VIDA DE ESCRITOR: PRINCIPIOS DE NOVELAS
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Lo que sea para atrapar al lector |
Primer artículo del año, así que ¿qué mejor que echarle un vistazo a principios de novelas?
Existe un tipo de libros de escritura, que a mí no me gusta nada, del que se suele hacer eco blogueros aspirantes a escritor y páginas relacionadas con literatura —aunque curiosamente no lo hacen escritores profesionales—, que destaca una serie de reglas que en teoría hay que seguir a rajatabla si quieres escribir buenas historias. Aparte de los puntos de giros que te llevan del primer al segundo acto, y del segundo al tercero —y no sé qué otras zarandajas sobre estructura—, hay otra que dice que tienes que atrapar al lector desde la primera frase, como si le echaras un anzuelo.
Bueno, mi opinión es que esas reglas son una tontería que hacen que mucha gente en vez de dejarse llevar por la historia, se obsesione con construir un puzzle que nace muerto y está lleno de acciones forzadas. En el caso de la primera frase, o de atrapar al lector con las primera páginas, puede conducir a estampidas de elefantes, terremotos e invasiones alienígenas, para luego decir que es un sueño, porque la historia no va de eso, pero han atrapado al lector con mucha acción, ¿no?
Pues no.
Pues no.
Yo diría que tienes poco espacio para conquistar al lector, porque cada vez somos más impacientes, pero que incluso en esta época de prisas constantes tienes las primeras páginas para lograrlo. En ese espacio, el lector se habrá metido en un mundo que le tiene que parecer real, muestras el tono que tendrá la historia y con qué voz la cuentas (cada historia suena de una manera determinada), puedes dar pistas del tema, o temas, de la novela, y aparece un personaje que resulta atractivo, que no necesariamente es el protagonista, y que tiene que hacer frente a algo que le deja intranquilo, ya sea porque anhela algo, y va a buscarlo, o huye de algo por miedo. Si lo has hecho bien, entonces el lector seguirá leyendo.
Pero volvamos a la idea de atrapar al lector con una única frase y veamos ejemplos de novelas, para ver cómo lo han hecho escritores profesionales a lo largo de los años. Al igual que las reglas de arriba, internet también está llena de blogueros vagos, que parece que desconocen la existencia de la literatura de género, y que citan supuestos grandes principios de novelas (normalmente suelen hacer un corta-pega, porque unos cuantos se repiten), y son incapaces de pararse a analizar lo que realmente está escrito: cogen una novela considerada un clásico, y te endilgan su principio, esté bien o mal, sea la novela buena o mala.
(Un error que ya he visto varias veces, y que nadie se ha molestado en comprobar, es que cambian el principio de «Me llamo Rojo» —1998—, de Orhan Pamuk, para que entre en la lista de mejores principios. El verdadero «Ahora estoy muerto, soy un cadáver en el fondo de un pozo», lo convierten en el mucho más espectacular de «Encuentra al hombre que me asesinó y te contaré detalladamente lo que hay en la otra vida». Como para fiarte de esas listas.)
PRINCIPIOS MEMORABLES (Y NO TANTO)
A excepción de «Por el camino de Swan», que abandoné por sin llegar a la mitad porque me parecía tan apasionante que contemplar una maratón de caracoles, y de «Cien años de soledad», «Dispara, yo ya estoy muerto» y «Nocturno», el resto de las novelas me las he leído enteras.

«Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto«, de «La metamorfosis» (1915), de Franz Kafka. Genial para despertar la curiosidad del lector… lo malo es que es lo único genial de esa obra; a partir de ahí es una cuesta abajo.
«¿Encontraría a la Maga?» de «Rayuela» (1963), de Julio Cortázar. Mmmm, no está nada mal; te hace preguntarte quién es esa Maga, y quién la busca. Bien por Cortázar.
«El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo«, de «Crónica de una muerte anunciada» (1981), de Gabriel García Márquez. Un 10 para García Márquez: te presenta un incidente muy potente —una muerte inminente, que no sabes por qué sucede— para que sigas leyendo.
«Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo«, de «Cien años de soledad» (1967), de Gabriel García Márquez. ¡Alabamos al dios Gabo, alabamos al dios Gabo! Ya podían aprender de él centenares de escritores de best-sellers (y no digamos de autores con ínfulas literarias). Sabemos que a Aureliano Buendía lo van a fusilar en el futuro, pero no sabemos el porqué, y que va a haber un salto al pasado. ¡Alabamos a Gabo!
