VIDA DE ESCRITOR: CÓMO SOLUCIONAR TUS PROBLEMAS UTILIZANDO EL SENTIDO COMÚN
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Ray Bradbury |
Estando enfrascado en la reescritura de mi novela, noté que como escritor estaba limitado a la hora utilizar el lenguaje: no era capaz de sacarle todo el provecho emocional a las escenas. Eso es el estilo. Tenemos una historia que contar, y con las palabras que utilizamos logramos que la sensación que tiene el lector sea más envolvente, que se meta más en la historia, y que se la contemos con más elegancia. Retocar el estilo es lo último que se hace en la reescritura.
Cuando queremos mejorar algo, y aquí me refiero a cualquier cosa de la vida, ese es el primer paso: reconocer que tenemos un problema. Para ello hay que ser humilde y ver que algo no funciona; si eres orgulloso, lo único que va a conseguir es ser un tonto con orgullo que nunca mejora.
Conecto mucho más con los autores anglosajones, en especial los estadounidenses y británicos, que con los de cualquier otra nacionalidad, y como puedo leer sin problemas en inglés, un idioma que aprendí de adulto por cabezonería, la mayoría de los libros que me leo están en ese idioma. La pega es que no practico mi lengua materna al leer, que es el español, y a veces, cuando escribo, pienso en inglés y lo traduzco al castellano. Demencial, pero es lo que hago.
A la hora de reescribir, veía que tenía problemas con el léxico, que se me quedaba corto; con la construcción de frases complejas, porque no sabía cómo ampliarlas y hacer que sonaran bien y tuvieran ritmo; y con el uso del lenguaje figurado, ya que tenía un repertorio muy pequeño y siempre se me ocurrían variaciones de las mismas imágenes.
Una vez que sabes que tienes un problema e identificados los defectos, hay que dar el siguiente paso, que es encontrar una solución. Aquí hay que jugar con el tanteo hasta que des con la solución que te funcione y te haga sentir a gusto.
Desempolvé “El placer de escribir”, de Ana Ayuso Verde, y “Word Painting”, de Rebecca McClanahan, y revisé las partes de las figuras retóricas y del ritmo de los textos. Ya tenía la teoría, pero necesitaba verla en la práctica, para saber aplicarla en mi novela.
Recordé que Ray Bradbury en “Zen en el arte de escribir” (“Zen in the Art of Writing”) aconsejaba leer poesía todos los días. Yo no lo hacía desde que me torturaron con ella en el instituto y me apetecía poco, pero si lo decía Bradbury, al menos tenía que intentarlo. Pensé en autores que me pudieran gustar, y me hice con las rimas de Bécquer y los poemas de Poe. Me leería un poema al día. Terrible; era como tener que hacer los deberes, y muchos días me lo saltaba. No era tan duro como en el instituto, porque uno de cada cien me gustaba, pero sigo pensando que entiendo mejor un texto en portugués o italiano que una rima en castellano.
De casualidad, escuchando Spotify, me di cuenta de que hay algo que utiliza constantemente el lenguaje figurado para apelar a los sentimientos: las canciones. Suelo escuchar pop, que es el género que más me gusta, y o bien me decidía a aprender de él, o me ponía el caparazón intelectualoide, porque tenía que demostrar que soy un escritor en condiciones, y lo rechazaba por intrascendente y comercial y apretando los dientes y con escalofríos regresaba a la culta poesía.
Mi reacción fue inmediata: “¡Que le den! No tengo que demostrar nada a nadie pero sí tengo que aprender. Con la poesía no disfruto, con la música pop sí”.
ENRIQUE IGLESIAS Y JUSTIN TIMBERLAKE
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Mi profesor, Enrique |
Cuando hay una canción que me gusta, después de disfrutarla unas cuantas veces, me voy fijando en las letras, y si hay alguna figura o imagen que me gusta, me hago una nota mental. ¿Quién iba a decir que Enrique Iglesias o Justin Timberlake serían mis maestros?
Aquí tenéis ejemplos de Enrique Iglesias, de su canción “Duele el corazón” (escrita con Servando Primera):
Solo en tu boca, yo quiero acabar. Todos esos besos, que te quiero dar. […] Con él te duele el corazón, y conmigo te duelen los pies.
Me encanta lo de los dolores de corazón y de pies, porque está claro qué promete cada uno.
