ¿Qué te atrae del Barroco y de la Ilustración?
La droga que me perdió fue mi pasión desde los nueve años por el cardenal Richelieu: su vida llena de tragedias y azares, su familia lastrada por la demencia, su época y su mundo. Era un polímata: además de príncipe de la Iglesia fue Primer Ministro de Francia, estratega, mecenas del arte, poeta, dramaturgo, teólogo… y cada faceta suya me hizo adentrarme en una era que fue a la vez el culmen y el abismo de la Historia europea. Por eso mi primer libro trata del ascenso de Richelieu desde su infancia inmerso en la pobreza, las atrocidades de la guerra y la locura que sufren él y casi toda su familia, salvo una de sus hermanas, que osó amar a un plebeyo en vez de plegarse a un casamiento dictado por la familia, ganándose el odio de Richelieu, que borró su nombre de los papeles de familia y logró silenciar su existencia durante 350 años. ¿Cómo NO iba a tirar de ese hilo y averiguar qué sucedió con la «hermana maldita» de Richelieu? (Nota: la novela es El lirio de fuego).
Trabajaste de periodista y ahora eres lingüista, y trabajas de traductora e intérprete. ¿Esos trabajos te han ayudado como novelista?
Sí, me han acompañado y enseñado mucho, haciendo que la transición entre periodista y novelista fuera natural. Redactar artículos es un estupendo ejercicio para aprender a estructurar escenas combinando acción, descripción y contexto sin perder de vista el mensaje principal, mientras que las entrevistas son el germen de los diálogos de ficción. Por otra parte, conocer idiomas te enseña mucho sobre el sentido del humor, los valores y los tabúes de otros pueblos y te regala su acervo, con sus refranes, cancioneros, sagas y filosofía, y eso, a su vez, enriquece y complementa tu propia cultura, aportándote nuevos puntos de vista.

Echegoyen con su novela «El lirio de fuego»
¿Cuáles son tus autores favoritos, los que más te han influido?
¿Cuántas libretas tienes? Bromas aparte, aunque Baroja, Passuth, O’Brian o Dürrenmatt sean mis autores de cabecera, son más los libros individuales los que han influido en mi forma de entender el mundo y la irracionalidad del ser humano. Valgan como ejemplos Crematorio, de Chirbes, La marcha Radetzky, de Roth, o Santuario, de Faulkner, que no puedes releer sin que te sacudan profundamente, aunque las hayas leído muchas veces.
Por mi experiencia como profesor de escritura creativa, me parece que mucha gente tiene prisa por publicar. Yo intento quitarles las prisas y que se centren en averiguar si disfrutan del proceso de creación de una novela. Desde que comenzaste a escribir novelas hasta que publicaste la primera en 2016 (El lirio de fuego), ¿cuánto tiempo pasó, y cómo lograste publicar?
Comencé a escribir relatos y escenas cortas para obras de teatro con ocho o nueve años. Como atenuante, diré que desde los dos añitos pasaba más tiempo en el coro infantil del Teatro Colón de Buenos Aires (donde trabajaba mi madre) que en casa, así que mi «familia» eran, tanto como mi madre o mi hermana, la suicida «mamá Butterfly» (me tocó hacer de su hijito, Trouble), la bruja de Hänsel y Gretel a la que los niños metemos a la fuerza en su horno de galletas, y «tío Scarpia», un jefe de policía que torturaba a «papi Cavaradossi» y luego jugaba con nosotros, los niños, con un puñal de mentira clavado en el pecho: con ejemplos así, lo anormal habría sido NO empezar a inventar historietas.
Terminé El lirio de fuego hace más de treinta años, y pasaron 23 hasta que se publicó (aunque mucho antes publiqué como coautora el Diccionario de Regionalismos de la Lengua Española, porque fui lingüista antes que escritora, y los idiomas siguen siendo mi primer amor). Durante décadas, ningún agente español se interesó por nada mío; al final, encontré a uno internacional que también representa a autores españoles desde una perspectiva más amplia que el mercado español: vivo fuera de España desde hace más de 30 años y siempre tuve claro que también quería publicar en el extranjero, así que probé suerte con esa agencia, la Silvia Meucci Agency, de Milán, que desde entonces me representa a todos los efectos. Soy nómada (vivo viajando, tengo varios hogares y profesiones, voy por mi cuarta editorial en España, y varias más en Portugal e Italia), pero su tesón, su paciencia y su buen hacer a las duras y a las maduras hacen que Meucci sea siempre mi punto de partida y mi brújula.
En tu última novela, Sacamantecas, cambias de registro y te adentras en la novela negra. ¿Supuso un cambio a la hora de escribirla, en comparación con tus novelas históricas?
Sí que supuso un cambio: fue entrar en un territorio sin letreros, mapas, ruta ni confines, mientras que las novelas históricas predefinen todos los parámetros (personajes, ambientación, escenarios, diálogo, trasfondo, etcétera) y no podía experimentar más allá de cierto punto. La novela negra da una libertad sin límites, que estimula e intimida al mismo tiempo, y creo que por eso muchísimos autores tenemos al menos un cuento «negro» escrito en alguna parte, o nos gusta deslizar escenas más propias de novela negra en nuestras novelas históricas, de aventuras o románticas. Desde el principio disfruté describiendo escenas terroríficas o surrealistas en mis novelas históricas, y me dije un día: «Si tanto te fascinan los aspectos oscuros, ¿por qué no lo admites, sales del ataúd abiertamente y les dedicas una novela, y así dejas en paz a los pobres reyes y cardenales, que no tienen la culpa de tu tendencia a lo macabro?». Lo malo es que, si te lanzas, la novela negra es tan adictiva como la novela histórica, y si encima tienes impunidad para cometer barbaridades… al final no va a ser solo una. «No puedo evitarlo», como decía el vizconde de Valmont.