Vayamos con otro dios: «Era un placer quemar«, de «Fahrenheit 451» (1953), de Ray Bradbury. Es misterioso (¿por qué era un placer quemar?, y quemar, ¿el qué?) y temáticamente es perfecto. Buen comienzo para esta maravillosa, maravillosa obra maestra.
Otra distopía: «Era un frío y luminoso día de abril y los relojes estaban dando las trece«, de «1984», de George Orwell. Muy bueno, sí señor: Orwell te lo ancla en lo que parece un mundo cotidiano (un día de abril corriente), y le da un giro cuando dice que los relojes hacen algo que normalmente no hacen, dar las trece. Buena primera frase para una angustiosa obra maestra.
Y otra distopía más: «Esta mañana temprano, 1 de enero de 2021, tres minutos después de la medianoche, han matado al último ser humano nacido en la Tierra en una reyerta en un bar de Buenos Aires; tenía veinticinco años, dos meses y doce días«, de «Hijos de hombres» (1992) de P. D. James. ¡Ya estoy enganchado! ¿Por qué hace veinticinco años que nadie nace en la Tierra?
Ahora, un clásico: «Todas las familias felices se asemejan; cada familia infeliz es infeliz a su modo«, de «Ana Karenina» (1877), de León Tolstói. No está nada mal; apunta a que la infelicidad se va a cernir sobre una familia concreta.
Otro Tolstói, «Guerra y paz» (1869): «Bien». Y ya está, lo que demuestra que los que dicen que hay que atrapar al lector con la primera frase se equivocan.

Dejando de lado que a menos que seas un estudioso de Cervantes (o seas un esnob y mientas como un bellaco), en la actualidad no entendemos la mitad de las palabras, no está mal: te presenta a un personaje, que sabes que es un noble mayor ocioso y no muy pudiente, en un tiempo concreto muy reciente (para sus contemporáneos), y en un espacio muy cercano, para hacértelo muy real. Sí te incita a seguir leyendo.
Andrés Trapiello, en su actualización al castellano actual (2015) lo traduce así: «En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, vivía no hace mucho un hidalgo de los de lanza ya olvidada, escudo antiguo, rocín flaco y galgo corredor«. No es el original, pero para los lectores del siglo XXI es bastante más claro y bastante mejor.
¿Cómo empezó James Joyce «Ulises» (1922)? «Majestuoso, el orondo Buck Mulligan llegó por el hueco de la escalera, portando un cuenco lleno de espuma sobre el que un espejo y una navaja de afeitar se cruzaban«. Bueno, no es que sea lo más emocionante del mundo (un gordo que se dispone a afeitarse, o va a afeitar a alguien), pero al menos no da ninguna pista del suplicio, y gran tomadura de pelo, que es el resto del libro. Si alguien se quiere leer a Joyce, mi recomendación es que se lea «Dublineses» (1914).
Otro peñazo del siglo XX: «Por el camino de Swan» (1913), la primera parte de «En busca del tiempo perdido» (1913 – 1927), de Marcel Proust: «Mucho tiempo he estado acostándome temprano«. Este al menos sí te da pistas de lo que te espera a continuación: un gran remedio contra el insomnio. Si alguien quiere leer a Proust, mi recomendación es que no lo haga.
Vayamos con el autor español que más he leído, Javier Marías: «No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola de su propio padre, que estaba en el comedor con parte de la familia y tres invitados«, de «Corazón tan blanco» (1992). ¡Bravo por Marías! Nos presenta a una chica que regresa de su luna de miel, y que se va a suicidar en el baño durante una reunión familiar, ¿por qué? El misterio está servido; un misterio, por cierto, que el protagonista no quería saber. Gran comienzo para una novela fascinante.
A ver qué tal lo hace el súper-ventas brasileño Paulo Coelho. «El día 11 de noviembre de 1997, Veronika decidió que había llegado, por fin, el momento de matarse«, de «Veronika decide morir» (1998). Pues lo hace muy bien: tenemos que seguir leyendo para saber por qué esa tal Veronika quiere suicidarse, y en esa fecha tan concreta.
Y ahora la súper-ventas española Julia Navarro. «Hay momentos en la vida que la única manera de salvarse a uno mismo es muriendo o matando«, de «Dispara, yo ya estoy muerto» (2013). ¿Cómo es posible que todavía no me la haya leído? Una frase muy buena para abrir una novela: ¿quién dice eso, y en qué circunstancias lo justifica?
