Entrevista a Maite Carranza
Maite Carranza es un referente de la literatura infantil y juvenil en España. Desde que debutara en 1986 con ¡Toma castaña!, ha publicado 50 libros y ganado más de una veintena de premios, entre los que se encuentran el Cervantes Chico a toda su carrera (2014), el Nacional de Literatura Juvenil, el Templo de las Mil Puertas; tres veces el EDEBÉ y otras tres el alemán White Raven.
Si existiera el Nobel Chico, posiblemente también lo habría ganado.
Además, Carranza fue profesora de Lengua y Literatura hasta mediados de los 90, y es guionista de televisión, oficio por el que también ha cosechado varios premios, y ha escrito tres obras de teatro.
En esta entrevista, que le hice en verano de 2019 en Santander, nos cuenta cómo llegó a la literatura infantil y juvenil, qué diferencias encuentra entre escribir para adultos y para jóvenes, cómo se documenta o qué es lo primero que te tiene que gustar si quieres ser novelista.
Puedes seguirla en Facebook y visitar su página oficial, maitecarranza.com.
Lee la entrevista, y disfruta y aprende de una gran profesional.
Entrevista a Maite Carranza
¿Cómo llegaste a la literatura infantil y juvenil?
Por puro azar. Porque yo escribía para adultos, pero resulta que los relatos que presentaba a premios, los que ganaban estaban protagonizados por un joven o un niño directamente. Y alguien me dijo: “Esa mirada es la que dominas mejor”. Era muy joven, tenía veintipocos, y me dije, ¿por qué no?, voy a hacer una primera historia que va a protagonizar una niña. Fui mi primera novela [¡Toma castaña!], fue juvenil y me acogieron como especialista en literatura juvenil. Y dije, bueno pues me quedo una temporada a ver qué tal se está, y aún estoy ahí.
Tienes dos novelas para adultos, Sin invierno y El fruto del baobab. ¿Te gustaría escribir más para adultos?
Escribir para adultos ha sido frustrante porque estoy acostumbrada a que mis libros tengan una larguísima vida, tienen un tempo de boca-oreja, de darse a conocer, no hay prisa… Los libros para jóvenes pueden tardar cinco o seis años en tener éxito, y después lo tienen.
En cambio, a los tres años un libro para adultos está sentenciado. Mi primer libro fue Sin invierno (1999), tenía muchísima ilusión, tuvo dos o tres ediciones, se habló mucho, y después desapareció. Me sentí muy mal. Y me dijo la editora: “No, no, eso es lo que ocurre siempre”. Pues no me interesa. Por lo tanto, siempre que pude procuré que la historia tendiese a un público juvenil y no al revés.
Y la única donde pensé, No hay excusas para no hacerla para adultos, fue El fruto del baobab. Y Palabras envenenadas, que mucha gente me dice, “Ay, pero cómo la publicaste para jóvenes si es una obra adulta”; pues por eso, porque aún está viva desde 2010, y tiene más ventas ahora que en 2010. Y esa es la trayectoria de una novela juvenil.
En cambio El fruto del baobab la publiqué en 2013, y ya está muerta. La descatalogaron al cabo de tres años. Eso es muy frustrante.

¿Qué diferencias ves entre escribir juvenil y escribir para adultos?
Mi actitud es la misma, pero me planteo qué es lo que un joven puede o no entender, entendiendo como juvenil a partir de 16 años. Es diferente si considero que es para niños o adolescentes.
Sí hay diferencias. Considero que una novela juvenil tiene que tener más ritmo, tiene que ser ágil, tiene que tener un lenguaje culto, pero sin pasarse; que no hace falta que cojan el diccionario a cada frase.
En cambio en una novela para adultos no me corto un pelo. También mi estilo es así: un estilo directo, inteligible… Pero no me reprimo, no me coarto a mí misma.
Pero ya tengo mucha experiencia para concebir una historia para jóvenes.
Me gusta, de los jóvenes, que descubren el mundo… Pensar que yo les puedo aportar una pregunta, abrirles alguna puerta, su curiosidad. Hacerles darse cuenta de los conflictos, del mundo en que viven, y que tal vez ni han reparado en ellos. Me hace sentir como más útil a mí misma.
Guionista y profesora
Aparte de novelista eres guionista. ¿Qué diferencias narrativas ves entre escribir una novela y escribir un guion?