Y de Timberlake, en su canción “Can’t Stop the Feeling” (escrita junto con Max Martin y Shellback) encuentro lo siguiente:
Tengo este sentimiento, dentro de los huesos, se vuelve eléctrico, ondulante cuando lo enciendo. […] Tengo luz de sol en el bolsillo. […] No puedo ver nada salvo a ti cuando bailas, bailas, bailas. […] Ooh, es algo mágico, está en el aire, está en mi sangre, está corriendo. No hace falta un motivo, no hace falta control. Vuelo tan alto, sin techo, cuando disfruto.
Está muy bien para mostrar una sensación de euforia y enamoramiento.
Intrascendente y comercial, pero estoy aprendiendo un montón. Y encima me lo paso bien.
TRADUCIENDO DE LO LINDO
Ya tenía la solución para mostrar sentimientos y utilizar el lenguaje figurado, pero me quedaba lo del léxico y el ritmo de las frases complejas. De vez en cuando me fuerzo a leer en español, pero normalmente cuando lo hago miro con añoranza las novelas en inglés que me esperan en las estanterías. Entonces recordé una antigua entrevista a Javier Marías, de antes de que yo escribiera ficción, donde el autor recomendaba traducir. Sabía que no todos los escritores lo podían hacer, pero decía que era una manera muy buena para dominar el lenguaje. Lo he probado: es alucinante. No solo mantiene vivo tu léxico, sino que asimilas el ritmo y todos los trucos literarios del autor que traduces.
Como me pasa con la música pop, disfruto traduciendo. Me parece relajante, y como no tengo la presión de hacer dinero, voy a mi ritmo, sin prisa, exprimiendo el texto palabra a palabra y frase a frase, vertiéndolo de un idioma a otro. Ahora, cada día, antes de ponerme con la novela, me paso 20 minutos traduciendo partes de novelas que me hayan gustado. Así absorbo cómo los autores consiguieron transmitirme tanto. (Una alternativa es analizar los textos que te gusten, pero analizar me parece muchísimo más tedioso y yo aprendo bastante menos).
Lo primero que he traducido es una escena magnífica que aparece al principio de “Ghost Road Blues”, una novela de terror de Jonathan Maberry. Encuentro perlas como estas:
“El Hombre Hueso mató al diablo con una guitarra.
Persiguió al diablo pasados los cruces y persiguió al diablo a través del maíz, y alcanzó al diablo en el hueco entre las montañas donde las profundas sombras viven. Allí había un pantano con mosquitos tan fieros como perros heridos y serpientes del color del barro”.
“Aunque el Hombre Hueso era flaco y parecía enfermo, era un hombre fuerte con veinte años de trabajos de labranza en sus duras manos y una espalda hecha de láminas de hierro y cuerda vieja”.
“Ambos estaban llenos de sangre e ira, pero la luna aún no había aparecido y el diablo aún solo era un hombre; en igualdad de condiciones el Hombre Hueso era más fuerte”.
“El Hombre Hueso estuvo jadeando en la cima de la colina solo un segundo, mirando al oeste para ver el sol caer hacia la línea de árboles y estimando cuándo de día le quedaba para hacer lo que tenía que hacer. Lo que restaba de día era igual a lo que le restaba de vida si no cogía al diablo en esos momentos. Una vez la luna hubiera salido, la marea de acontecimientos tornaría, y se tornaría roja”.
“No llevaba calcetines y alrededor del tobillo tenía una moneda de diez centavos con un agujero atada con un cordel. Los diez centavos brillaban en la mortecina luz del sol a cada paso, y entonces alcanzó la línea de sombras creada por el ángulo de la montaña más lejana, y los centelleantes diez centavos dejaron de brillar. Su tía en Baton Rouge se los había dado, y aunque el Hombre Hueso no hacía vudú, era lo suficientemente listo como para quedarse con cualquier amuleto contra el mal”.
¡Gracias Jonathan Maberry por enseñarme tanto! Si tenéis curiosidad por saber cómo acaba la escena, el mástil de la guitarra se rompe en la lucha y queda en forma de punta, y el Hombre Hueso lo utiliza, como si fuera una estaca, y le atraviesa la espalda al diablo, hasta alcanzarle el corazón.
Ya lo sabéis. Identificad un problema, ved exactamente qué es lo que falla, y buscad soluciones, tanteando, que os funcionen y os gusten. Mientras esas soluciones sean éticas, ¡que le den a lo que pueda pensar el resto del mundo!Fotografía de Ray Bradbury: Alan Light (Creative Commons Attribution 2.0 Generic)
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