La naranja mecánica [3]
(Reino Unido, EE.UU., 1971, 136 min)
Dirección y guión:
Stanley Kubrick
Intérpretes:
Malcolm McDowell
Patrick Magee
Michael Bates
El pasado octubre se reestrenó, por tiempo limitado, “La naranja mecánica” para conmemorar los diez años de la muerte de Stanley Kubrick. La película, en una versión remasterizada digitalmente y transferida a 35 mm, salió con muy pocas copias y sólo se exhibió en ciudades grandes. La semana pasada puede verla en la Filmoteca de Cantabria.
Vaya por delante que nunca he sido fan de Kubrick. Recuerdo que cuando empecé a ver sus películas de adolescente, me parecían aburridísimas y frías; pero como los críticos decían que era un genio, yo me lo creía. Con el tiempo me he dado cuenta de que Kubrick es un director con el que no conecto en absoluto y creo que fue un genio… promocionándose como genio. Mucha gente pensará que todas sus obras son magistrales simplemente porque el cineasta era un perfeccionista extremo y dedicaba años a realizar el film exacto que tenía en mente. Desgraciadamente para los perfeccionistas, el cine no es una fórmula matemática y pulir aristas y rechazar cosas fortuitas durante la creación de una película para tener el control artístico absoluto, no garantiza que el resultado sea bueno. No se puede medir la calidad y el talento de un director por su obsesión a la hora dirigir, ya que ¿significa que las películas de Kubrick, que rodaba decenas y decenas de tomas de un mismo plano, son superiores a las de, por ejemplo, Clint Eastwood, que sólo rueda una toma? Creo que no.
(Hay una excepción en la filmografía de Kubrick: “El resplandor”, un film absolutamente fascinante, una obra maestra sin paliativos. Si el resto de sus trabajos se acercaran a la calidad de éste, yo sería el primero en llamarlo genio.)
“La naranja mecánica” está basada en una novela de 1962 de Anthony Burgess, famosa especialmente por haber creado un argot para hacer hablar a su protagonista (el nadsat). No la he leído, pero, al parecer, la adaptación de Kubrick es bastante fiel.
La película tiene una estructura muy esquemática: al principio Alex y sus amigos se dedican a dar palizas y violar a mujeres; a media película lo detienen y lo meten en la cárcel. Allí se entera de la existencia de un programa innovador que ha puesto en marcha el gobierno para reeducar a los criminales y se apunta a él. El programa funciona y Alex acaba rechazando la violencia y el sexo. Cuando lo dejan libre, se da un giro de 180º al principio y Alex paga por lo que hizo en el pasado ya que gracias al programa, no se puede defender cuando lo atacan. La película acaba mostrando el fracaso del programa de reeducación. Hay crítica a la manipulación de los políticos y demuestra que no se puede cambiar la voluntad de las personas en un laboratorio.
Bien, el mensaje es muy loable (de hecho, es de lo poco que me gusta de la película), pero hay que montar una historia creíble para transmitirlo, y “La naranja mecánica” no lo es. Además, el film es demasiado largo para lo que cuenta. Hay varias escenas estiradas más de la cuenta (como la llegada de Alex a la cárcel; o cuando se pone a cantar en la bañera del escritor; o la llamada a la policía que hace la señora de los gatos).
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En el centro, Malcolm McDowell |
Entre los elementos poco creíbles está Alex, un personaje que por lo que dice y lo que se ve de su entorno, se deduce que es un adolescente, pero que está interpretado por un Malcolm McDowell de 28 años. McDowell está muy bien, y su interpretación es muy inquietante, pero es muy confuso que quiera hacerse pasar por alguien diez años más joven que él (yo no hacía más que preguntarme qué edad se suponía que tenía el protagonista).
A lo largo del metraje hay muchas cosas que no se explican, como la obsesión de Alex por Beethoven, o por qué se comporta como se comporta si viene de una familia normal. Es un monigote que sólo sirve para transmitir una idea; su comportamiento no está justificado (lo de Beethoven, sigo sin entenderlo). Y cuando sale de la cárcel, hay tres casualidades seguidas (el encuentro con el mendigo, el encuentro con sus antiguos amigos, y el encuentro con el escritor) que, de nuevo, sólo sirven para llegar al final y transmitir el mensaje. A mitad de película, en un momento con una puesta en escena muy poco convincente, el ministro de interior visita la cárcel de Alex y cuenta delante de todos los presos los planes del gobierno de vaciar las cárceles para hacer hueco a los presos políticos. El régimen político del país es un poco confuso; da la sensación de que, por ese comentario, es un Estado totalitario, pero luego explican que el gobierno tiene miedo de perder unas elecciones.
Kubrick se blindó contra estas incongruencias haciendo una película muy estilizada, con escenas que eran casi coreografías, actuaciones alucinadas, mucho gran angular y un diseño de producción que quería mostrar un futuro intemporal. El problema que le veo es que de tal estilizada que es, se nota que es una construcción: son actores moviéndose y hablando muy raro porque hay detrás un director que les da indicaciones. Y yo veo todo desde la distancia, no me importa lo que pueda pasar. Lo peor es que el nivel de estilización no se mantiene constante a lo largo del metraje: no hay más que comparar las escenas del primer encuentro del trabajador social con Alex, o el regreso a casa del protagonista, con la escena de la biblioteca de la cárcel, que es mucho más realista.
Las actuaciones son irregulares. Parece que Kubrick no encontró un equilibrio en el reparto. Si Malcolm McDowell destaca con una interpretación muy peculiar y poco realista, pero efectiva, el resto va desde la contención y naturalidad de los padres al desfase del escritor, que está pasadísimo. Entre medias está el ministro de interior, que está contenido; el carcelero que sólo sabe gritar; o la enfermera, que en una escena es un encanto, y al día siguiente, es un ogro (con un plano contrapicado, para resaltar más el cambio).

Aparte de McDowell y el mensaje de la película, lo poco que me gusta es la escena de la violación, que es muy agobiante y el “Singin’ in the Rain” funciona de maravilla (algo extraño en una película de Kubrick: fue una improvisación de McDowell, porque era la única canción que se sabía), y los teatrillos que montan los políticos para mostrar que Alex se ha curado, que son divertidísimos.
Stanley Kubrick no es para mí.
Dejando de lado tu introducción, en la que queda clara ya tu adoración por Kubrick, creo que el palo que das a esta película (no sé si será por lo que representó cuando la pudimos ver en España en 1975 o 76)es excesivo. Estoy de acuerdo por completo en el mal envejecimiento del producto y en el sobreactuado de algunos actores, pero sigo pensando que el temaestá muy bien tratado, quizá por lo triquimiquis que era el director al rodar. Mi nota seríoa un 6.
Coincido plenamente. La película es una de las más sobrevaloradas que existen.
Sí, a mí no me gusta nada.