Bastantes, pero yo diría que utilizo muchos recursos, como vasos comunicantes, tanto de la literatura hacia el guion y como del guion hacia la literatura. Yo agradezco muchísimo todo el oficio, porque yo lo llamo oficio, el oficio que tengo como guionista.
Es un oficio que se construye sobre la práctica. La teoría está bien, pero es la práctica la que te va dando toda la experiencia que necesitas para tú misma reflexionar qué recursos necesitas: cómo, cuándo y por qué.
Primero fui escritora literaria y después guionista. Cuando fui exclusivamente escritora literaria, no tenía en cuenta elementos que aprendí luego con el guion, y los he incorporado. Sobre todo el tema de las estructuras dramáticas es fundamental, la idea de conflicto, la idea de acción dramática y la creación de personajes.
Todos esos elementos, que son básicos y fundamentales en el mundo del guion, los aplico a la novela.
Soy muy estructurada. Desde hace muchos años divido las novelas por actos, lo cual responde a una novela muy cinematográfica y muy audiovisual, pero a mí me sirve. Me da, un poco, la medida de lo que estoy explicando.
Intento no engañar al lector. “Mira, ya sé, ya has acabado la primera parte, ya hemos presentado a los personajes. Ahora vamos al nudo: remángate que vienen curvas. Y tercera parte, ahora se vislumbra el final; vamos a resolverlo”.
Me gusta saber que voy orientada, pero si puedo le doy la brújula a los lectores también. Y eso es gracias al guion.

Fuiste también profesora de Lengua y Literatura. ¿Cómo crees que se puede incentivar la lectura en los jóvenes? Yo odiaba lo que me obligaban a leer en el colegio e instituto.
Creo que se debe diferenciar entre el saber erudito de la literatura, como la historia de la literatura, y que debería existir una noción mediante análisis de textos, igual que se hace tener unos conocimientos generales de matemáticas o de historia, tenerlos sobre literatura.
Pero confundir la lectura por la adquisición de las obras clásicas literarias que tienen prestigio es confundir a los lectores del futuro. Y pensar que, por ejemplo, a los chavales actuales les puede continuar gustando, a pesar de que haya sido un referente, un maestro, un guía, pues Julio Verne, es un error. Porque Julio Verne pertenece a su tiempo. Y en su tiempo pues fue realmente un visionario y un hombre que asombraba. Y yo cuando lo leí de niña y de joven… Y me lo he vuelto a leer de adulta o de vieja y no he podido con algunos capítulos.
Con una cultura audiovisual, con el mundo de la televisión, que nos ha influenciado muchísimo en lo que son los microclips dramáticos, la idea de la sintetización de las imágenes no se concibe con autores decimonónicos o hiperrealistas de principios del siglo XX. Y entonces los chavales actuales no los pueden disfrutar. Pueden conocerlos y admirarlos, pero disfrutarlos, no.
¿A quién van a disfrutar? A los autores actuales que serían como los coetáneos suyos que escriben para ellos.
¿Que hay chavales que son más listos y pueden leer a adultos? Perfecto. Pues les das a Joyce, no pasa nada.
Hay que prestar atención a qué consumen como cultura elegida por ellos mismos, y entonces tú les das el libro como placer cultural, que sea asimilable a su gusto. No que el libro sea la antítesis de lo que es para ellos la cultura.
Hay gente que dice: “Hay que darles cosas que no entiendan porque si no se vuelven burros”. Bueno, se vuelven burros o te tiran el libro al mar directamente. Depende. Si estiras mucho la cuerda, se rompe.
A veces un problema grave no es que los alumnos no lean, es que los profesores no leen. Si los profesores no tienen una educación literaria, no pueden tener criterio para recomendar obras para los niños.
La documentación
¿Cómo afrontas la documentación de tus novelas? El fruto del baobab, que trata de la ablación a mujeres gambianas,tiene un trabajo de documentación enorme, o Una bala para el recuerdo, sobre un acontecimiento durante la Guerra Civil, también.
Me lo paso muy bien documentándome. Sé que es un calentamiento, en el cual, si todavía no tengo una historia decidida, voy a elegir cosas muy importantes de la historia mientras me documento. Eso es muy bonito.
