Voy a hablar de algo que mucha gente considera una superchería: la programación neurolingüistica, PNL (en inglés neuro-linguistic programing, NLP).

Parece que no tiene ninguna base científica, como le pasa a la separación del cerebro en dos hemisferios con funciones muy diferenciadas o a los placebos que curan enfermedades, pero a mí me está cambiando la vida. Será una patraña, pero si funciona, bienvenida sea.
Muy resumidamente la PNL (existen varios libros y algunos están traducidos. Yo he leído «Tu coach interior» -“Your Inner Coach”-, de Ian McDermontt y Wendy Jago) estudia la unión entre el cuerpo y la mente, que si uno sufre afecta al otro, y cómo el subconsciente nos indica si estamos en el buen camino para alcanzar nuestros objetivos. Hay tres aspectos de la PNL que me parecen importantísimos.
El primero es que los pensamientos afectan a nuestro comportamiento. Esto quiere decir que si yo me veo incapaz de lograr algo, no lo voy a lograr. Sin embargo, si visualizo el resultado que quiero, y mantengo una actitud positiva, porque sé que lo voy a conseguir, es muy probable que lo logre. Lógicamente, para que esto funcione, una vez que sabes qué resultado quieres, tienes que averiguar qué pasos hay que dar para lograrlo, y comenzar a darlos de inmediato. Pero siempre con una actitud positiva. Aplícate esto a tener una carrera como escritor.
Para la PNL también es muy importante que conozcamos nuestros biorritmos naturales. En el caso de los escritores es muy sencillo: saber a qué horas del día eres más productivo, cuánto tiempo puedes escribir sin agotarte, o cada cuánto tiempo tienes que descansar y darte un paseo.
Pero lo que más me gusta de la PNL es que dice que todos en nuestro interior sabemos qué es lo que queremos de la vida, aunque conscientemente no lo sepamos, y tenemos que ir buscándolo a través de la prueba y el error, cambiando aspectos de nuestra vida hasta que encontramos lo que queremos, y entonces nos lanzamos de cabeza; y que si llevamos una temporada sintiéndonos mal (aquí el subconsciente ha saltado las alarmas), hay que buscar el origen de ese mal y cambiarlo, por mucho que nos cueste el cambio.
Echo la vista atrás y lo veo clarísimo. Fui a la universidad por inercia a estudiar algo que nunca me había interesado, Periodismo, y acabé con una depresión que casi me parte en dos: ni quería trabajar de periodista ni de funcionario, que era para lo único que servía la universidad. Luego fui a Madrid a estudiar montaje cinematográfico y mi nivel de felicidad subió muchísimo, porque estaba estudiando algo que me encantaba, aunque me faltaba algo. Cuando acabé la escuela de cine me fui a vivir Londres, una ciudad que amo; y a pesar lo moviditos que fueron mis dos años allí, me sentía frustrado. Volví a España y me puse a trabajar en la productora
Burbuja Films, con la que aún colaboro, y aunque estaba trabajando en teoría en lo mío, la frustración seguía presente.
Hasta que me puse a escribir ficción y adiós frustración. Todas las piezas encajaron: siempre había querido contar mis historias, pero nunca me había atrevido.
Si hubiera seguido el camino que me dictaba la sociedad ahora sería el funcionario más infeliz del mundo.
Quien no busca y no se arriesga, no encuentra.
CEÑIRTE A LA REALIDAD
Voy a poner otro ejemplo de lo que no se debe hacer en ficción. También del cine español (si alguien se pregunta por qué es tan malo, tal vez ya lo vaya entendiendo). En la escuela de cine nos dio una charla una directora que había dirigido una comedia donde había una persecución de coches. Era la peor persecución de la historia del cine. Le preguntamos qué había pasado con esa secuencia. Sin inmutarse nos dijo que es que a ella no le interesaba la acción, y que había mandado una segunda unidad y le habían hecho eso una mañana. Insistimos en que la secuencia estaba mal. Y ella siguió erre que erre que la acción no le interesaba nada de nada.
Puede que no te interese, pero si lo metes en tu película, más te vale que quede bien. Eso se aplica a las novelas. Si hay elementos de tu trama que no te interesan, pero que son necesarios, no se puede notar que te la traen al fresco. Y si no estás dispuesto a documentarte para que queden bien, pues no los metas. Pero siempre trata con respeto a tus lectores, que no son idiotas.
Normalmente, cuando te detienes a describir un elemento o un proceso real, tienes que ser fiel a la realidad. Y si no quieres, simplemente lo nombras y para no pillarte los dedos, no profundizas más, y sólo te documentas en lo necesario para hacer avanzar la trama.
