«Si fuese más valiente», de la idea original a ganar un premio, por Cintia Fernández
Si me hubiesen dicho en enero que pocos meses después iba a publicar mi primera novela, me habría reído de quien fuese. Pero la cosa es que ahora me encuentro escribiendo un artículo sobre mi experiencia publicando y con un tatuaje en la pierna de esa novela. Porque, sí, Si fuese más valiente está ahí fuera, al alcance de cualquiera que la quiera leer.
Esto de escribir y publicar es una movida muy loca.
Mientras pensaba en cómo enfocar este artículo, encontré el diario de escritura que elaboré mientras desarrollaba la historia: «Esta semana me está costando escribir; estoy desmotivada, atascada, con la sensación de que la novela es una mierda. Pero, en fin, al menos quiero terminarla; luego veré si merece la pena». Un año después, lo leo y me dan ganas de abrazar a la Cintia del pasado y decirle que consiguió lo más importante: terminarla.
La idea original
Reconozco que empecé Si fuese más valiente (Proyecto Bilbao por aquel entonces) sin mucha idea de lo que hacía y un montón de miedo de que no me saliese bien. Pero como mi mayor objetivo era acabar mi propia novela, me propuse escribir un poquito cada día, aunque solo fuese una frase. Para ello, empecé a llevar un diario de escritura, donde anotaba las palabras diarias, contaba qué había escrito y mis impresiones respecto a la sesión. No faltar a esa «cita» se convirtió en un reto que, así a lo tonto, me ayudó a avanzar y terminar la novela.
Cuando comencé ese diario, era agosto de 2022 (justo un año después, estoy redactando este artículo) y tenía 11.000 palabras que había escrito durante los meses anteriores. Para mí, ese agosto fue cuando empecé de verdad a escribir Si fuese más valiente, cuando me lo tomé en serio. El 2 de diciembre, puse el punto final. Es decir, tardé cuatro meses completos en escribir el primer borrador de mi primera novela.
Para llegar a ese punto de saber qué escribir, recordé algo que Carlos del Río siempre aconseja en sus clases: hacerlo sobre lo que te gusta. Por eso, primero pensé en los elementos que quería que estuviesen sí o sí en mi historia, para escribir lo que a mí me gustaría leer: amigos que se enamoran, personajes LGBT+, grupito de amigos… En aquella primera fase, todavía no sabía si la pareja principal sería de dos chicos o de dos chicas, hasta que Unai (el interés romántico de Nico, el protagonista) me vino a la cabeza de manera muy definida, y lo tuve claro.
Por aquel entonces, la historia se iba a desarrollar en EE. UU., incluso tenía ya pensado un nombre inventado para el pueblo, y los protagonistas se llamaban Nick y Dorian. Pero, entonces, un sábado fui a pasar el día a Bilbao, me metí de lleno en el ambientillo de su Casco Viejo y me recordó lo guay que es la ciudad. Me acuerdo de que al volver a casa comenté mis dudas en Twitter: ¿ambiento la historia en EE. UU., como tenía pensado, o en España? Varias personas me recomendaron hacer la historia aquí para darle cercanía. Y me quedé en Bilbao.
Así que tuve que trasladar todo lo que tenía pensado (ambientación, personajes, un poquito de la trama) a la sociedad española, pero lo que quería contar, la esencia, esos amigos de la infancia que se iban a enamorar, era la misma. En esta primera fase, mi mejor herramienta fue un cuaderno. En él escribía fragmentos que, de repente, me venían a la cabeza; pegaba fotos de los personajes o cosas que me recordaban a ellos; anotaba cualquier información que, más adelante, quizá me vendría bien. Después fui llevando lo más importante a un documento de Google Docs e hice un listado de escenas: sabía qué escenas clave quería meter, el camino a seguir y por dónde tenía que pasar. Empecé a organizar la historia como un puzzle; me agobiaba ponerme a escribir sin saber qué iba a ocurrir casi al completo y tardé un tiempo en encontrar mi propio sistema (poco a poco, he aprendido a no necesitar tener todo tan atado como durante esa primera fase y dejarme llevar —al menos un poquito, y con un guion sobre el que moverme—).