Me ocurre también con los guiones. Me he documentado mucho para guiones, haciendo como de reportera in situ. Eso ocurre, a veces, cuando lo que te interesa es un tema, un submundo o un caso. Entonces tú vas investigando y sobre esa investigación tú vas fundamentando… “Ostra, ese personaje me interesa, me lo quedo. Ese tema que no concebía, lo incorporo”. Te explican una historia, y es fantástica esa historia…
Es decir, ir un poco libre de ataduras a la investigación está muy bien. Y ser flexible para poder ir modificando. No tener prisa. Y, también, tener un poco alma de periodista, que yo no la tengo, lo reconozco, tengo de antropóloga. Para llamar cinco veces a una persona para insistirle para una entrevista y que me cuelgue el teléfono, pues yo ya me rindo. Los periodistas son unos pesados y consiguen lo que quieren. Y a mí me cuesta eso. Necesitaría un secretario o secretaría que me hiciese el trabajo sucio.
Con El fruto del baobab me dieron portazo en las narices porque no me permitían el acceso a las mujeres. Y hasta que no encontré la llave que me abrió las puertas yo pensé, No puedo hacerlo, y no puedo hacerlo. Ninguna mujer quería hablar conmigo sobre su vida, sobre su mutilación, su experiencia.
¿Y cómo lo lograste?
Me planteé: si estiro hilos, y qué hilos. Bueno, pues las que tienen poder. Entonces tuve que llamar a la puerta de Adriana Kaplan y a la puerta de una mamma [Eva Cham], una mujer que era de un capo de poder, que ella ya era una mujer muy respetada en la comunidad, y cuando me conoció, le expliqué, le di libros, le di confianza… Ella me dio los teléfonos de mujeres que hablarían conmigo, seguro.
Yo ya había dicho que tenían que hablar conmigo. Y entonces digo, “No me lo puedo creer”. Fue la que también me dio los contactos cuando fui a Gambia. Ella me hizo como valedora de la comunidad gambiana en Mataró. Era una mediadora cultural.
¿Siempre tiras de contactos y vas in situ a documentarte?
Sí, sí.

¿Y Una bala para el recuerdo?
Hablaba de historia, de personajes que ya no existían, entonces tuve que recurrir a mi suegro y a la familia de mi marido que tenían recuerdos de esa época, para preguntar: “A ver, ¿aquí qué se comía…?”; visitar in situ la zona, visitar casas, visitar Gijón, hablar con gente de allí, de allá… Lo que se puede.
Y leer mucho. Si puede ser, en lugar de la lectura erudita y docta, todo lo que sea más emocionante.
Yo, por ejemplo, para El fruto del baobab leí muchas novelas, no de Gambia, porque no existe literatura gambiana, pero sí senegalesa. Gambia está en medio de Senegal, y las tribus son iguales; muchas tribus están repartidas en los dos países.
Leí muchas novelas, en francés, de literatos de la zona para entender mejor, más allá de lo que es etnografía, que la hacen personas de aquí, desde dentro para saber cómo piensan y cómo sienten. Y me dio dos medidas diferentes.
La literatura autóctona es muy diferente a una etnografía hecha por Adriana Kaplan, a la cual se lo agradezco mucho para que me dé las claves para entender. Pero son dos maneras de captar diferentes.
Y en el caso de Una bala para el recuerdo, una lectura que me abrió mucho los ojos fueron las de las cartas de los condenados. Conseguí acceder a un montón de cartas… Pensé, Anda, esa es una documentación muy lúcida porque explica cómo viven los hombres en una prisión, o cómo están los campos, qué les escriben a su familia… Todo eso de “¿Qué le digo a mi familia antes de morir?”, ¿no?, “que me van a fusilar de aquí a unas horas, o mañana”, o lo que sea.
A raíz de eso dije, “Anda, yo aprovecho todo eso que sé y lo meto, porque no estaba previsto”. Es muy emocionante; la comunicación última que se establece entre alguien que va a morir y esa lejana familia, que no les puedes estropear lo que les queda de vida, y les tienes que enviar un mensaje optimista. Es muy duro.
Es muy interesante literariamente.
¿Cuál es tu proceso para escribir una novela?
Yo la escritura, digamos, propiamente capitular la hago bastante rápida. Pero previamente, me dedico todo el tiempo que me da la gana a diseñar la novela. Y el diseño de la novela incluye sinopsis, tratamiento… hasta tratamiento secuenciado capitular, también.
Nunca jamás empiezo en blanco y sin tener un relato que sea la base de cada uno de los capítulos. Por el camino modifico, quito e incorporo, pero siempre voy sobre seguro. Entonces, la primera fase me dura a veces mucho y a veces poco.