«La idea del eterno retorno es misteriosa y con ella Nietzsche dejó perplejos a los demás filósofos: ¡pensar que alguna vez haya de repetirse todo tal como lo hemos vivido ya, y que incluso esa repetición haya de repetirse hasta el infinito!«, de «La insoportable levedad del ser» (1984), de Milan Kundera. Lo que te deja perplejo es ese principio, que más tarde entiendes (y que encaja perfectamente), pero que parece prometer una novela peñazo-intelectualoide–filosófica, y que solo te echa para atrás. Otra muestra de que no tienes que atrapar al lector con una única frase, porque esta novela es una maravilla.

Otro muy bueno: «En el escritorio de mi estudio iluminado con velas, el teléfono sonó, y supe que un cambio terrible se acercaba«, de «Nocturno» (1998), de Dean Koontz. ¿Qué cambio terrible se acercaba? ¿Cómo puedes dejar de leer con ese principio?
Ahora, uno famoso: “Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no me apetece contarles nada de eso”, de «El guardián entre el centeno» (1951), de J. D. Salinger. No hago más que preguntarme por qué es famoso ese principio y por qué tiene tanto prestigio esa novela. Es un principio bastante flojo (¿por qué nos había de interesar su vida?), de alguien antipático, y tiene la fuerza de una Casera sin gas; la misma fuerza que tiene el resto del libro. Si alguien se quiere leer a Salinger, le recomiendo «Nueve cuentos» (1953).
«Pues sí: estoy internado en una institución psiquiátrica; mi enfermero me observa, apenas me quita la vista de encima, porque hay una mirilla en la puerta, y el ojo de mi enfermero es de ese color castaño que no puede penetrar en la gente de ojos azules como yo«, de «El tambor de hojalata» (1959), de Günter Grass. Buenísimo; te pica la curiosidad para seguir leyendo, y antecede la genial locura que es esta novela.
«Tarde o temprano, tenía que suceder«, de «Cita con Rama» (1973), de Arthur C. Clarke. ¿Suceder el qué? Si este principio no te hace seguir leyendo, no sé cuál lo hará.
MÁS PRINCIPIOS
Y aquí, unos principios que me encantan. He marcado con un asterisco (*) las novelas que he leído. Y una cosa importante: un gran principio no es garantía de una buena novela.
* «El día que comenzó todo —un caliente día de agosto— salí del trabajo un poco después de las doce«, de «El último escalón» (1958), de Richard Matheson.
* «Todavía tengo pesadillas«, de «La casa de hojas» (2000), de Mark Z. Danielewski.
«Hoy, en la isla, ha ocurrido un milagro«, de «La invención de Morel» (1940), de Adolfo Bioy Casares.
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La casa de hojas |
* «Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne”, de «El túnel» (1948), de Ernesto Sábato.
* «Tyler me consigue trabajo de camarero, después me mete una pistola en la boca y me dice que para alcanzar la vida eterna primero tienes que morirte«, de «El club de la lucha» (1996), de Chuck Palahniuk.
* «El temporal, que algún agente del servicio de meteorología amante de lo bíblico había bautizado como el Luzbel, llevaba días anunciándose«, de «La última noche en Tremore Beach» (2014), de Mikel Santiago.
* «El monstruo apareció justo después de medianoche«, de «Un monstruoviene a verme» (2011), de Patrick Ness.
«Nací dos veces: fui niña primero, en un increíble día sin niebla tóxica en Detroit, en enero de 1960; y chico después, en una sala de urgencias cerca de Petoskey, Michigan, en agosto de 1974«, de «Middlesex» (2002), de Jeffrey Eugenides.
* «Los chiquillos llegaron temprano para el ahorcamiento«, de «Los pilares de la Tierra» (1989), de Ken Follet.
«Esta noche os amaréis con desesperación porque sabéis que va a ser la última noche que pasaréis juntos«, de «Palmeras en la nieve» (2012), de Luz Gabás.
«Esta es la historia más triste que jamás he oído«, de «El buen soldado» (1915), de Ford Madox Ford.
Y para acabar, mi favorito: «Todos los niños, excepto uno, crecen«, ¿de qué obra es? De «Peter Pan», ¿cómo no? (J. M. Barrie, 1911).
Fotografía de los anzuelos: Mike Cline (Creative Commons Attribution-Share Alike 3.0 Unported)
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