La danza de la realidad [4]
(Chile, Francia, México, 2013, 130 min)
Dirección y guión:
Alejandro Jodorowsky
Intérpretes:
Jeremías Herskovits
Brontis Jodorowsky
Pamela Flores
Alejandro Jodorowsky
Bastián Bodenhöfer
Aparte de ser escritor, dramaturgo, actor, músico, autor de cómics y psicomago, el chileno Alejandro Jodorowsky es un cineasta de culto. El año pasado, tras 23 de silencio, volvió a ponerse tras la cámara para dirigir la semiautobiográfica «La danza de la realidad», y recibió una gran ovación en Cannes. Aún a sabiendas de que iba a ser una marcianada, yo tenía muchas ganas de verla, para ver algo de Jodorowsky (y si era en el cine, mejor), pero la experiencia ha sido decepcionante.
En la década de 1930 Chile sufre una gran crisis por el desplome de la bolsa. En el pueblo de Tocopilla vive el niño Alejandro (Jeremías Herskovits) con sus padres Jaime (Brontis Jodorowsky) y Sara (Pamela Flores), quienes no le comprenden. Un día al padre, que es comunista, se le ocurre que tiene que matar al presidente Ibáñez para acabar con la crisis, y con ese cometido sale del pueblo y se dirige a la capital.
«La danza de la realidad» peculiar y personal lo es mucho, y de vez en cuando tiene grandes ideas y momentos, pero el conjunto es demasiado caprichoso y disperso.
Reconozco que aunque me costó un triunfo meterme en la historia, la parte de la infancia de Alejandro me acabó gustando. Me costó meterme porque, para qué mentir, todo es más raro que un perro verde: una madre que habla cantando ópera y llama a su hijo «padre» (a veces era extenuante intentar averiguar qué decía la buena mujer); un niño con un pelucón rubio corriendo por el pueblo; un loco que dice ser la reina de copas; una piedra que mata a todos los peces del mar…
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Jeremías Herskovits y Alejandro Jodorowsky |
De esa parte me gusta la relación entre Alejandro y su padre, un hombre incapaz de saber cómo es su hijo, y que le exige que sea un chico fuerte. También me gusta el miedo que tiene el niño por la muerte; o cómo la madre consigue que supere el miedo a la oscuridad. Y me gusta mucho cuando el niño quiere arrojarse al mar, y el Alejandro adulto lo detiene diciéndole que no debe abandonar, porque aún tiene que transformarse en él. También está muy bien la historia de su madre (por qué le llamaba «padre»), o cómo el místico le demuestra que aunque hay varias religiones, solo existe un Dios.
Pero también tiene momentos cutres, como cuando le quitan la cabellera rubia, en la que se ve perfectamente que es una peluca (supongo que la idea era que pareciera que le estaban quitando el pelo, y surgía otro debajo), o cuando la madre le mea encima al padre, de la que finamente diré que no es la escena más elegante que haya visto en mi vida.
Toda la parte central, exceptuando a cuando la historia volvía al niño, me sacó de la película, sobre todo porque no tenía ninguna lógica.
El padre tiene la feliz idea de asesinar al presidente, y para ello se le ocurre que se ganará su confianza cuidando de su caballo, y entonces lo matará. En el barco que le lleva a Santiago, en una escena también muy cutre, el padre se pelea con otro hombre que quiere matar al presidente; y en la siguiente escena, cuando ese hombre está a punto de matarlo, el padre se interpone para evitar el asesinato (la escena también es cutre). No tiene ningún sentido. Luego vienen unos minutos muy aburridos en los que el padre cuida del caballo.
Pasan más cosas raras (la mejor es cómo la madre y Alejandro le mandan al padre un mensaje con una piedra atada a unos globos), y el padre tiene que regresar a casa. Después de un momento demencial en una iglesia, unos nazis lo detienen, y lo torturan. También, sin ninguna lógica, el padre deja que lo machaquen porque no quiere decir quién era don José, un hombre que ya está muerto y que no tenía nada que ver con política.
Entonces se reencuentra con su familia, y en un momento bueno, su mujer le muestra que durante el viaje descubrió que el presidente Ibáñez se parecía bastante a su adorado Stalin, y la familia abandona el pueblo.
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