Escribo relativamente rápido. Una novela como Una bala para el recuerdo la escribí en mes y medio, dos meses. Pero claro, con toda la previa que ya tenía.
Yo digo: “Ahora me siento, y ya no lo pienso más”. Escribo seguido y sin parar. No me vale eso de ahora me paro, ahora continúo… Y cuando no me queda más remedio, pues lo tengo que hacer por partes. Pero prefiero hacerlo de una tacada.
El fruto del baobab fueron cuatro o cinco meses. No más. No soy lenta.
¿Eso incluye la revisión y reescritura?
Sí, porque es que soy guionista, y los guionistas tenemos que tener una capacidad de reacción muy rápida. Te dicen: “Mañana, venga, 30 páginas”; y te tienes que poner a escribir, estés inspirado o no, tengas un buen día o no.
Y al final, cuando estás metido, te vas animando, te calientas y ya está.

Recomendaciones
¿Cuáles son tus autores favoritos y tus mayores influencias?
He ido modificando mis autores favoritos a lo largo de mis muchos años de lectora. Ahora, por ejemplo, como tenía que ir al Celsius, estuve leyendo ciencia ficción, que hacía tiempo que no leía, fantasía… Descubrí cosas que ignoraba.
Ahora diré una muy gorda, pero es que no tengo tiempo para todo. He descubierto a Brandon Sanderson, que no lo conocía, y me ha fascinado.
Cada año he descubierto a alguien que no conocía, y me dejo siempre aconsejar. Digo: “Aconséjame un escritor que no haya leído”. Y me funciona muy bien.
Son tantos los autores y autoras que me gustan. ¿Los sigo de una forma fiel? No. Porque a veces digo: “Este libro ha sido tan bueno que creo que será insuperable, con lo cual no sé si volveré a leer nunca algo más de esa persona”.
Y algunos que pensaba, Voy a leer todo lo que escriba; mmm, hay cosas que me han frustrado. Por ejemplo, me gustó mucho, que no lo conocía la gente, y yo leí un primer libro y me pareció acojonante, Las correcciones, de Jonathan Franzen.
Jonathan Franzen se hizo famoso a posteriori por Freedom [Libertad]. Yo leí Freedom; me parece una mierda. Y dije, no, a mí me gustó Las correcciones.
Y hay autores que superan ese primer libro; y ese ya, respeto absoluto. Porque cada libro es una obra diferente. Y se traicionan a ellos mismos; me parece genial.
Y un autor que me había fascinado hasta hace bien poco fue Mario Vargas Llosa. Cada libro era una aventura diferente. Y no reconocía al Vargas Llosa de hacía cinco años, de hacía diez y de hacía veinte. Cada libro era diferente. Era maravilloso.
Pero ahora estoy enfadada con él. Me estoy distanciando emocionalmente, no literariamente. Y esas cosas, a veces, influyen.
¿Qué consejos le darías a alguien que quiere ser novelista y está empezando?
Que tenga muy claro qué es lo que persigue. Yo lo que he conocido son muchos novelistas que persiguen la fama, o que persiguen los followers, persiguen el reconocimiento o ligar mucho. No. Ninguna de esas cosas.
Persigues encontrar tu voz, tener la posibilidad de comunicar, de explicar cómo ves el mundo. Tengo la oportunidad, no tanto de dejar un legado (lo del legado ya, para nada, todo es efímero), pero sí aportar mi pequeño granito de arena al mundo. Y si eso te satisface, pues adelante.
Si te satisface ser rico, famoso o popular, dedícate a hacer de actor o de actriz o, no sé, atracar un banco, que da más fama. Pero se confunde. A mí me duele.
La pregunta primera es: ¿eres lector o lectora? Si no lo eres, no escribas. Es como si yo digo, “No, yo quiero ser un músico famoso, pero no me gusta la música”. Es absurdo. Y hay mucha gente que se mete en la literatura sin ser lector, sin gustarle los libros.
“¿Cuántos libros te lees? Explícame los diez últimos libros que te has leído y cuánto tiempo le dedicas a leer…”. “No, es que no tengo tiempo para leer, solo leo en verano”. Pues no seas escritor. Jamás. Porque no tienes la magia dentro de crear historias y de admirarte por lo que escriben los demás.
Pero si no estás tocado por la lectura, no pretendas ser escritor.
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