Los mosaicos de Sarantium [8]
Sailing to Sarantium
(Canadá, 1998, 438 páginas)
Guy Gavriel Kay
Guy Gavriel Kay tuvo su primer contacto con la escritura de ficción en los 70, cuando ayudó al hijo de Tolkien a editar “El Silmarillion”. En la siguiente década, tras haberse licenciado en Derecho en su Canadá natal y mientras trabajaba como guionista y productor radiofónico, comenzó a escribir novelas de fantasía, y hoy en día es uno de los grandes del género. (Según la Wikipedia, sus novelas se han traducido a 22 idiomas y vendido más de 2 millones de ejemplares.)
Guy Gavriel Kay, en realidad, escribe una mezcla de fantasía y novela histórica. Se documenta exhaustivamente sobre un periodo concreto, y luego introduce unos pocos elementos mágicos. Ha escrito sobre la Italia medieval (“Tigana”, 1990), la España de El Cid (“Los leones de al-Rassan”, 1995), o la Provenza del siglo XIII (“A Song for Arbonne”, 1992). La bilogía “The Sarantine Mosaic” está formada por “Los mosaicos de Sarantium” (“Sailing to Sarantium”, 1998) y “Reino de luz y tinieblas” (“Lord of Emperor”, 2000), y en ella Kay ofrece una versión fantástica del Imperio Bizantino en el siglo VI.
El emperador Valerius II, que está levantando un inmenso templo en Sarantium, la capital del Imperio, manda llamar a Martinian, un maestro de mosaicos, para que construya uno para la cúpula. Cuando el mensajero llega a Varena, provincia donde vive Martinian, Martinian decide que sea Crispin, su compañero de trabajo, quien vaya a Sarantium haciéndose pasar por él. Crispin conocerá a gente en el camino que le cambiará la vida, y al llegar a Sarantium, se meterá de lleno en una red de intrigas de las que no sabrá cómo salir.
Guy Gavriel Kay tiene una forma de narrar genial. Durante toda la novela va tejiendo diferentes puntos de vista, saltando del presente al pasado, para mantener la tensión, dar diversas perspectivas de lo que está sucediendo, dar profundidad a los personajes y plasmar un mundo muy rico. Kay presenta una situación muy interesante, para atrapar al lector, y entonces comienza a cambiar de personajes y a saltar en el tiempo. Y cuando resuelve la situación, el lector ha colocado todas las teselas y es capaz de ver el mosaico que tiene delante.
El prólogo es un buen ejemplo. El emperador Apius ha muerto, y durante 40 páginas Kay pasa de personaje en personaje, ocultando mucha información (la novela está narrada en tercera persona, y el narrador omnisciente de vez en cuando comenta que los personajes no sabían lo equivocados que estaban sobre lo que iba a suceder, lo que te hace leer y leer); y hasta que no llegas al final y no encajas todo el puzzle, no te das cuenta de qué astuto ha sido el plan para lograr que Valerius I llegue al poder. La novela luego da un salto de varios años, y pocos personajes del prólogo vuelven a aparecer (aunque los acontecimientos que suceden allí tienen mucha importancia posteriormente), pero sirve para presentar el mundo de Sarantium, corroído de intrigas, y lo inteligentes y peligrosos que son Petrus y su amante Aliana.
Otro buen ejemplo es el comienzo de la segunda mitad, la que se desarrolla en Sarantium. Un senador recuerda los terribles acontecimientos de dos años atrás, al tiempo que Crispin va al Hipódromo por primera vez, sin que el lector sepa qué pasó exactamente hace dos años.
Kay es muy bueno caracterizando a los personajes. No sólo muestra el interior de los protagonistas, mostrando sus pasados, sus miedos y sus esperanzas; sino a veces de personajes muy secundarios. El caso de Thelon, que quiere robar a Crispin en la posada, sirve para crear empatía con el personaje y que los acontecimientos no sean tan simples.
El de Taras, el auriga novato entre los aurigas famosos, es muy divertido. Y el de Kyros, el aprendiz de cocina, además de retrasar la resolución del primer atentado contra Crispin, tiene un final muy tierno. Hay muchos más; lo que logra Kay con este recurso es que el Imperio esté habitado por personas de carne y hueso.
La novela está llena de escenas sobresalientes. La del encuentro con el dios del bosque es inquietante, con una atmósfera muy enrarecida; las carreras de cuadrigas son apasionantes; el asalto al Crispin en los baños es muy tenso; y la llegada de Crispin a la cámara del trono es muy imaginativa (Crispin está arrodillado, mirando al suelo, como manda el protocolo, y sólo escucha las voces de las personas que están en la sala).
Bonosus, un senador, reflexiona al principio sobre lo que mantiene tranquilo al pueblo de Sarantium: pan gratis todos los días, dejarles discutir de religión y darles sus actores y aurigas más queridos. Kay refuerza esta idea, mostrando lo importante que era para esa ciudad las carreras de cuadrigas. (¿Soy el único que ve similitudes entre lo que daban esos gobernantes en el imaginario Imperio de Sarantium y lo que nos dan ahora? Empieza por cambiar “cuadrigas” por “fútbol”…)
Kay también habla de religión. El Imperio se divide entre los que siguen con el paganismo, los seguidos de Heladikos, que era el hijo del dios Jad, y los seguidores de la religión oficial, los que sólo creen en Jad. Los que no comparten la religión oficial son considerados herejes y perseguidos; y lo que hasta hacía poco estaba permitido (como la representación de delfines), está prohibido.
Hay tres pasajes muy interesantes sobre la religión. En el primero, Zoticus, el alquimista, le explica a Crispin que ha conseguido crear pájaros artificiales que hablan y tienen alma. Crispin, que puede oír a uno de ellos, le dice que podría ser un hombre famoso si se supiera. Zoticus contesta que posiblemente los patriarcas y los clérigos lo quemarían o lapidarían por utilizar magia pagana.
Un poco más adelante, Crispin recapacita sobre sus creencias religiosas. De niño se coló en el huerto de Zoticus y oyó a uno de los pájaros. Pero de adulto sólo creía en Jad y pensaba que los alquimistas eran unos farsantes, negando así lo que había vivido de niño.
El tercero es la vida de Pronobius Tilliticus. Tilliticus era un mensajero que era un desastre y que perdió su puesto y acabó desterrado. Peregrinó, perdió la cabeza y acabó en un desierto, donde una serie de seguidores lo tomaron por profeta. La Iglesia cuando escribió su “Vida” oficial, maquilló un poco lo que en realidad había ocurrido.
Hay tres elementos que no me gustan de “Los mosaicos de Sarantium”: es demasiado forzado que Crispin, que es un mero artesano, se vea involucrado en todos los complots de la segunda mitad; Vargos, el ayudante de Crispin, descubre al hombre que contrató a los asesinos por demasiadas casualidades; y cuando Crispin llega a su cuarto tras pasar la noche fuera, Kay indica que alguien lo espera con un puñal y pasa a narrar otras cosas; cuando regresa a Crispin, el peligro no era tal. Ahí Kay es un poco tramposo.
“Los mosaicos de Sarantium” no es una excelente novela de fantasía. “Los mosaicos de Sarantium” es una excelente novela, y punto.
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