Los cuatrocientos golpes [10]

Cartel original de Los cuatrocientos golpes
CINEFILIA
Les quatre cents coups
(Francia, 1959, 99 min)
Dirección:
François Truffaut
Guión:
François Truffaut
Marcel Moussy
Intérpretes:
Jean-Pierre Léaud
Claire Maurier
Albert Rémy
Patrick Auffay

 

François Truffaut fue una figura clave de la Nouvelle vague, ese movimiento de finales de los 50 que revolucionó el cine y cuyos efectos aún se notan. Truffaut comenzó su carrera en la mítica “Cahiers du Cinéma”, donde se ganó la fama de ser un crítico durísimo. Allí desarrolló la teoría del autor, en la que defendía que el director era el autor absoluto de una película, ya que los grandes directores tenían un estilo personal y unos temas recurrentes en sus filmografías. Qué razón tenía. Y gracias a él, Alfred Hitchcock fue reconocido como maestro (por risible que ahora parezca, a Hitchcock se le consideraba un artesano. Para que después te fíes de las corrientes de opinión).
   Truffuat debutó en el largometraje en 1959 con este film parcialmente autobiográfico y con él ganó en el Festival de Cannes, festival al que no pudo acudir el año anterior porque la organización le había prohibido la asistencia como crítico, el Premio al Mejor Director, y estuvo nominado al Oscar al Mejor Guión Original. Desde entonces el film no ha hecho más que creer en prestigio, y en la actualidad es un clásico intocable.
   “Los cuatrocientos golpes” cuenta la vida de Antoine Doinel (Jean-Pierre Léaud), un chico de catorce años que muy a su pesar lo pasa mal en su casa y en el colegio. Por mucho que quiere cambiar su situación actual con la ayuda de un amigo, cada vez se le van complicando más y más las cosas. El título original en francés hace referencia a “faire les quatre cents coups”, una expresión que quiere decir “armándola” o “haciendo pifias”; por lo que se centra en la parte divertida de la vida de Doinel. Por el contrario, la traducción al español, que curiosamente también funciona, hace hincapié en las dificultades que tiene que afrontar el protagonista.
   “Los cuatrocientos golpes”, que fue la segunda película de la Nouvelle vague (la primera es “El bello Sergio”, de Claude Chabrol,, 1958) fue importantísima porque, copiando al Neorrealismo italiano, Truffaut salió a la calle a contar historias cotidianas, con protagonistas que no eran héroes, sino gente común, en espacios naturales, sin utilizar decorados. Y a eso añadió técnicas que nunca se habían utilizado de esa manera, como el famoso congelado que cierra la película, o una conversación sin contraplanos. Un poco más adelante, los componentes de la Nouvelle vague llevaron lo de acabar con el clasicismo del cine a extremos, empleando la técnica de forma caprichosa y provocando que el espectador tuviera que hacer un esfuerzo por meterse en la película. Esos films han envejecido muy mal, y lo único bueno es que una generación de cineastas americanos, a finales de los 60 y durante los 70, cogieron esas técnicas y las comenzaron a utilizar con sentido, para contar historias, revolucionando Hollywood en el proceso. Me refiero a gente como Robert Altman, Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Brian De Palma, Steven Spielberg, Woody Allen, o George Lucas. Si estás interesado en la Nouvelle vague, empieza por Truffaut, que era el mejor y es el que mejor ha envejecido. El resto es muy duro de ver.
Jean-Pierre Léaud en Los cuatrocientos golpes
Jean-Pierre Léaud
   Si “Los cuatrocientos golpes” es una obra maestra no es por la experimentación técnica y el cambio en los temas (la técnica envejece y lo importante de los temas es cómo están tratados); sino porque sigue siendo una película muy fresca, honrada, y emotiva, que exuda autenticidad en cada uno de sus fotogramas. Truffaut acertó al elegir a Jean-Pierre Léaud como protagonista, ya que además de ser muy natural, transmite mucho encanto, y es imposible no sentir empatía con este pillo.
   Algo fundamental en el éxito del film es que todas las soluciones que se plantean el protagonista y su amigo son soluciones que buscarían chicos de catorce años, y que muestra muy bien la amistad entre los dos chicos y la falta de comunicación que hay entre el chaval y los adultos que le rodean, y cómo por ello, el chico sufre cada vez más. Truffaut se guardaba para el final, cuando el protagonista habla con la psicóloga, datos que profundizan en la historia del Doinel, y que explica por qué se comporta cómo se comporta.
   Entre medias hay escenas y detalles geniales: los chicos saltándose las clases para ir al cine (sabia decisión), el alumno que se queda sin cuaderno por los borrones de tinta; Doinel en la atracción que le hace subir por la pared, con una cara de felicidad absoluta; toda la parte del robo de la máquina de escribir; el homenaje a Balzac, con capilla incluída; o las lágrimas de Doinel a través de los barrotes del furgón policial. ¿Cuáles son recuerdos de Truffaut y cuáles son situaciones inventadas? Da igual, la cuestión es que le dan al film la sensación de ser algo vivido. Y el final (si no la has visto, sáltate esta frase), con Doinel corriendo para ver el mar por primera vez en su vida, es de los más emocionantes que he visto nunca.
   Si tuviera que hacer una lista de mis películas favoritas, “Los cuatrocientos golpes”, sin duda, ocuparía un puesto muy alto.
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