Pongamos que escribo un thriller y un psicópata va dejando varios cadáveres. Y gracias a las autopsias, los investigadores descubren el mismo modus operandi y alguna pista. Puedo detenerme en alguna de las autopsias, para darle verosimilitud y suspense, o puedo saltarme la autopsia e ir directamente al resultado. Si elijo lo primero, no puedo inventarme cómo se hace una autopsia, tengo que ser fidedigno a la realidad. Y si elijo lo segundo, me tengo que asegurar de que el resultado que descubren, que yo necesito para la trama, en la vida real se puede descubrir con una autopsia.
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El Empire State |
Con los lugares pasa lo mismo. Si son muy reconocibles, tienes que ceñirte a lo que hay. Pongamos que escribo una escena en el vestíbulo del Empire State Building, y como soy un vago y no me apetece documentarme (o el Empire State no me interesa nada de nada), escribo lo siguiente:
“Pasé la puerta giratoria y los mármoles de Carrara me deslumbraron. Frente a mí estaba la recepción, donde una chica sonriente con uniforme verde me saludó. Giré a la derecha, para coger el ascensor.”
Alguien que conozca el Empire State alucinará con esta bazofia y dejará de leerme. De por vida. Si por cuestiones de trama el vestíbulo del Empire State no es importante, sino lo que pasa en una oficina de la planta 57, simplemente escribes:
“Fui al Empire State y subí al piso 57.”
Pero si por trama es necesario que te detengas en el vestíbulo, tienes que averiguar cómo es.
Veamos algunos ejemplos.
En “
Caballo de batalla”, de Michael Morpurgo, hacia el final, cuando has cogido mucho cariño al caballo, a éste le entra el tétanos, y es una parte muy emocionante. Los síntomas que describe y el método de cura a principios del siglo XX son los auténticos.
En “
El terror” Dan Simmons describe con mucho detalle cómo se hacía una autopsia en el siglo XIX, cómo se construye un iglú o la diferencia entre las ropas de los occidentales, poco adaptas para el frío, y la de los esquimales. Y lo hace con muchísimo detenimiento, añadiendo un detalle real tras otro.
La necesidad de poner detalles auténticos también la marca el género, por las expectativas que tienen los lectores. Si escribes una novela de procedimiento policial, tienes que detenerte en explicar los entresijos de las investigaciones policiales, porque es algo que les gusta a esos lectores. Y esos entresijos tienen que ser veraces. Pasa lo mismo con los thrillers judiciales, en los que tienen mucha importancia todas las triquiñuelas legales que hay y cómo las utilizan los abogados; o los thrillers médicos, donde tienes que mostrar cómo funcionan los hospitales.
Uno de los atractivos, para sus fans, de “La caza del Octubre Rojo”, de Tom Clancy, es cómo el autor se detiene a explicar cómo funciona TODO. Pasa algo parecido con “Los pilares de la Tierra”, de Ken Follet. Tengo la teoría de que esa novela es tan popular porque tiene partes donde explica cómo se construyen las catedrales. Son partes soporíferas, pero muchísima gente que la ha leído las destaca (como si fuera algo práctico saber cómo hacer una catedral). Arthur Hailey era un autor muy popular en los 70 que se documentaba exhaustivamente de un tema y explicaba cómo funcionaba; sus novelas más famosas son “Aeropuerto” y “Hotel”.
Me da que ese tipo de novelas, que a mí no me suelen gustar, se venden bien porque mucha gente piensa que la ficción simplemente como entretenimiento es una pérdida de tiempo, y así sienten que están aprendiendo cosas. Si tiras por este camino y llenas la ficción de este tipo de detalles, tienes que ser fiel a la realidad.
LICENCIAS ARTÍSTICAS
Hay ocasiones en las que para que funcione la historia te tienes que inventar las cosas. Este recurso funciona cuando lo que te inventas no es muy reconocible y el autor se esmera en dar detalles que parecen auténticos.
Existe un caso muy famoso en la historia del cine: “
El cazador”, de Michael Cimino, fue criticada por mostrar escenas de ruleta rusa en Vietnam, cuando no hay ningún documento que indique que en Vietnam, durante la guerra, se jugara a la ruleta rusa. Bueno, es que Cimino descaradamente se lo inventó. Pero es que sin ruleta rusa no tienes película. Funciona porque te la muestra en un lugar indefinido de la selva y en los bajos fondos de Saigón; no es que ponga a Ho Chi Minh apostando. Y las escenas están tan bien hechas, tienen tanta tensión y parecen tan verosímiles, que te las tragas sin problemas (dudo que cualquiera de esos críticos chascara la lengua y dijera “Esto es mentira” mientras veía la película).
No puedes cambiar el vestíbulo del Empire State, porque mucha gente lo conoce, pero sí alguna oficina en alguna de sus plantas. Igual que te puedes inventar barrios enteros de ciudades auténticas, pero no cambiar lugares muy reconocibles. Pongamos que escribes sobre Madrid. No hay ningún problema en crear un barrio periférico, pero la Cibeles o el Prado tienen que estar donde están. Pero para que funcione el barrio inventado, te tienes que asegurar de que ese barrio parezca madrileño. Siempre te va a tocar algo de documentación.
