Yo soy el amor [1]

Cartel original de Yo soy el amor
Io sono l’amore
(Italia, 2009, 120 min)
Dirección:
Luca Guadagnino
Guión:
Luca Guadagnino
Barbara Alberti
Ivan Cotroneo
Walter Fasano
Intérpretes:
Tilda Swinton
Flavio Parenti
Edoardo Gabbriellini
Marisa Berenson
Gabriele Ferzetti

 

Si hay algo que no soporto en el cine, algo que me cabrea de verdad, es ver una película dirigida por alguien que no tiene claro lo que quiere contar, y que por tanto no sabe ni qué elementos tiene que resaltar, ni poner en escena, ni hacer una planificación con sentido. “Yo soy el amor” es un ejemplo perfecto. Esta atrocidad está dirigida (es un decir) por un tal Luca Guadagnino, del cual he tenido la fortuna de no ver ninguno de sus films anteriores; y como que me llamo Carlos, que haré todo lo posible por no volver a ver nada suyo el resto de mi vida.
   La película se centra en una familia rica de Milán. Comienza con el patriarca pasando la batuta de su empresa a su hijo y su nieto. Luego una hija sale del armario y se corta el pelo a lo garçon. Luego, su madre (la gran Tilda Swinton), comienza un romance con un cocinero amigo de su hijo. Y luego se desmorona la familia. O algo así.
   La primera cena, aparte de tener una planificación y un montaje terribles (esos cortes feísimos, esos encadenados que no vienen a cuento, esos saltos del eje porque le da la gana), es muy confusa, con un montón de personajes que no hay manera de identificar. Cuando llevas un ratito preguntándote a dónde va eso, porque la escena dura lo suyo, resulta que el patriarca ha decidido dejar la empresa y va a nombrar a su heredero. Y yo me preguntaba, ¿por qué no empezó con esa información, y así al menos había algo de tensión? Claro que después no pinta nada a quién deja la empresa (no hay ningún conflicto entre padre e hijo, y la siguiente vez que aparece la empresa, hora y media después, es para venderla).
   El primer encuentro entre Swinton con su futuro amante es demencial. El hombre ha traído una tarta (sin justificar) a la casa y el primer plano de Swinton ¡es un cenital! El tal Guadagnino pensaría que para qué jugar con la miradas y pasar a primeros planos, mejor dejar todo sin marcar y que el espectador se las ingenie para sacar sentido.
   Con la subtrama de la hija lesbiana creo que ha querido contar que Swinton se quiere liberar como su hija ¡pero lo fino que tienes que hilar para llegar a esa conclusión! A Swinton nunca se la ve que esté frustrada, ni planteándose que necesita abandonar su vida actual.
   Esto me lleva al historia de amor, que está tan mal contada, que casi da risa. Guadagnino no da pistas de que se gustan (pero para eso malgasta minutos en mostrar a Swinton comiendo langostinos, por ejemplo), y las secuencias en San Remo, con Swinton con los ojos fuera de las órbitas, siguiendo al cocinero, son incomprensibles. Se sabe que es algo con tensión por la cara de Swinton y por la machacona música de John Adams (desde luego, la música minimalista en el cine es una mala idea), pero es imposible saber por qué. Y cuando comienza el romance, es increíble lo torpe que es Guadagnino dejando pistas para que lo descubra el hijo. El guión parece escrito por un amateur.
Tilda Swinton y Flavio Parenti en Yo soy el amor
Tilda Swinton y Flavio Parenti
   ¿Qué sentido tiene que el cocinero le corte el pelo a Swinton, si lo que hace un cocinero es cocinar, no cortar pelos? Pues lo hace para que el hijo encuentre un mechón rubio en su casa. ¿Y lo del libro que se deja Swinton? Pues para nada, porque el hijo sólo ve el libro en casa del cocinero, y no en casa de su madre, por lo que el libro no puede ser una pista (la película es tan mala, que Guadagnino se olvida de este pequeño detalle, y cuando el hijo descubre el romance, mete planos del libro, como si tuviera importancia). ¿Y lo de la sopa? Pues otra cosa que no tiene ni pies ni cabeza, porque Swinton, que organizaba la cena, podía haberle dicho el menú al cocinero. Y, por cierto, qué cuidadosos son los amantes para mantenerlo en secreto, que se besan en una cocina llena de gente.
   La parte final es de vergüenza ajena.
   La película visualmente es muy hortera. Tiene movimientos de cámara muy, muy malos, que ni son seguimientos con cámara al hombro (y que justificarían algún reenfoque), ni tienen la fluidez de la Steadycam. Es algo entre medias, y debe de ser grúa. Muchas veces Guadagnino corta a planos con panorámicas rápidas a la mitad. Se pensaría que así conseguía dinamismo. Y hay muchos planos con encuadres feos; así Guadagnino estaría convencido de que lograba realismo.
   El film tienen momentos malísimos, en los que Guadagnino demuestra que tiene (muy) poca idea de cine: cuando Swinton sube a la catedral, justo después de que se entere de la orientación sexual de su hija, hay tres planos pegados en los que tienes que buscar a la actriz. Por no hablar de los insertos de exteriores, que no pintan nada, en medio de conversaciones en interiores. O cuando Swinton hace el amor con su amante en el campo, que casi es a tiempo real: una sucesión de primeros planos de piel, caras extasiadas, bichitos y la estomagante música de Adams. Estás deseando que el cocinero sufra de eyaculación precoz para que eso se acabe.
   “Yo soy el amor” tiene muchísimos tiempos muertos que no llevan a nada, le falta dirección y resaltar los elementos importantes, y es ridícula, hortera y aburrida. Sólo le recomendaría esta película a alguien que quisiera saber cómo NO hacer cine.
3 comentarios
  1. admin
    admin Dice:

    Ya podía ser la película la mitad de buena de la pinta que tiene.
    A la película hay que odiarla, a Tilda Swinton hay que amarla casi tanto como a Cate Blanchett.

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