Y, por fin, me puse a escribir.
La escritura
Tuve mis momentos de querer abandonar la historia, de no saber si lo que estaba haciendo valdría la pena y de atascarme en determinados puntos de la trama. Pero cuando me tocaba, por ejemplo, una escena de la que apenas sabía nada, o no sabía cómo continuar, daba un paseo. Una gran parte de Si fuese más valiente la he escrito en notas del móvil mientras caminaba por la costa.
Después de celebrar haber terminado ese primer borrador (algo que es muy importante recordar para no agobiarnos: solo es un borrador, la base sobre la que vamos a trabajar), llegó la reescritura, con la que estuve un mes y medio. Soy muy tiquismiquis y, además, correctora, así que leía y leía y siempre encontraba algo que cambiar. Hice encaje de bolillos para cuadrar toda la información de los flashbacks con las referencias de la actualidad; perdí la cuenta de las revisiones, de los cambios, del número de veces que leí mi propia novela; llegó un punto en el que me sabía de memoria algunas frases.
El premio
En esas semanas, varias editoriales convocaron concursos de novela romántica, entre ellas el sello Harlequin Ibérica, con su II Premio eLit LGTBI, donde Si fuese más valiente encajaba a la perfección. Así que metí el turbo para llegar a ese plazo y terminé la revisión de la novela una hora antes de presentarla al concurso, cosa que no recomiendo hacer. Ni siquiera me había dado tiempo a que nadie más la leyese, pero la envié.
Dos meses después, cuando me avisaron de que había ganado (sigo alucinando y asimilándolo), yo seguía reescribiendo, corrigiendo, puliendo. Tardé unas cuantas semanas en creerme que todo aquello estaba pasando. Quizá empecé a hacerlo cuando la idea de la novela como producto empezó a tomar forma: las primeras ideas para la portada, la elaboración de la sinopsis, los emails de la editora, etcétera.
El proceso de publicación ha sido abrumador, como un salto al vacío, donde la novela, esa que has escrito con tanto mimo, y sus personajes, y su historia, dejan de ser tuyos y pasan a ser de aquel que la lea. Y tú ya no puedes hacer nada para protegerla, para protegerte; cualquiera, sin conocerte de nada, puede juzgarte. Pero, sobre todo, es una experiencia chulísima, esa de que los demás lean tu historia y la interpreten a su manera y la hagan suya y te cuenten sus impresiones y se enamoren de los personajes. Es muy muy muy emocionante.
Dando a conocer Si fuese más valiente
La promoción de Si fuese más valiente se ha basado, y se basa, en lo que yo publico en redes (frases de la novela, curiosidades sobre los personajes, fotos de las localizaciones, playlist, etc.), en lo que la gente comparte y, sobre todo, en la recomendación. Pedí a la editorial que mandase el libro a varios booktubers y bookstagrammers, y el resultado ha sido bastante satisfactorio. Aun así, cuesta hacerse notar en la inmensidad de libros que se publican a diario. A veces me imagino dando saltitos en medio de una multitud, con el brazo alzado para que me vean y gritando: «¡Estoy aquí! ¡Estoy aquí! ¡Estoy aquí!».
Y, aun así, sé que he sido una privilegiada por haber podido publicar mi primera novela y de una forma tan rápida. No tuve que esperar meses la respuesta de las editoriales, recibir rechazados o no encontrar casa para Si fuese más valiente. Soy consciente de la tremenda suerte que he tenido y me siento muy muy agradecida. La respuesta de los lectores está siendo muy positiva, he compartido podio en Amazon con Tan poca vida, de Hanya Yanagihara, uno de mis libros favoritos, y, la verdad, estoy muy orgullosa de la novelita que he creado. Con eso, yo ya…
Estoy en proceso de escribir mi próxima historia, también de romántica LGBT+, a la que espero dar un gran empujón en los próximos meses porque, ahora mismo, estoy bastante atascada. Supongo que volveré a recurrir al diario de escritura, a ese reto de escribir un poquito todos los días, aunque sea diez palabras, y avanzar, avanzar, avanzar. La última vez me salió bien.
Cintia Fernández es correctora, escritora y periodista.
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