VIDA DE ESCRITOR: LA BRÚJULA QUE TODOS LLEVAMOS DENTRO

Portada de Brújula para navegantes emocionales, de Elsa PunsetAcabo de terminar un libro estupendo sobre inteligencia emocional de una autora que me encanta: «Brújula para navegantes emocionales», de Elsa Punset. En la primera parte, Punset recorre las distintas influencias, positivas y negativas, que tenemos desde el nacimiento hasta el fin de la adolescencia, y que nos ayudan o nos dificultan ser nosotros mismos en la edad adulta. En la segunda explica cómo minimizar nuestras emociones negativas y maximizar las positivas para ser felices. En esa parte habla de la intuición, que simplemente es saber reconocer nuestras emociones y sentimientos, dejando al margen condicionamientos externos, para poder navegar por la vida. De ahí lo de brújula para navegantes emocionales.
   Yo estoy de acuerdo con ella, y es que una vez que reconoces tus sentimientos y emociones, y te conoces bien, es mucho más fácil moverte por la vida: vas buscando lo que te llena, y evitas lo que no te llena, sin importarte lo que pueda pensar la gente de ti y sin hacer daño a nadie; los reveses los llevas mucho mejor, y sabes que si algo te provoca malestar, es un indicio de que tienes que cambiar elementos en tus circunstancias actuales. Vas tranquilo por la vida, no preocupándote de cumplir expectativas que nunca fueron tuyas.
   Se puede resumir en lo siguiente: escucha a tu corazón para que te guíe, y utiliza el cerebro para ir logrando tus objetivos en la vida.
   Últimamente he tomado varias decisiones siguiendo esa brújula, y algunas personas se han sorprendido bastante. Y realmente lo que me guiaba era que quería tener más tiempo para escribir ficción y dar cursos de escritura.
   Todo fue un proceso gradual, que me llevó años. Por ejemplo, hace tiempo me di cuenta de que mis gustos literarios y cinematográficos habían cambiado. Ahora llevo muy mal el cine minoritario y la ficción literaria (a menos que sean muy buenos, ya no tengo paciencia para soportarlos), y prefiero algo comercial. A pesar de lo que vendan los medios de comunicación, y ciertos intelectuales y críticos, la probabilidad de encontrar una bazofia es exactamente la misma, y sinceramente, en la literatura y el cine comercial, si te dan algo malo, te quejas porque es una infantilada, pero en los otros, te toman el pelo con historias mal contadas (por algún motivo desprecian la construcción de la trama, como si eso fuera fácil) y te aburren hasta hacerte querer arrancarte los ojos para que se acabe ese tormento.
   Entonces dejó de interesarme ver todo el cine y leer toda la literatura que pudiera. Me estresaba estar al día de la cartelera, y ver todas las películas que habían ganado algo importante o tenían prestigio. Además, me di cuenta de que disfrutaba más leyendo que viendo cine.
   Y con la literatura, pues ya tenía muy definidos mis gustos, y no me apetecía volver a leerme el «Ulises» de Joyce, o intentar de nuevo «En busca del tiempo perdido», de Proust; quería sacar más tiempo para leer las novelas que me interesaran a mí, independientemente de si se las considerada buenas o malas, y normalmente me interesan novelas que me entretienen. Así que decidí que iría mucho menos al cine y leería más, y para mantener el blog, escribiría solo críticas de las obras que me habían gustado mucho. Y tenía sentido, porque yo no quería ser crítico, sino escritor, y eso me dejaba muchísimo más tiempo para escribir ficción.
TITULITIS ESPAÑOLA
Cuento todo esto por la reacción que ha provocado
que yo haya finalizado definitivamente mi carrera de montador cinematográfico.
Tomé la decisión porque ya no me sentía a gusto montando, y porque me planteaba
si me gustaría seguir montando vídeos después de terminar la película
«Hazlo por mí», y era que no, que yo no quería seguir trabajando en
el audiovisual. Estoy muy contento con cómo ha quedado esa película (es un
final de carrera muy bueno), pero lo que me encanta es escribir, y montar vídeos
me quita tiempo para seguir avanzando en mi carrera de escritor. Además, eché
cuentas y ya ganaba más como escritor que como montador. Pocos lo saben, pero
la decisión de dejar mi carrera en el audiovisual la tomé hace años, y poco a
poco fui alejándome de Burbuja Films, la productora donde trabajaba, y
dedicando más tiempo a escribir, hasta que pude dar el paso. Así que de
precipitado, nada.
   Mucha
gente a la que se lo he contado, me ha preguntado si he acabado mal con los de
Burbuja Films, y es que no, que seguimos siendo muy amigos. Supongo que aquí
influya que en España es raro que alguien se vaya voluntariamente del trabajo,
y si lo hace es porque se lleva a la gresca con los jefes y compañeros y ya no
aguanta más.
   También
mucha gente me ha dicho que dejo el audiovisual de forma temporal. Y yo digo
que no, que es para siempre. Me parece que entonces piensan que he acabado
fatal con Burbuja Films… Les digo que ya me puede llamar Spielberg, que le
diré que no (hombre, me haría ilusión charlar con él de cine), que si no me
saliese bien lo de escribir, me buscaría la vida de otra forma, pero no en el
audiovisual. Y escribiría en mis ratos libres. Entonces me sacan a colación que
qué pasa con la carrera de cine que hice. Pues nada, ahí se queda, durante un
tiempo me dio de comer, y aprendí mucho de narrativa y estructura, cosas que
ahora aplico a mis novelas.