“El laberinto del fauno”, de Guillermo del Toro, se desarrolla en un pueblo inventado del norte de España durante los años 40. Y para no meter la pata con detalles localistas, simplemente indican que es eso, el norte de España en los años 40. Y funciona de maravilla.
Relacionado con esto viene qué nivel de fidelidad tienes que tener cuando desarrollas una historia en una determinada zona geográfica. Muy básicamente se puede decir que si mostrar el ambiente es fundamental, tienes que lograr que ese ambiente se palpe en el papel. Si no tiene tanta importancia, vale con que des unos datos concretos.
Digamos que vamos a escribir una novela costumbrista en Sevilla. Al ser costumbrista, el ambiente es fundamental. Así que tienes que dominar cómo es la vida allí, y cómo se habla, sin que parezca una parodia y sin que sea incomprensible para la gente que no vive en Sevilla.
Si, en cambio, vamos a escribir un thriller que tiene algún capítulo desarrollado en Sevilla, no hace falta tanta fidelidad, y te vale con meter algún detalle concreto y que los personajes hablen un español como en el resto de España; y si quieres, muy de vez en cuando haces que digan un localismo.
También existen las novelas que parten de un contexto más o menos realista, pero el autor se separa muchísimo de la realidad a medida que avanza la trama, aunque siempre parece factible. Pasa en la política ficción. En “El sastre de Panamá” John le Carré jugaba con qué podría pasar cuando EE.UU. entregase la soberanía del canal a Panamá a mediados de los 90. Ya hace tiempo que ese acontecimiento sucedió, y la realidad no tiene nada que ver con la novela de le Carré, pero aún puedes disfrutarla sin problemas. Frederick Forsyth hizo algo parecido en “El manifiesto negro”, que dibuja una Rusia a mediados de los 90 al borde del abismo, en donde prosperaba un político demasiado similar a Hitler.
Y después quedan las novelas que se desarrollan en el mundo actual, pero en donde suceden cosas que ahora mismo son imposibles. Es el caso de “Parque Jurásico”, de Michael Crichton, en donde el autor te convence de que la clonación de dinosaurios gracias al ADN de mosquitos encerrados en ámbar durante millones de años es posible. Será una falacia, pero te la crees sin problemas.
Llevamos dos artículos hablando de este tema, y realmente se reduce a que conozcas tu género, utilices el sentido común, respetes al lector, y que lo que te inventes esté tan bien hecho que parezca real.
Recomendaciones:
Este mes toca leer poco. Dos libritos muy cortos, pero muy interesantes.
-“
This Year You Write Your Novel”, de Walter Mosley. Mosley, conocido por “El demonio vestido de azul”, explica en menos de 25.000 palabras cómo escribir una novela en un año. El libro se queda corto en cuestiones técnicas, pero es muy bueno para que encuentres tu rutina de trabajo, y sobre todo logres conectar con tu subconsciente. Mosley asegura que este proceso de cambiará y hará que te conozcas mucho mejor a ti mismo. Sin darme cuenta, yo estaba siguiendo un plan parecido, y ahora que estoy con la revisión de mi novela puedo afirmar que lo que dice Mosley es cierto.
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-“
The Getaway Car. A Practical Memoir About Writing and Life”, de Ann Patchett. La novelista Ann Patchett (su novela más famosa es “Bel Canto”) explica cómo siempre quiso ser escritora y todo lo que aprendió en el camino. Destaca la importancia de escribir constantemente y de vivir la vida. Éste tampoco tiene mucha técnica, pero es ameno y divertido y explica perfectamente cómo tienes que plantearte la vida si quieres ser escritor. Sólo está en formato digital. Lo puedes adquirir en Amazon por muy poco dinero.
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Tu coach interior«, de Ian McDermontt y Wendy Jago en
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Fotografía del Empire State: David Shankbone (Creative Commons. Genética de Atribución/Compartir-Igual 3.0)
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Respecto a PNL
Parece que funciona pero no funciona. Es un dato inestable.
Existe un estudio más exacto de la mente y sus efectos en el cuerpo, se llama Dianética.
¿Tú qué opinas?
Pues no conocía la Dianética, pero le echaré un vistazo (ya he visto que la creó L. Ron Hubbard). Gracias por la información. Si lo que leo me gusta y pruebo alguna técnica, ya lo contaré aquí.
Lo de la PNL yo creo que funciona si tú esperas que funcione, sobre todo porque vas a ver y sentir cosas que te lo confirman (me refiero sobre todo a las visualizaciones y la afirmaciones). Será un poco efecto placebo, pero a mí me va de maravilla.
Y creo que pasa lo mismo con la ley de atracción, que si te la crees vas a ver pistas que te la confirman, o las sesiones de hipnosis para quitar adicciones o fobias, que funcionan si tú realmente estás dispuesto a cambiar.
Es bastante compleja la mente humana.