Tengo más monstruitos y bichos raros encerrados en mi escritorio de los que puedo dar cuenta: todos son distintos y siguen su propia historia y tramas. Al igual que con novelas históricas, cada novela negra explora dilemas diferentes, y es una evolución respecto de las anteriores.
Sacamantecas toma como embrión ideas y relatos aislados que tenía, y los lleva hasta sus últimas consecuencias, como escalones que llevan a un trampolín: más allá no hay nada bajo los pies, ni vuelta atrás: es dar un salto en el vacío entre varias dimensiones: el mundo real versus obsesiones subjetivas, el presente tranquilo versus el futuro de pesadilla, las vivencias auténticas versus sueños y alucinaciones. Parece complicado, pero creo que todos nos movemos entre esos planos alguna vez, y es lo que quería reflejar.
Enhorabuena por el Premio Wilkie Collins de Novela Negra por Sacamantecas. También fuiste finalista a concursos de novelas con El lirio de fuego (el Fernando Lara) y La voz y la espada (el Espartaco), y ganaste el ODILO a mejor autora por Resurrecta. ¿Cómo es el proceso de presentarse a un premio, qué sentiste cuando te dieron las buenas noticias, y qué ha supuesto para ti como autora ganarlos?
No me he presentado a muchos, la verdad, porque creo que puede haber un lastre previo en cuanto a la selección de los finalistas. El resto es una lotería que escapan al control del escritor: los gustos del jurado, las preferencias de la editorial y si busca descubrir a debutantes o apostar por gente conocida o que empieza a consolidarse (alguien que ha publicado varias novelas ha demostrado perseverancia y capacidad de encajar reveses, mientras que un debutante carga con el prejuicio injusto de la duda «¿y si es flor de un día?»). Con La voz y la espada y Resurrecta fui, respectivamente, finalista y ganadora sin presentarme siquiera: los organizadores de esos dos premios eligen lo que a ellos les llama la atención entre todas las obras del género publicadas el año anterior, sin presiones comerciales (porque no tienen dotación económica), por eso tantas veces ganan novelas desconocidas o de autores independientes, o que ni siquiera se leen en España). Al Fernando de Lara siempre se presentan cientos de obras, y llegar a ser uno de los finalistas, aunque luego publiques con otra editorial, te anima a seguir bregando en una carrera de fondo que dura toda la vida, porque sorpresas y alegrías como esas son la excepción, no la regla, las decepciones abundan, y siempre hay que tenerlo presente.
Por eso me llevé una inmensa alegría cuando el jurado del Premio Wilkie Collins anunció que había elegido Sacamantecas, que ha publicado ahora M.A.R. Editor: en ese premio me han precedido magníficos autores de novela negra a los que admiro y de los que sigo aprendiendo, y además me brinda la oportunidad de presentarla en festivales de novela negra reconocidos internacionalmente como Tenerife Noir, la Semana de Novela Negra de Gijón, o Cartagena Negra, entre otros.

Echegoyen, junto a Alejandro Martín Perera, con el Premio Wilkie Collins de Novela Negra por «Sacamantecas»
¿Cuáles son tus siguientes proyectos?
Ya tengo otra novela terminada, voy por un tercio de otras dos, y se me ha «colado» una más (como sucedió con Resurrecta: no la tenía prevista, sino que me arrolló) que tendré lista este otoño.
¿Qué consejo le darías a alguien que quiere ser escritor y está comenzando?
Que no se rinda nunca, sobre todo si escribe por vocación, por el placer de aprender, divertirse, inventar, descubrir cosas sorprendentes sobre sí mismo, y superar sus límites. Escribir tiene que ser, ante todo, desahogo, diversión e introspección. Como escritor, tiene ante sí la tarea más libre y bonita: hacer lo que le dé la gana, crear y destruir personajes y mundos (y anticiparse al futuro). Que se dedique a esa tarea enorme, que le planteará retos cada día, y le deje al agente la parte más ingrata (negociar, pelear por sus derechos, administrar regalías, etc.).
Algo importantísimo, para que nadie eche a perder la chispa y la originalidad única que tiene ese autor incipiente: que termine al menos una colección de cuentos o una novela, sin habérsela enseñado ni comentado a nadie, tampoco durante el proceso de revisión. Que nadie pueda influir en sus gustos, prioridades y deseos antes de que su libro tenga la forma final más parecida a lo que el autor busca. Que sea SU criatura exclusivamente, de principio a fin, y nadie proyecte en ella sus fantasías ni frustraciones. Solo al final, cuando ya la haya escrito, revisado y mejorado en lo posible, puede dejar que otros la lean, pero ya como un producto acabado: imperfecto, quizá, pero que refleje al 100 % su personalidad y estilo. Igual después todo el mundo va a querer meter cuchara en tu obra: por eso, protégela y cultívala lejos de influencias involuntarias, y defiéndela hasta que pienses que es lo bastante sólida para que puedas exponerla a valoraciones y críticas.
¿Quieres aprender a escribir novelas? Apúntate a mi lista de correo y llévate las primeras lecciones del curso de escritura online gratis y los e-books Los diez pilares fundamentales de la escritura de ficción y La diana del escritor.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?