 

Rollo de papel higiénico
¿Mi título de Periodismo?
   En este
caso creo que influye la titulitis que sufre España, y es que parece que en
cuanto empiezas los estudios, te han marcado el destino y no hay manera de
cambiar. Es peor que las castas indias. Es algo que fomentan desde el instituto,
o incluso antes: «Elige ciencias o letras y determinarás tu futuro hasta
que mueras; y si no consigues un título, es que eres tonto del culo». Eso
es una estupidez, como que no puedes cambiar en cualquier etapa de tu vida,
como si tuvieras que hacer caso a lo que otra gente espera de ti, y como si
necesitaras un título para demostrar tu inteligencia. (Algunas de las personas
más idiotas que he conocido en mi vida eran licenciadas que me dieron clase en
la universidad.)
   Recuerdo
que hace unos pocos años un  amigo mío,
antiguo compañero de la universidad, estaba encantado haciendo sustituciones en
Correos, trabajando de cartero. Y me dijo que porque tenía el título, que si no
se planteaba trabajar ahí de forma permanente. Lo que pensé fue, «¿Y qué
más da qué título te hayas sacado, si has encontrado un trabajo que te
encanta?».
   Este
verano quedé con una amiga, también antigua compañera de la universidad, que
llevaba un bar. Nos invitó a cenar en su local a unos amigos, y en un momento
de la noche nos dijo que todos nosotros (se incluía a ella) nos creíamos muy
inteligentes con nuestros títulos, pero que sus camareros eran muy listos. Yo
pensé, «Claro, es que la inteligencia no tiene nada que ver con tener un
título universitario; y desde luego si algo no enseña la universidad es a ser
espabilado para desenvolverse en la vida, más bien te hace ser presuntuoso».
   A priori,
el único mérito que yo le doy a un título es que esa persona ha tenido el tesón
suficiente para acabar una carrera de varios años, sabiendo que el esfuerzo es
grande porque las carreras suelen ser un peñazo considerable. (No sé a qué sádico se le ocurrió que la educación debía ser aburrida, pero el mamón creó escuela.) Pero no por eso
la persona es más inteligente, ni mejor o más válida que personas que no lo tienen,
es más tesonera. Y luego si es buena en su trabajo, pues bienvenido sea el
título que le permitió conseguir ese puesto y unos conocimientos básicos de su
profesión.
   Si fuera
cierto lo que nos contaban desde el instituto o el colegio, yo hubiera estudiado
una carrera de ciencias (lo pasé tan mal en 3 de BUP —16 años—, cuando estudié
ciencias puras, que en COU —17 años— me pasé a letras); o ahora mismo estaría
trabajando de periodista, porque me licencié en Periodismo (a pesar de que odié
cada segundo de esa carrera y nunca entendí esa profesión); o estaría
opositando o trabajando de funcionario, que era lo que hacía mucha gente de
mi generación: una licenciatura en lo que fuera, para poder opositar (pero a mí
me agobiaba la vida de funcionario, y nunca entendí lo de trabajar en cualquier
cosa con tal de tener una seguridad económica).
   Y sin
embargo, estoy encauzando mi vida hacia algo para lo que no hay titulación, estoy
encauzando mi vida para ser novelista.
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